Luis Sánchez de Movellán es Director de la Vniversitas Senioribvs CEU. |
Por Luis Sánchez Movellán
"La
casta política española es antipatriota, porque esconde su propio
pecado en la generación y desarrollo de la crisis actual. La postura de
resignación de la clase política hispánica es vergonzosa y no explica
cual ha sido su parte de culpa en el paro de seis millones de
compatriotas o allegados, en la quiebra parcial del sistema financiero y
en el mantenimiento de un sector público momificado que no puede hacer
frente a sus compromisos de pago".
Frente a la profunda y
estructural crisis que padecemos, los partidos políticos están actuando
como si el asunto no fuera con ellos. La casta política española ha
desarrollado, durante todo el período de la II Restauración, un interés
meramente particular, sostenido por toda una red clientelar y de
corrupción, que se sitúa por encima y al margen del bien común de la
nación.
Los políticos españoles son los principales responsables de la
llamada burbuja inmobiliaria, de la quiebra de las cajas de ahorro, de
la fantasmagoría de las energías renovables y de la compulsión
constructora de infraestructuras innecesarias. Todos estos desmanes han
conducido a España al abismo del rescate europeo, del cual intenta
zafarse nuestra clase política porque les obliga a hacer reformas a
fondo que erosionan su interés meramente egoísta y particular.
La
creación del sistema político durante la Transición no fue inocente. Los
políticos de la época postfranquista conformaron un sistema que dio
lugar a la casta política tal como hoy la vemos y padecemos. Para ello,
adoptaron dos medidas fundamentales que dinamitaron la estructura
jurídico-política de España: la primera, construir un sistema electoral
proporcional corregido, con listas electorales cerradas y bloqueadas; y
la segunda, fue descentralizar fuertemente el Estado, adoptando la
versión esperpéntica del “café para todos” para abrir las puertas al
nefando Estado de las Autonomías.
Lo que en un principio pareció
más o menos razonable, muy pronto devino en una orgía de despropósitos
que dio lugar a la aparición de una clase política fuertemente
profesionalizada muy distinta a la que había protagonizado la
Transición. Igualmente la descentralización del Estado, que comenzó a
principios de la década de los 80 del pasado siglo, fue mucho más allá
de lo que cualquier teórico de la política pudiera imaginar. Y el poder
dentro de los partidos políticos también sufrió una fuerte
descentralización, todavía más rápida que la de las Administraciones
Públicas, dando lugar a la aparición de las baronías territoriales que
se convirtieron en los hacedores de reyes de sus respectivos partidos. Y
ya, por último, la casta política se ha dedicado a colonizar ámbitos
ajenos a la política, provocando una fuerte politización de los mismos
que han acabado con su independencia y provocado una creciente
deslegitimación de las instituciones y un profundo deterioro de nuestro
sistema político.
La clase política española no se ha
constituido como un grupo de intereses particulares, sino que se ha
conformado como una auténtica élite esquilmadora de la nación. Y ello,
lo ha logrado a través de un sistema de captura rentista que permite,
sin crear nueva riqueza, detraer rentas de la mayoría de la población en
su propio beneficio. Igualmente, ha adquirido un poder que le permite
condicionar y bloquear el funcionamiento de una sociedad abierta, en el
sentido popperiano. Y, por último, esta élite insaciable combate la
llamada “destrucción creativa” que caracteriza al capitalismo más
dinámico, es decir, anquilosa al propio sistema de economía de libre
mercado.
La casta política española es antipatriota, porque
esconde su propio pecado en la generación y desarrollo de la crisis
actual. La postura de resignación de la clase política hispánica es
vergonzosa y no explica cual ha sido su parte de culpa en el paro de
seis millones de compatriotas o allegados, en la quiebra parcial del
sistema financiero y en el mantenimiento de un sector público momificado
que no puede hacer frente a sus compromisos de pago.
La crisis ha
acentuado el conflicto entre los intereses particulares de la clase
política española y el bien común de España. Las reformas estructurales
para permanecer en el euro chocan frontalmente con los mecanismos de
saqueo de la casta política. La infinita desgana con la que se está
abordando el proceso de reformas nos muestra las consecuencias que el
reformismo producirá a la clase política en su sistema de captura de
rentas. Es decir, y hablando claro, la casta política está “mareando la
perdiz” con la esperanza de que la tempestad amaine por sí misma para
que al final no haya que cambiar nada esencial. Como este escenario
parece poco probable, tarde o temprano (más bien temprano), la clase
política española se enfrentará al dilema de aplicar las reformas en
serio o abandonar el euro.
La confusión inducida entre reformas y
recortes tiene el efecto perverso de intoxicar a la población para crear
el caldo de cultivo necesario para, cuando la coyuntura sea propicia,
presentar una salida del euro como una defensa de la soberanía nacional
frente a una intromisión exterior que impone recortes drásticos al
Estado del Bienestar patrio.
El desprestigio de la clase política
española, como muestran los sondeos, una y otra vez, es inmenso.
Tendríamos que cambiar de sistema, no sólo electoral sino también
jurídico-político, con el objetivo de conseguir una clase política
moderna y funcional, más adecuada a las necesidades de España. En
definitiva, sin cambiar a una clase política disfuncional no puede
abordarse un programa reformista ambicioso.
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