martes, 23 de octubre de 2012

Los kurkullus, historia de traiciones


El día 21  se celebraron los comicios al Gobierno Vasco (a su parlamento autonómico) y los peneuveros sacarán mayoría por desidia de sociatas y peperos. Como es habitual ya tienen pactado los Kurkullus su oculto mutuo apoyo con los pro-etarras.

Por ello, es conveniente hacer un repaso de lo que este Partido-Religión ha sido desde su creación, para aquellos que lo desconocen.

Tanto durante la Monarquía como durante la República, el PNV acudió en numerosas ocasiones en coalición con otros partidos de derechas, algu­nos de ellos abiertamente clericales y reaccionarios, como los carlistas.

En los primeros años de la República estu­vieron alineados en las Cortes, con el nombre de Minoría vasconavarra, en la que se fundían el PNV, los carlistas y otras fuerzas de la derecha monárquica. Dirigentes del PNV participaron en varias conspiraciones dirigidas a derrocar la República mediante un golpe de Estado, llevadas adelante por militares como el general Orgaz y que no llegaron a fraguar porque, según el propio Aguirre (primer dirigente y lehendakari), no les daban garantías para sus aspiraciones.

El enemigo mortal del PNV durante los años de la II República con­tinuó siéndolo el PSOE de lndalecio Prieto. A los enfrentamientos elec­torales hubo que añadir un creciente número de enfrentamientos vio­lentos, que causaron varios muertos por ambos lados.  La política de euskaldunización promovida por los nacionalistas se encontró con la particularmente férrea oposición del PSOE.

En 1934, con las derechas en el poder, según se iba definiendo la antipatía que en ellas causaba el discurso antiespañolista del PNV, éste fue oscilando gradualmente en sus fidelidades, llegando a colaborar con la izquierda, su tradicional enemigo, en la labor de desestabilización del gobierno derechista.

Llegó 1936 y, ante los preparativos de golpe militar, de nuevo impor­tantes sectores del PNV se inclinaron del lado de los conspiradores con­tra la República. Pero el dirigente de Renovación Española, José Calvo Sotelo, en un acto celebrado en el frontón Urumea de San Sebastián pronuncia su célebre frase:

-Antes una España roja que una España rota-,

lo que hace ver a los peneuvistas que, a pesar de lo mucho que les unía ideológicamente con los partidos de derecha no nacionalistas, sus aspiraciones independentistas y, en su defecto, autonomistas, no obtendrían buenas perspectivas en el caso de una victoria derechista.

Aquel mismo día los jefes peneuvistas que hasta ese momento habían estado en conversaciones para renovar la coalición con las fuerzas dere­chistas y católicas no nacionalistas (Renovación Española, Unión Regionalista Guipuzcoana), vieron claro que con personas como Calvo Sotelo no podía caber entendimiento alguno. Y advirtieron a sus posi­bles socios derechistas que obtendrían de la izquierda lo que la dere­cha les negaba, es decir, el estatuto de autonomía.

Así, en el último momento, y no sin grandes dudas y resistencias, la postura oficial del PNV fue la de apoyar a un gobierno republicano que, al fin y al cabo, les garantizaba la concesión del estatuto a cambio de que no se uniese a la rebelión.

Ésta fue la postura oficial, si bien muchos de sus miem­bros optaron por unirse a los sublevados, como la dirección del PNV en Álava y en Navarra. El Napar Buru Batzar, mediante comunicado del 20 de julio, desautorizó contundentemente la declaración de adhesión a la República emitida por el Euzkadi Buru Batzar en Bilbao dos días antes. La mayoría de los militantes peneuvistas de Álava y Navarra se adhirieron al alzamiento y se alistaron al ejército franquista.

Muchos dirigentes peneuvistas admitirían pos­teriormente que el 18 de julio estuvieron esperando que se confirmase que uno de los dos bandos se había alzado definitivamente con la vic­toria, para así no tener que elegir. Por ejemplo, el entonces presidente del Bizkai Buru Batzar, Juan Ajuriaguerra, explicó al respecto:
-Tenía la esperanza de escuchar alguna noticia que nos ahorra­se el tener que tomar una decisión: que uno u otro bando ya hubiese ganado la partida.  A las seis de la mañana, tras una noche en blanco, tomamos una decisión unánime. Promulgamos una declaración dando nuestro apoyo al gobierno republicano. Tomamos esa decisión sin mucho entusiasmo, pero convencidos de haber elegido el bando más favorable para los intereses del pueblo vasco.
Cuando se decantaron a favor del gobierno republicano, todos con­fesarían haberlo hecho sin ningún entusiasmo y teniendo la seguridad de que, de llegar una victoria republicana, las izquierdas arremeterían acto seguido contra el derechista PNV. Varios dirigentes nacionalistas han dejado testimonio sobre su actitud hacia el bando escogido a rega­ñadientes. Por ejemplo, Juan Manuel Epalza, vicepresidente de los men­digoizales, recordaba:

Hasta la noche antes, nuestro verdadero enemigo había sido la izquierda. No porque fuese la izquierda, sino porque era española y, como tal, intransigente. Vacilamos durante dos semanas o más, titu­beando sobre si aliamos con nuestros anteriores enemigos. De haber sido posible, nos hubiéramos mantenido neutrales. Estábamos entre la espada y la pared. Era algo absurdo, trágico: teníamos más cosas en común con los carlistas que nos atacaban que con la gente con la que de pronto nos encontramos aliados.

Tan incierto fue el alineamiento del PNV con uno u otro bando que no se decidió hasta la misma noche del 18 de julio de 1936.

José María de Areilza, vecino, coparroquiano y amigo de José Antonio Aguirre (y futuro primer alcalde franquista de Bilbao), lo explica así:

-En las ajetreadas negociaciones y contactos entre militares y civi­les que precedieron al Alzamiento, el tema del nacionalismo vasco y de su posible actitud siguieron vigentes hasta el último momento. No faltaron enlaces, propuestas y generosos intentos para lograr su adhesión, o al menos su neutralidad pasiva ante el eventual y espe­rado golpe de Estado. Al regresar yo de Madrid, del entierro de Calvo Sotelo, comprendiendo la inminencia del estallido, pensé en hacer el día 17 una última gestión directa cerca de las dos personas que me parecieron más asequibles al intento: José Horn, al que me unían lazos de cercano parentesco, y don Ignacio de Rotaeche. 

Me encontré con que el primero se hallaba gravemente enfermo (falleció a los pocos días) y el segundo, encamado también, no podría verme hasta el lunes 20 de julio. Me recomendó que viera a José Antonio Aguirre. No lo encontré durante todo el día por hallar­se ausente de Bilbao, adonde según me dijeron regresaría al ano­checer. Comprendí que ya era tarde porque la radio francesa había dado la noticia del levantamiento de Melilla. 

El sábado 18 de julio lo pasé en casa de unos amigos en contacto cercano con el núcleo militar comprometido que daría la señal de la intentona en Vizcaya. El domingo amaneció espléndido, y para disponer bien del día, pensé en oír misa lo antes posible. A poco de empezar el sacrificio, entraron en la iglesia por la puerta lateral una serie de hombres con señales evidentes de insomnio y rostros contraídos y sombríos que parecían venir de alguna reunión. Eran los directivos del BBB, órgano superior del partido nacionalista en Vizcaya, que habían estado deliberando toda la noche en la sede del partido. Salí de la iglesia y compré 'El Liberal' y 'Euzkadi', órganos respecti­vos del socialismo y del nacionalismo. Lo que publicaba el dia­rio nacionalista me interesó más. Allí aparecía, en efecto, en recua­dro y en primera página, una declaración oficial. 

El partido, al parecer después de una larga y tensa discusión, tomaba la posición de solidarizarse con el Gobierno de la República y de combatir a su lado. Era un compromiso cerrado, sin salida, que significaba para la derecha católica, en el país vasco, la guerra fratricida con todas las consecuencias. Leí y releí el texto, parado ante las escaleras del tem­plo, sintiendo un escalofrío de emoción al comprender que algo se desgarraba en aquellos momentos en las entrañas de nuestro pue­blo. 

En esto observé que muy cerca, en un grupo, los directivos del nacionalismo también leían la prensa con ansiedad. José Antonio Aguirre me vio y comprendió sin duda mi pesadumbre al ver que la suerte estaba definitivamente echada. Me saludó de lejos sin que hicié­ramos nada por conversar ni el uno ni el otro. Las palabras habían dejado paso a las armas.. Sin embargo, la fidelidad del nacionalismo vasco a la República fue siempre cuestionada por numerosos dirigentes republicanos, que des­confiaban de un partido tan de derechas y clerical como el PNV, cuyo doble juego, sus contactos para firmar una paz por separado con Franco, y sus deserciones hacia el bando nacional, entorpecieron muy gravemente el esfuerzo militar republicano en el frente Norte. Durante la guerra las tensiones con el gobierno republicano fueron con­tinuas, como puede leerse con detalle, por ejemplo, en los diarios de Azaña, temiéndose continuamente el paso al enemigo de las fuerzas dependientes del PNV.

 Ante el avance de las tropas franquistas el PNV buscó, en repetidas ocasiones y a espaldas del gobierno, una paz por separado con Franco y sus aliados italianos, desentendiéndose de la común tarea de defensa del régimen republicano.

Ya en diciembre de 1936 empezaron los con­tactos del PNV con el bando franquista a través del Vaticano y de la Italia Fascista. Las gestiones se sucedieron durante los primeros meses de 1937, participando en ellas el entonces cardenal Pacelli -posterior­mente Pío XlI-, el cardenal Maglione, el cardenal Gomá, el nuncio en España Antoniutti, el cónsul italiano Pietro Marchi, el arzobispo de París, el canónigo Alberto Onaindía, Pantaleón Ramírez Olano, el delegado vasco en París, lturzaeta, Francisco Horn, Julio Jáuregui, Andrés lrujo, Juan Ajuriaguerra y probablemente el propio lehendakari Aguirre. Su intención era, dada la inminente derrota en el frente Norte, desenten­derse de continuar la lucha por la causa republicana.

En mayo de 1937 el Gobierno republicano interceptó un cable pro­cedente del Vaticano dirigido a Bilbao en el que se establecían los tér­minos acordados por Franco y Mola para la rendición del ejército dependiente del Gobierno vasco. Y se ejecutó en el llamado Pacto de Santoña, en cuya virtud tanto Aguirre, Ajuariaguerra, Landaburu como los demás jefes del PNV quedaron libres de persecución alguna por parte de Franco.

A continuación Aguirre (lehendakari y jefe supremo del PNV) se marchó a Berlín a negociar con Hitler el establecimiento de un "Protectorado Alemán Nazi" en Euskadi. Y colaboró activamente con los de la Gestapo en la detención de Companys en Paris y su entrega a Franco.


NOTA DEL BLOG
Partido Nacionalista Vasco (pnv) en vascuence se escribe : EAJ y significa "Partido de Dios y de las Leyes Viejas". (Eusko Jeltzale Alderdia).
 
Fuente: http://tellagorri.blogspot.com.es

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