Un íntimo amigo, pesimista
él, considera que –un siglo después de su primer intento– Alemania
ganará, por fin, la tercera guerra europea. Será la “guerra del euro”, o
la guerra de la falsa unión monetaria. La guerra del imperialismo
financiero.
El Mercado Común Europeo surgió de una dinámica por la que Europa
pretendía hacer frente, a partir de la cooperación económica, a los
estragos causados por la guerra, superando los efectos perniciosos de
los nacionalismos. La filosofía de la UE pretende, precisamente,
consagrar esa superación en una fórmula institucional –todavía
imperfecta- que supone algo más que una federación de países miembros.
Pero como efecto de la crisis financiera se está creando, en el seno
de la Zona Euro, una especie de “Liga Norte” que antepone el
nacionalismo a la propia concepción de Europa. La férrea e inflexible
postura alemana sobre las medidas para afrontar la crisis, así como las
manifestaciones de los gobiernos de Holanda y Finlandia, lo atestiguan.
Un nacionalismo que pasa por encima de la propia concepción que sobre la
Sociedad y Europa puedan tener las diferentes ideologías. Las
socialdemocracias alemana y finlandesa respaldan esa posición sin
ruborizarse por su desmarque de los postulados de la izquierda.
No hace falta recordar la historia del último siglo europeo (da
cierto repelús hacer comparaciones y concitar nefastos reflejos del
pasado) para comprender que en épocas de incertidumbre, el miedo
agarrota e individualiza las conciencias, y el sálvese quien pueda
conduce a los egoísmos nacionalistas.
Y la crisis financiera, afrontada
por dirigentes políticos mediocres, está llevando a los miembros de la
UE hasta el borde del abismo del pánico: ese nefasto consejero que hace
que la UE, en lugar de avanzar en sus planteamientos comunes, titubee,
se repliegue y busque soluciones imposibles, tal vez a sabiendas de que
lo son.
Hay un mito que confunde la claridad sobre la realidad europea: aquí
no hay ningún país que aporte proporcionalmente a la UE más que los
demás, de acuerdo con las reglas establecidas y aceptadas por el
proyecto institucional común.
Alemania y cualquiera de los restantes
países aportan lo que les corresponde, en función de los tratados
libremente asumidos por los Estados y sus ciudadanos.
Por ello no puede
existir la máxima de que “el que paga manda”. Tampoco sirve el mito de
la cigarra y la hormiga entre Norte y Sur. Sin ir más lejos, Alemania
durante varios años ha incumplido los límites del déficit pactado en
Maastricht, mientras España los mantenía y daba incluso superávit.
Y en
2005 la UE hubo de adoptar decisiones de flexibilidad, considerando
condiciones extraordinarias entre las que se contaba explícitamente la
“reunificación de Alemania”.
España comienza a sobrepasar los límites del déficit, precisamente
cuando ha de afrontar la crisis financiera, que podría ser legítimamente
considerada como una condición extraordinaria, dados los efectos del
paro producido por la burbuja inmobiliario-financiera.
La deuda española
y su déficit comienzan a ascender a partir de las medidas rígidas
impuestas por el Consejo de la Eurozona. Medidas objetivamente erróneas:
porque dan el mismo tratamiento a situaciones desiguales; paralizan los
sectores productivos, obligan a los Estados a avalar las deudas de los
bancos nacionales –¡en un contexto de libertad comercial y financiera!-.
Y porque no ejerce de hecho la Unión Monetaria, mientras impide a sus
Estados miembros actuar al margen de esa supuesta Unión. Mientras el
precio de la deuda pública sea diferente según los países, no existe
unidad monetaria ni financiera.
La crisis ha puesto de manifiesto que Europa aún no existe aunque
impone sus imperativos. Que está a medio camino, y deja inermes a los
Estados que más duramente soportan los embates de la especulación.
Precisamente –en el caso de España- los que con más ahínco han tratado
de cumplir las rigurosas medidas que les han llevado a la recesión:
recordemos aquél “cueste lo que cueste”. Como a sabiendas de que la
propia lucha por la subsistencia es la mejor garantía de que se pagará
la deuda, y de que lo hará aunque el precio llegue al límite.
El Consejo de la Eurozona no ha permitido que el Euro se defienda en
común, a través de los instrumentos comunes: hoy es el día en que no se
quiere ni oír hablar de eurobonos, por ejemplo. Y aunque ha tomado
aparentemente la decisión de que los bancos afronten sus propios
créditos con el apoyo del BCE, tres semanas después se está imponiendo
despiadadamente lo contrario. O posponiendo a “reformas de larga
duración”. Cuando España, por ejemplo, en dos semanas llegó a cambiar su
propia Constitución Soberana, por presiones del mismo Consejo.
Europa no podría digerir que España saliera del euro.
Alemania lo sabe, y conoce perfectamente que semejante quiebra pondría a su propia banca en zozobra extrema: más del 20% de la deuda de los bancos españoles es con bancos alemanes. Por eso quiere extremar las garantías, y hacer que sea el Estado quien avale la deuda de los bancos. Pero sin incrementar el déficit ni la deuda: es decir, con asfixia y recesión; y a costa del Estado del Bienestar. El cual, por cierto, es víctima de otro mito, ya que España gasta, por ejemplo en Sanidad, menos que la media europea en relación con el PIB.
Alemania lo sabe, y conoce perfectamente que semejante quiebra pondría a su propia banca en zozobra extrema: más del 20% de la deuda de los bancos españoles es con bancos alemanes. Por eso quiere extremar las garantías, y hacer que sea el Estado quien avale la deuda de los bancos. Pero sin incrementar el déficit ni la deuda: es decir, con asfixia y recesión; y a costa del Estado del Bienestar. El cual, por cierto, es víctima de otro mito, ya que España gasta, por ejemplo en Sanidad, menos que la media europea en relación con el PIB.
Ahí se manifiesta el pernicioso nacionalismo: cuando alguien antepone
los intereses de país por encima de los propios intereses comunes. Y
Alemania lo está haciendo. Por un lado, trata de blindar los beneficios
de sus bancos, aunque sea en detrimento de la Economía del resto de
Europa. Impidiendo medidas comunes, o retardando al máximo su
aplicación.
Se trata de ganar tiempo para “hacer caja” y reducir su
exposición a la deuda. Por cierto: cualquier banco –incluidos los
alemanes- ha de ser responsable de su riesgo cuando otorga un crédito, y
ha de afrontar las consecuencia, sin obligar a que la deuda soberana de
los Estados tenga que respaldar sus riesgos. ¿No es ésa la regla del
juego capitalista? Y si las instituciones españolas tenían la obligación
de supervisar a los bancos “propios”, las instituciones alemanas tenían
la misma obligación hacia los suyos. Por lo cual, si el Estado español
ha de responder, en la misma medida ha de responder el alemán.
Esperemos que Merkel no pueda ganar esta tercera guerra europea.
Porque quien terminará desapareciendo será una Europa ya bastante
desgarrada por los efectos de no haber sabido afrontar con
planteamientos comunes la crisis financiera. El problema es que, con las
últimas medidas de pánico, Mariano Rajoy ha aceptado sumisamente la
tesis impuesta por el nacionalismo de la Liga Norte, y ha dejado vía
libre para una ocupación financiera, económica y política en toda regla.
Ocupación no de Europa, sino de unos nacionalismos que están utilizando
a Europa y a sus instituciones en beneficio de sectores financieros
nacionales. Porque nadie ha dicho, por supuesto, que esa liquidez que se
va a inyectar a la banca española (al 3% y con el aval masoquista de
los ciudadanos) se vaya a destinar a dar créditos al sector productivo.
Porque va a ir directamente al pago de su deuda externa. Nacionalismo
ramplón y “de caja” de la señora Merkel.
Jose Luis Martin Palacin.
www.nuevatribuna.es/
14 Julio 2012
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