No es la primera vez que me manifiesto en contra de que el Gobierno de la Nación conceda ayudas a Cataluña
a través del Fondo de Liquidez Autonómico.
Después de conocer el
contenido del pacto de gobernabilidad suscrito entre CiU y ERC, creo que
es más importante que nunca que el Ejecutivo de Rajoy se niegue a
conceder ayuda alguna a una autonomía que quiere marcharse de España en
2014, probablemente dejándonos colgados con sus deudas.
El programa económico del pacto de gobernabilidad catalán es todo un bofetón a los necesarios planes de saneamiento
presupuestario del Gobierno de la Nación.
El nuevo Ejecutivo catalán ni
quiere cumplir los objetivos de déficit marcados para Cataluña ni
quiere recortar ese gasto público con el que financia el nacionalismo y
que, de paso, sirve de vehículo para todo tipo de latrocinios.
Al
contrario, exige al Gobierno de la Nación más dinero, y como este último
no se lo dará, pues probablemente cree una agencia tributaria propia
para quedarse con los impuestos que se paguen allí –que va a subir, y a
aumentar en número– y no dar nada al Estado.
Es decir, en plena crisis
fiscal, que en Cataluña es más profunda que en el resto de España, los
independentistas catalanes optan por saltarse a la torera las exigencias
obvias de ajuste presupuestario y por quedarse con toda la recaudación
tributaria, que es, en definitiva, en lo que consistía el famoso pacto
fiscal de Artur Mas.
Todo lo cual indica que si algún día, en efecto,
llegan a convocar un referéndum por la independencia y lo ganan, se
negarán a aceptar la parte correspondiente de la deuda pública del
Estado español, para lo cual alegarán vete tú a saber qué fantasía
inventada o qué discriminación imaginada.
Así las cosas, el Gobierno de Rajoy debería negar a Cataluña cualquier ayuda del Fondo de Liquidez Autonómico
mientras no cumpla con lo que tiene que cumplir y forzar a la
Generalitat a que se enfrente con los mercados. Si no quisiera hacerlo,
entonces Rajoy debería suspender la autonomía catalana.
Lo que no puede
ser es que los demás españoles tengamos que respaldarles, salir en su
ayuda y pagar sus facturas mientras nos insultan un día sí y otro
también, para que después se marchen y nos dejen colgados con sus
deudas.
Claro que, en ese hipotético caso, habría que hacer lo mismo que
hizo Rusia cuando las antiguas repúblicas soviéticas que se separaron
de ella y repudiaron la deuda de la URSS: se quedó con los activos
radicados en su territorio de las empresas de las repúblicas
secesionistas.
Nosotros deberíamos pensar en hacer lo mismo, ya digo,
sobre todo porque muchos de esos activos proceden de empresas de origen
español, creadas o sostenidas por decisión pública, que hemos pagado
entre todos, durante generaciones, a través de nuestros impuestos.
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