De buenas a primeras, nos enteramos los
ciudadanos de a pie que nuestro país es una empresa, con una marca
“España”, que últimamente no se vende muy bien; por que nos la han
arruinado.
Nos percatamos, en un inciso de nuestro
estado de bienestar, de que nos han creado unos problemas cuantiosos:
Desarticulación del tejido industrial –que se tarda años en
reconstruir-, con la acumulación lapidaria de parados –cinco millones-.
La falta de beneficios industriales y, por lo tanto, de recaudación
publica. Lo que trae la consiguiente pérdida de servicios, a veces
imprescindibles para la ciudadanía; en sanidad, cultura, educación y
otros tan elementales como vivienda, alimentos, agua luz y teléfono, de
los que tan bien nos hemos servido con asiduidad –incluso regalando- en
los últimos años.
Ahora comprendemos lo que ha
significado, para nosotros, la globalización y la caída de las políticas
proteccionistas, frente a los mercados emergentes del tercer mundo. Y
lo que esto nos ha supuesto, con el cierre de mas de 500.000 empresas,
en nuestro país – ¡Casi nada!
En un improvisado acto de contrición,
reconsideramos, que hemos estado durante años derrochando en la mejor
sanidad del mundo, donde a una persona recién inmigrada se le hacían
intervenciones del tipo “Houston” americano, absolutamente gratis. Y
otra multitud de lindezas y derroches que no enumerare para no cansar.
Reconocemos, también, que hemos estado votando a aquellos partidos
políticos que mas gasto eran capaces de desarrollar –en sus cuatro años
de ejercicio-, en forma de edificios públicos, subvenciones de ideas
quiméricas y gasto en innumerables servicios que, en muchos casos,
rallaban el fastuoso lujo.
Indagando, descubrimos que tenemos un
estado muy tecnocrático y muy caro. Que es capaz de elaborar un mayor
número de leyes, que cualquier otro del planeta –que nadie cumple. Y,
también, de que contamos con el tejido parlamentario y político más
extenso del orbe. Por encima, incluso, de países tan enormes como Rusia,
Australia o Brasil. Con 18 parlamentos y todo lo que eso conlleva.
Resulta que hay, en España más directores generales y jefes de negociado
que en todo el continente africano, desde El Estrecho De Gibraltar
hasta el Cabo de Buena Esperanza.
Hasta hace muy poco había más
guardaespaldas contratados en España que entre las dos Alemanias, en
plena guerra fría, y casi tantos embajadores –entre estatales y
autonómicos- como entre todos los países Europeos.
Poseemos, en fin, un estado ruinoso en
su gestión, e imposible, absolutamente, de mantener en su dimensión
actual. Y, por si esto no fuese suficiente; tenemos unas autonomías que,
entre todas, poseen más empresas públicas que la Rusia de Gorbachov. En
fin, Tenemos mas fuerzas policiales, entre autonómicas y estatales, que
Estados Unidos –sin contar las municipales
Descubrimos sorprendidos como, aun teniendo un sistema educativo
costosísimo y masificado en docentes y tecnócratas, contamos con un
nivel educativo espantoso y de los peores del mundo, en cuanto a
resultados obtenidos.
Nos damos cuenta que hemos montado una
economía basada en la subvención y en la competencia desleal. Donde casi
nada funciona por si mismo y en base a sus propios recursos.
Con este panorama nadie puede estar en
la seguridad de mantener sus ingresos a futuro. Sin embargo, hay
colectivos que siguen instaurados en sus inamovibles ventajas y
prebendas. Este es el caso de los servidores públicos. Quienes ganan,
prácticamente lo mismo que antes de la crisis. Pero, con la salvedad de
que les cuesta todo mucho mas barato –un chollo.
Esta situación, de no cambiarla, nos
llevara a un profundo pozo de donde no saldremos durante generaciones.
Debemos, los ciudadanos –padres de familia, parroquias, sociedades
vecinales y profesionales- exigir de nuestros políticos un drástico
cambio.
Un cambio hacia un estado mas uniformista y rentable en su
gestión –“economía domestica”. Con unos gestores sobrios en sus propias
dadivas y que prediquen con el ejemplo. En una política hecha bajo
premisas de rentabilidad y de esfuerzo -demostrable y patente- de
nuestros gestores públicos. Desterrando para siempre, del ejercicio
político bravucón y la demagogia barata del siglo IXX, que tan bien se
ha instaurado en nuestro sistema.
Solo los ciudadanos, unidos, seremos
capaces de hacer que se produzca el cambio. Un cambio, de entrada, en el
que nuestros gestores no están, para nada, interesados. Pues atenta
contra el estado de bienestar de estas nuevas castas surgidas de entre
las filas de los Servidores Públicos -“Gastadores Profesionales”. No se
trata de recortar si no de evitar Hay que crear una conciencia social
del ahorro. Eso no lo puede conseguir el gobierno de una nación, sin
esta evolución radical en su funcionamiento y sin el apoyo,
consiguiente, de la población. Para concienciar hay que predicar con el
ejemplo. Los ajustes, si queremos que sean efectivos, los deberemos de
hacer primero en nosotros mismos y nuestras mas intimas necesidades.
No se le pueden pedir sacrificios desde
la excelencia que da la plutocracia. Hay que estar con el pueblo que
sufre. Hay que recuperar la figura de censor, del inspector y del
auditor de las cuentas públicas; que fueron defenestrados por los
últimos gobiernos de izquierdas, de nuestro suelo patrio. Hay que
castigar las malas actuaciones con contundencia. Hay que castigar al
ladrón aprovechado del erario con firmeza. Hay que satanizar el mal
gasto público con sanciones ejemplarizantes. Hay que castigar al
parasito, al prevaricador, al estafador y al derrochón de las arcas
públicas.
…Y hay que votar, en conciencia, al austero, al trabajador esforzado y muy bien preparado para su difícil labor.
¡…Y después de esto, que Dios reparta suerte!
Fuente:
Carlos Amat
www.navarraconfidencial.com