“Dicen que la historia se repite pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan” (Camille Sée)
A
mitad de la campaña electoral catalana, hay que recordar uno de los
manifiestos de intelectuales y profesores que se hicieron públicos hace
quince días -en este caso, el encabezado por las personalidades más
inclinadas a la izquierda ideológica- que recogía una apreciación muy
certera sobre Cataluña.
Decía así: “La afirmación de que España
perpetró agresiones contra Cataluña es una desgraciada manipulación del
pasado que olvida deliberadamente cómo en los conflictos y guerras
civiles en los que todo el país se vio envuelto, los catalanes, al igual
que el resto de los españoles, se dividieron entre los diferentes
bandos”.
Cierto. Así fue desde las Guerras Carlistas a la Civil de
1936-39, y aún antes en la historia. Apelar a ella para seguir juntos
-catalanes y el resto de los españoles- no parece un argumento de
convicción. Al contrario, a algunos irrita.
El nacionalismo extremo de
Catalunya cuelga de la percha del ataque al Principado por Conde Duque de Olivares
en 1640 y de los Decretos de Nueva Planta de 1714, el clamor por una
opresión española continuada en el tiempo.
Historia por historia, hay
episodios para dar y tomar, pero lo mismo que España es diversa y
diversos son los españoles, también, lo son los catalanes. Y sólo se
entendería Cataluña, como al resto de la propia España, en su
pluralidad.
Es seguro que en esos episodios históricos, hubo catalanes del lado del valido de Felipe IV y del pretendiente borbón Felipe V.
Los historiadores así lo constatan. El Príncipe de Asturias aludió el
pasado día 7 -como un episodio de referencia- al compromiso de Caspe de
1412 en el que los reinos de Aragón y de Valencia y el condado de
Cataluña entronizan a Fernando de Antequera, un Trastámara de la familia
real de Castilla, como rey de Aragón y por extensión de los demás
reinos que formaban algo parecido a una confederación.
Para entender mejor la diversidad y cohesión histórica de nuestro país, Juan Pablo Fusi Aizpurua,
uno de los historiadores contemporáneos más solventes, de formación
británica y con una personalidad desapasionada, acaba de publicar Historia mínima de España.
Efectivamente, es mínima, porque la resume en apenas 270 páginas,
trazando unas líneas generales a través de las cuales se recorre nuestra
trayectoria pasada con una sencillez extraordinaria, fruto de la
maestría del autor. Pero esta historia es también “mínima” en otro
sentido: es lo que de esencial hemos de conocer para entender el pasado
de nuestro país e intuir su futuro. Fusi ha apartado toda grandilocuencia y comienza afirmando que “España se explica y se entiende a través de la historia.
En palabras de Max Weber:
"Solo se puede saber lo que somos si se determina como hemos llegado a
ser lo que somos”. Él trata de hacer un relato sosegado, flemático,
sobre la base de que nuestra historia muestra “complejidad y
diversidad”, que es un “proceso abierto, evolución no lineal,
continuidad y cambio en el tiempo” y que nuestro devenir nunca estuvo
predeterminado “y nada de lo que sucedió tuvo que ocurrir necesaria e
inevitablemente”. Nuestro autor, rescatando la historiografía de la
pasión patriótica, afirma que la primera España, no surgió de la unidad sino “todo al contrario, constituyó una pluralidad de reinos”.
Fusi ni siquiera sitúa en el reinado de Isabel y Fernando el nacimiento de España (“la
unión de 1479 fue, sin duda, una unión puramente dinástica, no una
unión nacional”), ni, previamente, atribuye a la Reconquista ningún
ancestro nacional. La España imperial de los Austria fue un esfuerzo
hercúleo pero más al servicio de la dinastía que de una idea nacional de
España que fue cuajando poco a poco, sin que registre un hito
determinado y sí dos momentos cruciales: el tratado de Westfalia
(1648) que nos privó de buena parte de nuestra posesiones y que erigió
el Estado-nación y la Constitución de Cádiz de 1812 que, por primera
vez, hizo residir la soberanía en el pueblo, si bien el pueblo de
los “dos hemisferios”. Y aunque con algunos episodios de tensión
segregacionista –no sólo en Cataluña-, Fusi sitúa en el siglo XIX la
emergencia de los nacionalismos periféricos y el verdadero inicio de la
cuestión territorial todavía irresuelta como se puede ver por el actual
proceso político catalán.
Importa señalar que con este texto se produce un cambio de intensidad pasional en el relato de la historia de España.
Se cuenta con normalidad, a través de un lenguaje en el que hay afecto
pero no emotividad, afán de reducir los acontecimientos, trufados a
veces de intencionalidades épicas, a sus justas dimensiones, propósito
razonado de entender el devenir español impulsado no siempre por grandes
causas sino por legítimos (e ilegítimos) intereses.
Juan Pablo Fusi
escribe –por su brevedad exacta y por su tono adecuado- a una nueva generación de lectores
que se enfrenta al descubrimiento de la identidad española más allá de
los tópicos. De ahí, que el autor concluya la obra con la constatación
de que la “historia futura de esa España refundada democráticamente
desde 1975 será, por definición, imprevisible, a menudo inquietante y
siempre problemática: en ningún sitio está escrito que la historia sea o
racional o justa.” Y añade: “La historia española no es -quede
claro- ni una historia única ni una historia excepcional. Como la de
cualquier otro país, la historia española es, sencillamente, muy
interesante, cuyo conocimiento (…) plantea un amplio repertorio de
cuestiones esenciales.”
Desde esa -¿podría decirse que
humildad?- Juan Pablo Fusi nos ofrece una historia para las generaciones
del siglo XXI en un momento trascendente que nos plantea Cataluña en
donde muchos ciudadanos no quieren ser españoles, aunque lo sean por un
imperativo histórico incontestable.
Advierte Fusi, sin embargo, que como la historia no es lineal sino impredecible e inquietante,
este imperativo puede no ser tan determinante, lo que nos abocaría a
manejar esta crisis con las lecciones de la historia bien aprendidas, no
agarrándonos a ella como el náufrago a la tabla, sino con el
pragmatismo que utilizaron los constructores de la unión territorial de
España, es decir, mediante un complejo y sostenido encuentro de intereses, conveniencias, afinidades y transacciones que nos han traído en volandas hasta el siglo XXI.
Tal y como lo cuenta la Historia mínima de España en
la que la grandilocuencia, la épica y el sentimentalismo se proscriben
en aras de la exactitud, del rigor y de la templanza. Bienvenida sea, en
el aquí y en el ahora de España, esta gran aportación intelectual y
académica.
Fuente: El Confidencial.
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