domingo, 28 de octubre de 2012

El mapa del paro en España



La recesión continúa tiñendo de rojo un mapa del desempleo que empeora para la casi totalidad de las provincias españolas. El primer mapa muestra el desempleo a finales de 2011 (4º trimestre de la EPA), mientras el segundo mapa muestra la situación actual. Es decir, la evolución del desempleo durante los últimos tres trimestres de crisis. La situación ha empeorado para casi todas las provincias españolas (salvo algunas excepciones, como Burgos, Vizcaya, Baleares o Teruel), mientras el patrón norte-sur del desempleo en España se agudiza: todas las provincias de Andalucía, Extremadura y Canarias superan ya el 30% de desempleo.

No obstante, el desempleo por sí solo no refleja la destrucción de empleo durante lo que llevamos de año, ya que la disposición a emigrar es distinta para las diferentes comunidades, y también lo es la composición demográfica, que determina en parte las entradas y salidas entre la actividad y la inactividad. Así, un indicador más preciso de destrucción de actividad económica en un territorio es la variación del número de ocupados

El patrón norte-sur no es tan fuerte al analizar la destrucción neta de empleo, ya que entre las comunidades que más destruyen aparecen La Rioja, País Vasco y Cataluña. En términos absolutos, España cuenta con 835.000 trabajadores menos que hace un año. Las comunidades que más empleo han destruido este último año son Cataluña, con 192.000 empleados menos, y Andalucía, con 155.000 menos (les sigue la Comunidad Valenciana, con 82.000 trabajadores menos). Entre ambas comunidades (Andalucía y Cataluña) acaparan el 41,6% de la destrucción de empleo en España.

 


Estos titulares sobre el récord de la tasa de paro, ya por encima del 25%, están oscureciendo una vez más la riqueza informativa de los datos de ocupación, que constituyen un termómetro mucho más acertado de la enfermedad que asola nuestra economía. Mientras el fenómeno del paro depende de los flujos entre la actividad e inactividad laboral, de las migraciones interiores y exteriores y de los cambios entre sectores, las cifras de ocupación muestran con nitidez dónde se está produciendo la destrucción de riqueza.

Mientras la estratosférica tasa de paro se trata de un fenómeno coyuntural –algún día volverá a bajar del 10%, aunque hayan de pasar 10 años-, los datos sobre ocupación envían, trimestre tras trimestre, señales claras sobre los cambios estructurales que se están produciendo en nuestro sistema productivo. Empecemos examinando dichas señales que la Encuesta de Población Activa envía:

- La destrucción total de empleo ha afectado a 3,2 de los 20,5 millones de trabajadores que España tenía en el tercer trimestre de 2007, hace justo cinco años; 15 de cada 100 empleados han perdido su trabajo durante esta crisis.

- La distribución por sexos ha sido muy asimétrica: el 83% de dichos 3,2 millones de empleos destruidos corresponde a varones, los cuales siguen siendo aun así mayoría (55%) en el mercado laboral.

- La población joven, concretamente los menores de 35 años, ha soportado la mayor parte de la destrucción de empleo. Si en el tercer trimestre de 2007 trabajaban 8,2 millones de jóvenes, hoy lo hacen 3,1 millones menos. No obstante, hay que tener en cuenta que los trabajadores que en 2007 tenían más de 30 años ya están hoy fuera de dicho grupo. Si corregimos ese efecto demográfico, observamos que la tasa de jóvenes con empleo ha caído del 66% al 44%. Uno de cada tres jóvenes ocupados ha perdido su trabajo.

- El paro lo están soportando casi totalmente los empleados poco cualificados. En 2007, 6,7 millones de trabajadores tenían formación superior, cifra que ha crecido en unas –exiguas, eso sí- 80.000 personas. Así, la destrucción neta de empleo se ha centrado íntegramente en las personas sin formación superior: casi una de cada cuatro personas sin formación superior ha perdido su empleo durante la crisis. España tiene más de 3 millones de desempleados sin formación superior, de los cuales 1,1 millones tienen más de 45 años y, por tanto, con muchas dificultades para “reinventarse”.

 

Mientras en la construcción se han destruido casi 6 de cada 10 puestos de trabajo y la industria y agricultura sufren con más de un 10% de caída, el nivel de empleo en los servicios prácticamente se mantiene. En 5 años se han destruido 1,6 millones de empleos en la construcción. Un sector que representaba el 12% del PIB ha destruido la mitad de su actividad.

 

 La sangría laboral ha afectado de forma contundente al sector privado

Durante esta crisis, se han destruido 2,7 millones de empleo asalariado en el sector privado; mientras que en el sector público no se ha producido un ajuste de empleo; además, 75 de cada 100 asalariados que han perdido el empleo tenían un contrato temporal.


Hemos elegido mostrar tres gráficos porque reflejan el claro mensaje estructural que envía el mercado laboral: la actual crisis no es solo coyuntural. No tiene sentido hablar de un descenso temporal de la demanda, ya que la destrucción de empleo se centra irremisiblemente en las actividades desarrolladas por trabajadores poco cualificados y fuera del sector servicios, especialmente en los varones (jóvenes y con contratos temporales) del sector de la construcción.

Es indudable que la crisis tiene un componente coyuntural ligado a cómo España financió la burbuja inmobiliaria. El billón de deuda privada asumida –empresas y ciudadanos- para financiar el boom ha estallado en los balances de las antiguas cajas de ahorro, creando un enorme agujero patrimonial. Y la insolvencia de parte del sistema financiero –junto con la del Sector Público- está drenando ingentes recursos financieros que no llegan al resto de la economía.

Pero ello no debe ocultar la realidad que la EPA muestra: el mercado valora cada vez menos las habilidades no cualificadas, una tendencia probablemente irreversible. La caída generalizada de las barreras comerciales, incluso en la prestación de servicios, está deprimiendo los salarios de los trabajadores no cualificados conforme cientos de millones de nuevos trabajadores sin formación se incorporan a la cadena mundial de producción. 

Sólo el turismo –y ciertas actividades agrarias y de servicios- constituye en España un paraguas para los menos formados, que pueden seguir siendo competitivos debido a nuestro formidable patrimonio natural y cultural.

En una sociedad sin valores igualitaristas con un mercado competitivo, esta situación no supondría un problema. Los salarios descenderían hasta el punto en que contratar a los desempleados fuese de nuevo rentable. Pero casi ninguna sociedad es así –no al menos la española-, y los sistemas de cobertura social y la red familiar suponen una barrera de contención hacia este ajuste vía precios, considerando que las brechas salariales son inadmisibles a partir de cierto punto.

Y ése es el gran reto de la economía española: realizar la transición hacia un modelo productivo viable mientras las salvaguardas del sistema –la protección social y laboral- sufren cada vez más para contener la fractura, actuando incluso en contra. La brecha entre trabajadores cualificados, los cuales operan con tecnología que avanza a velocidad supersónica, y los trabajadores no cualificados, que de repente han de competir con nuevos cientos de millones de trabajadores de renta baja, constituye una de las mayores amenazas de fractura de nuestra sociedad. Esta parece la realidad que la EPA probablemente ya nunca dejará de mostrar.

Javier García y Abel Fernández. Economistas y editores de www.sintetia.com

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