Más que con Gramsci, Sánchez Gordillo está todavía en
lo del chiste del niño de los garbanzos de aquel Paco Gandía que hizo
las delicias de su infancia.
El chaval se puso ciego de garbanzos al sol
cojonudo de las cinco de la tarde y vomitó hasta que no quedó nadie en
la plaza de toros donde estaba que no comiera garbanzos. Un gran «hit»
de los años setenta.
Quién sabe si la panza, más vistosa que su pañuelo
palestino, viene por pasarse de legumbres. Más que Gordillo, Gordito.
El
garbanzo como símbolo de la clase obrera. Garbanzos hasta que se le
vaya la olla. Gordito ha vomitado su ideología de estiércol en el
socarral que ahora es España para ver si crece el germen de su
chaladura. Gordito se creía Curro Jiménez y al pobre bandolero no le ha
quedado más que morirse.
Los justos se van al cielo mientras el impostor
sigue en la calle comiendo garbanzos.
Si ésta fuera una película con
buen guión y no una charlotada saldrían muchos Curros Jiménez a ponerle
las esposas a ese comunista de potaje; se haría justicia. Pero como
vivimos en la democracia de la que abomina, ahora el hombre puede estar
rascándose la entrepierna ante un ventilador pidiendo una tapita de
garbanzos. Garbanzos para los pobres, decían los integrantes de su
pandilla basura cuando asaltaban un Mercadona.
¿Pobres? Bien sabe de lo
que habla Gordito acostumbrado a viajar en «business» y cobrar dos
sueldos. Pobre Curro Jiménez al que ya no le quedaron fuerzas para
dejarse las patillas y darle su merecido en un último intento de tapar
nuestras vergüenzas.
Fuente: 9 Agosto 12 Pedro Narváez
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