'La libertad es una planta rara y delicada'. Milton Friedman
Cuenta el profesor Cabrillo en el prólogo de Capitalismo y Libertad* -un libro esencial de Milton Friedman-
un anécdota deliciosa. Corría el año 1976 y el economista
estadounidense estaba recogiendo el Premio Nobel de manos del rey de
Suecia por su contribución al análisis del consumo y de la teoría monetaria.
En un momento de la solemne gala alguien gritó con contundencia: "Friedman, go home".
Friedman,
acostumbrado a polemizar como nadie, sonrió al público como si el
improperio no fuera con él. Pero a su lado, el maestro de ceremonias,
tras pedir disculpas al público, soltó una de esas frases memorables que
merecen entrar en el museo de la flema británica: "Bueno, podría haber
sido peor". Exactamente eso es lo que podría haber ocurrido en el primer
año de la era Rajoy: podría haber sido peor. Pero no lo ha sido.
Todos
y cada uno de los indicadores macroeconómicos son hoy, sin embargo, más
negativos que hace doce meses; pero, al menos, España se ha salvado de
caer en el precipicio al que se asomaba a mediados de año, cuando la prima de riesgo llegó a superar ampliamente los 600 puntos básicos.
Como reconoce un alto cargo del Gobierno, fue el momento más delicado, lo más parecido a una hecatombe en su sentido original; pero a partir de ahí, y tras la amenaza de intervención del BCE -en realidad sólo
es eso-, los mercados financieros han comenzado a estabilizarse, salvo
algún episodio aislado. ¿Quiere decir esto que el camino está despejado?
En absoluto, la estabilidad financiera (aunque sea con un diferencial
de 400 puntos básicos) es una condición necesaria para volver a la recuperación de la economía real, pero desde luego que no suficiente.
Entre otras cosas porque la crisis española tiene cada vez más un
componente político derivado de la incapacidad que tiene el país para
dialogar.
Realmente resulta patético comprobar que una nación con
seis millones de parados -como reflejará la EPA del cuarto trimestre- y
que se ha llevado por delante en poco más de cuatro años al 16% de las empresas que cotizan a la Seguridad Social, sea incapaz de tejer una red de acuerdos
para salir del pozo. Salvando las distancias, es como si la devastada
Europa de 1945 se hubiera puestos a discutir sobre si era la hora de los
galgos o de los podencos. En su lugar, se impulsaron gobiernos de
concentración o grandes pactos nacionales, exactamente igual que en
Suecia o Finlandia tras sus respectivas crisis de los primeros años 90.
Socializar pérdidas
Resulta
patético comprobar que una nación con seis millones de parados -como
reflejará la EPA del cuarto trimestre- y que se ha llevado por delante
en poco más de cuatro años al 16% de las empresas que cotizan a la
Seguridad Social, sea incapaz de tejer una red de acuerdos para salir
del pozoSin duda que tras este comportamiento profundamente injusto para la mayoría de la población se encuentra una arquitectura institucional
deteriorada y superada por los acontecimientos, pero también uno de los
problemas centrales de la política española desde la Restauración: los
vasos comunicantes entre el sector público y el privado. Hasta el
extremo de que la crisis del Estado contamina la vida económica
de las empresas hasta límites insoportable. Y viceversa, cuando las
empresas entran en barrena lo que se ha hecho históricamente ha sido socializar pérdidas
Esta
es, en realidad, la mayor de las miserias de la política española, que
el sector privado –salvo raras y encomiables excepciones- es un mero
apéndice de los poderes públicos. Probablemente porque se mantiene una inercia de siglos
en contra de lo que hoy se denomina sociedad civil. Algo que, por
ejemplo, no sucede en Italia, donde se puede elegir a un presidente
delirante como Berlusconi, pero el país sale adelante a pesar de tan desgraciada clase política.
En
España, sin embargo, los grandes partidos (a nivel nacional o
territorial), lo inundan todo, generando una concentración de poder sin
precedentes.
Olvidando, como decía Friedman, que el gobierno es
necesario, precisamente, para mantener nuestra libertad; pero la
concentración del poder en manos políticas es también una amenaza para
la libertad. Y aun cuando los hombres que ejercen este poder obren de buena fe y no se dejen corromper, sostenía el economista norteamericano, habrá otros que sí lo harán.
El
laberinto en el que se ha metido Cataluña es un bueno ejemplo. La
Generalitat –tanto en tiempos del tripartito como ahora- ha tejido una
red clientelar a través de todo tipo de organizaciones supuestamente
independientes que viven del presupuesto, y que por la vía de la corrupción económica
han diseñado un discurso político que necesariamente va en la misma
dirección que el pretendido por sus élites políticas. Desde luego, no
sólo en Cataluña, sino también en el resto de España.
Adoctrinamiento
La
Generalitat –tanto en tiempos del tripartito como ahora- ha tejido una
red clientelar a través de todo tipo de organizaciones supuestamente
independientes que viven del presupuesto, y que por la vía de la
corrupción económica han diseñado un discurso político que
necesariamente va en la misma dirección que el pretendido por las élites
políticasNo sólo estamos ante una corrupción de carácter económico -ahí están los cientos de falsos informes que regaban a la inteligentzia catalana- sino, sobre todo intelectual, que es la mayor de las corrupciones, Cuando se adoctrina para el que paga, la sociedad entra en una miseria moral profunda.
De
ahí que sea necesario separar el papel del Estado -sin duda relevante
en una sociedad compleja como la actual- de la vida del sector privado.
De lo contrario surge la corrupción.
Existe, en este sentido, una anécdota poco conocida protagonizada por Carlos Solchaga y el ingeniero Mariano Aisa, por entonces presidente de Seopan, la patronal de la construcción.
El
ministro -corrían los primeros años 90- estaba preocupado por los
continuos escándalos de corrupción que incidían sobre la credibilidad de
la economía española en unos momentos en que se necesitaba mucho
capital extranjero. Y fue entonces cuando Solchaga cogió el teléfono y
le dijo a Aisa:
-‘Mariano, hay que hacer algo para acabar con esto. Deberíais crear una especie de código de honor en vuestro sector para acabar con la corrupción’, le dijo Solchaga a su interlocutor.
El representante de la construcción le confesó que su sector lo componían miles de empresas absolutamente dependientes de las administraciones, y que eran las que les daban de comer.
-‘Dime entonces que hacemos’, le respondió Solchaga.
-‘Yo te sugiero’, le contestó Aisa, ‘que reúnas a cuatro o cinco. A Felipe, Pujol, Aznar y algunos más y el problema se resuelve’.
-‘Eso es imposible’, le contestó Solchaga. Ahí acabó la conversación.
Desde
entonces, España ha avanzado poco en la separación entre el papel del
Estado y el de la economía privada. Algo que explica en buena medida la
naturaleza del problema. La crisis se retroalimenta, y por eso o se reúnen los ‘cuatro o cinco que mandan’ o es muy probable que el año que viene España siga evaluando los daños de la recesión.
Capitalismo y Libertad. Ensayos de Política Monetaria. Fundación ICO 2012
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