jueves, 13 de diciembre de 2012

Un obsceno sindicalismo general



En 1848, Carlos Marx y Federico Engels comenzaron su famoso Manifiesto con estas palabras: “Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo”. Ha llovido mucho desde entonces: la revolución ha fracasado, pero muchos de sus mitos y sombras habitan entre nosotros


Todavía una parte importante de la izquierda se legitima moralmente con la historia de la dominación, con la pretensión de que los pocos explotan a los más, y no se puede decir que no tengan razones para hacerlo, pero abundan más las caricaturas de ese justo espíritu reivindicativo que la claridad de intenciones y el horizonte moral que inspiraban a los revolucionarios de hace dos siglos. 


El heredero universal de esa revolución proletaria, desmentida en todas partes, ha sido el sindicalismo de clase, como todavía gusta de llamarse, aunque sea difícil confundir a quienes hoy dirigen los sindicatos con los líderes ascéticos de otrora: su orondo aspecto de burócratas levemente disfrazados no consentiría esa identificación por mucho tiempo. Esto quiere decir no que sean unos traidores, sino, por el contrario, que heredan una paradójica victoria: son los triunfadores de una batalla simbólica cuyas escaramuzas efectivas tienen frecuentemente más que ver con la defensa de privilegios que con la sociedad sin clases que prometía el Manifiesto. 



Un obsceno sentimiento sindical se ha adueñado de la inmensa mayoría de los españoles, desde los jueces, los médicos y los rectores de universidad hasta los pilotos, los controladores o los maquinistas ferroviarios, pasando por todas las ocupaciones y oficios, incluyendo y emboscando en una algarabía general a quienes sí tendrían motivos más que suficientes para rebelarse

La injusticia sostenida sobre algunos hace de piadoso manto para encubrir el cinismo de muchos, ampara y disculpa la demanda general de todos contra todos, de las autonomías que reclaman deudas históricas o tratos especiales, de los secesionistas catalanes a los que, al parecer, robamos todos los demás, de los ayuntamientos que están a la última, de la cultura, de los empresarios, de todo dios. Todos piden más, y se sienten humillados y ofendidos. 




La diferencia esencial es que este sindicalismo generalizado que se ha adueñado de nuestra sociedad no se dirige contra ninguna patronal, se dirige contra el resto de los españoles con el trampantojo de oponerse al Gobierno, porque el particularismo se ha hecho universal. Es bien paradójico que en nombre de conceptos que nadie discute, de la solidaridad, la sostenibilidad, o la igualdad, el país entero se levante contra un fantasma, porque lo fantasmal no es ahora el miedo de unos pocos ante la justa reivindicación de los más, sino el sujeto al que se atribuyen los desmanes que, a fin de cuentas, no suele ser otro que el conjunto de los españoles pagando impuestos, aunque hasta ahora casi sin saberlo, y de ahí la preferencia sindical por lo público

Ese espíritu reivindicativo se traduce en la convicción de que hay que hacer ajustes o recortes, pero siempre en otra parte, nunca en nuestro sector, que es intocable, sea la sanidad, la educación, la cultura, y así hasta el infinito. Para ser justos, hay que reconocer que aún no se ha dado la protesta de los militares, pero todo se andará.  


En realidad, la queja tiene sentido, porque es difícil entender que cada vez se obtenga menos pagando más. La clave está en que no siempre gritan con más fuerza quienes tienen más motivos, y en que hemos consentido habitualmente que pocos bien organizados chuleen a los más, cada uno a su aire. Los sucesivos Gobiernos han consagrado una nefasta tradición consistente en ceder a las reivindicaciones de quienes han sido lo suficientemente fuertes como para intimidar, sea ETA, los nacionalistas o los controladores, y así se sale adelante, pero el precio está siendo muy alto, porque nos hemos metido en la senda de los Estados fallidos



Hace pocos días el líder de la UGT vociferaba, muy en su ser natural, que desearía se hiciese un referéndum, se ve que están de moda, sobre la financiación sindical, para tener así la oportunidad de explicar a todo el mundo la labor de los sindicatos. No sabía que nada le impidiese hacerlo, pero mi temor es que consiga nuevas subvenciones con tan digno propósito.

 Necesitamos un auténtico baño de transparencia para poder empezar a discernir cuándo hay motivos de queja, pero eso tropieza con el interés de los regidores de la farsa, con la preferencia de partidos e instituciones por el oscurantismo, de manera que no es ni siquiera fácil decir si es verdad que la gestión privada nos sale más barata. Así pues, que no se quejen los Gobiernos: la gente protesta porque es rentable, y porque carece de la información para saber cuándo haría bien en callarse.  

Fuente:  José Luis González Quirós en EL CONFIDENCIAL

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