El antropólogo James Ferguson, de la Universidad de
Stanford, contaba hace algún tiempo un chiste delicioso. Un turista
gringo entra en un bar de Tijuana, en México, y observa con sorpresa la frialdad con la que le tratan los parroquianos del lugar.
En
busca de una explicación, se acerca a un mexicano apostado en la barra y
le pregunta si no podrían tomar unos tragos juntos. El mexicano rehúsa
diciendo:"‘Mire, ustedes los gringos vinieron aquí en 1840 y nos quitaron la mitad de nuestro país. Ahora se sientan allí -señalando al otro lado de la frontera- con sus coches, sus piscinas y sus rascacielos, mientras nosotros aquí nos sentamos sobre nuestra pobreza. ¿Por qué debería beber con usted?", le recrimina.
El
gringo responde: "¿Me quiere decir que todavía, casi dos siglos
después, no pueden perdonarnos por llevarnos la mitad de su país?".
"No", responde el mexicano. "Yo puedo perdonar eso. No es fácil, pero
incluso puedo perdonar que ustedes se llevaran la mitad de nuestro país.
Pero hay una cosa que no puedo perdonar".
"¿El qué?", pregunta intrigado el gringo. "Lo que no puedo perdonar es que no se llevaran también la otra mitad".
A
la política española le empieza a suceder lo contrario que al chiste
del mexicano y del gringo. La mitad del sistema político -el Partido
Socialista- purga penas en la oposición tras una nefanda etapa de
Gobierno. Y es probable que no salga del averno en muchos años.
Mientras que la otra mitad -el Partido Popular- pasa sus horas más bajas
de credibilidad por culpa de la corrupción. Y, en menor medida, de la crisis económica.
No
parece haber salvación, por lo tanto, al otro lado de la frontera (en
este caso política); y eso explica que la confianza en todo el andamiaje institucional levantando
con mimo en la Transición esté hoy en cuestión. O mejor dicho, esté hoy
hecho unos zorros por culpa de tener la peor generación de políticos de
la democracia. Nunca antes tanta mediocridad había llegado al poder.
Todas y cada una de las principales instituciones del Estado están hoy bajo sospecha: la Casa Real; el poder judicial (su presidente tuvo que dimitir por gastos indebidos); los partidos políticos que han gobernado este país en los últimos 35 años; los sindicatos (como revelan las encuestas de opinión); los empresarios (su anterior jefe continúa entre rejas) y, por supuesto, el sistema financiero, culpable en buena medida de la catástrofe económica. Casi nadie se salva de las iras de la opinión pública. El todos a la cárcel de Berlanga como supremo instrumento de la acción política colectiva.
Arar con estos bueyes
Un
panorama sombrío que no invita, precisamente, al optimismo. Sobre todo
si se tiene en cuenta, como aseguraba recientemente el profesor Fernando Vallespín,
que una clase política “no se improvisa”, lo que quiere decir que
España tendrá que arar con estos bueyes -en el sentido metafórico del
término- durante mucho tiempo.
España, en realidad, lo que hace
estos días es mirarse ante su propio espejo. Históricamente se ha
pensado que la corrupción política era un fenómeno de países subdesarrollados, pero ahora -con casi 30.000 dólares de renta per cápita- resulta que es un mal endémico. Forma parte de nuestro ADN.
Sin
embargo, guste o no, la estabilidad política en la inmensa mayoría de
los países democráticos pasa por la existencia de dos grandes partidos
que se alternan en el Gobierno. Y cuando se rompe ese equilibrio de forma determinante, lo que llegan son procesos autoritarios o el caos político.
Aparece también una tercera opción no menos indeseable: la imposición
desde fuera de soluciones de emergencia que pisotean la democracia,
como sucede en los países en los que se ha nombrado a un jefe del
Ejecutivo ‘independiente’ que no responde al ideal democrático.
Y este es, en realidad, el problema de fondo del actual estado de shock
de la sociedad española: el cuestionamiento de todo el sistema
político. La mayoría de la opinión pública está convencida de que no hay ejemplaridad.
Y sean ciertas o falsas las acusaciones, lo cierto ésa es la única
verdad para millones de españoles. ¿Empujados por alguien? Según una
ministra de Rajoy, “alguien está pretendiendo revisar todo el
modelo democrático, y yo no estoy dispuesta a dejar a mis hijos una
mierda de país” (sic).
Una mano negra o ajuste de cuentas en el partido
¿Verdad
o mentira? Estamos ante una estrategia de la tensión sostenida de forma
taimada por una mano negra (ahí están las manifestaciones ante las
sedes del PP) o España asiste a un simple ajuste de cuentas entre
facciones del partido que gobierna. O, por el contrario, todo es más
sencillo. España es un país con altas dosis de delincuencia económica
entre sus élites. No sólo de sus dirigentes políticos: empresas del
Ibex (el ladrillo, siempre el ladrillo) aparecen entre quienes sobornan a
funcionarios públicos. ¿A cambio de qué? ¿Seguirán contratando con el
sector público si se demuestra que compraron favores?
Un recorrido por las redes sociales
revela, sin duda, que hay razones objetivas para tanto malestar. Nada
indica que la sociedad española esté pasando por un episodio de acracia
injustificado. Y es que no sólo el incendio está en Internet. Nunca
como hoy ha interesado tanto la cosa pública en la calle. En los
mercados, en los tajos, en el corto recorrido de un trayecto en
ascensor, se habla a espuertas de política. O mejor dicho, de la mala política
que destila la corrupción, aderezada con enormes dosis de crisis
económica que hacen el ambiente irrespirable. O inhabitable. como dijo
ayer Rajoy.
Todo el sistema político está hoy bajo sospecha, y eso, como sostiene muchos politólogos es la antesala del fascismo moderno. El mejor caldo de cultivo para que emerjan soluciones populistas o falsos nacionalismos es, precisamente, la apertura de causas generales contra todo el sistema político. Un modelo propio de la Inquisición que
ya conoció este país durante siglos, cuando se abrían procedimientos
sin que el reo conociera de qué se le acusaba."Todos los políticos son
iguales", se puede oír estos días de forma frecuente. Como si la clase
política -el término casta ha hecho furor entre la población española- fuera ajena al entramado social. Ignorando, como decía Max Weber, que “políticos ocasionales lo somos todos nosotros cuando depositamos nuestro voto o cuando protestamos en una reunión política”.
Sin
duda que detrás de esta desconfianza en la política está el sistema de
extracción de unos dirigentes que en demasiadas ocasiones han hecho de
la cosa pública su profesión, pero no a partir de un proceso basado en
la meritocracia o el talento, sino mediante el amiguismo y el clientelismo político (ahora se llama networking), lo que ha generado la existencia de camarillas que se sienten impunes con tendencia a la protección mutua.
En el seno de los partidos casi siempre triunfa la ley de la omertá. La ley del silencio. Nadie denuncia nada por miedo al escándalo político. Y el caso Bárcenas es
un buen ejemplo de ello. Probablemente, los alumnos de ciencia política
lo deberían estudiar en las facultades. Como aquella frase lapidaria
esculpida por Francisco Hernando, ‘el Pocero’, revelada en una
grabación mientras hablaba con el alcalde de Seseña (Toledo): “Tú eres
tonto, eres el único alcalde honrado de España”.
Si es cierta la
interpretación de los hechos que ha dado por buena la mayoría de la
opinión pública, resulta que el gerente de un partido -posteriormente
ascendido a tesorero- entregó decenas de sobresueldos en mano (hay quien
dice que existen los correspondientes recibís), aparentemente en negro,
a avezados y experimentados dirigentes políticos; y ninguno de ellos
dijo nada. Ni siquiera Rodrigo Rato, por entonces vicepresidente
económico, y, por lo tanto, máximo responsable de la Hacienda pública.
¿O es que a nadie le sorprendió que los gastos de representación no
tuvieran la correspondiente retención fiscal, como marca la ley, al
contrario que las dietas? Raro, raro.
Si el dinero era opaco
fiscalmente, se supone que no podía salir por los canales legales de
distribución -cheque al portador o nominativo o transferencia bancaria-
por lo que se entiende que las entregas serían en billetes contantes y sonantes.
¿Ninguna secretaria o ningún empleado del PP, sospechó nunca nada
durante tantos años del presunto latrocinio? ¿Qué pasa en los partido
para que haya tanto silencio? O es que es realidad todo es un montaje de
Bárcenas para meter miedo y protegerse ante los dirigentes populares.
¿Nadie en el PP impidió a Bárcenas llevarse las pruebas del delito
-como se hace en cualquier empresa cuando hay un despido- cuando fue
expulsado como tesorero del partido? Raro, raro.
Políticos y Código penal
No es, desde luego, un asunto nuevo. Exactamente igual le sucedió al PSOE en tiempos de Filesa. Y al partido de Durán i Lleida. Y a la Convèrgencia catalana que en comandita dirige la saga de los Pujol. Antes los enemigos eran exteriores -prima de riesgo, Merkel, Banco Central Europeo- ahora son interiores.
España cava su propia tumba. Y lo hace a conciencia. El Código Penal fue corregido
a mediados de 2010 para evitar que “las administraciones públicas
territoriales e institucionales, los organismos reguladores, las
agencias y entidades públicas empresariales, los partidos políticos y
los sindicatos” no pudieran tener ninguna responsabilidad penal. Desde
el pasado 17 de enero, ha desaparecido esa no imputabilidad. Pero ya es demasiado tarde. Las leyes penales no son retroactivas. Alfombra roja para los delincuentes.
Con
razón Weber planteaba -no como oposición sino como una misma idea
compatible entre sí- la necesidad de que los políticos vivan para la política, pero también de la
política. De lo contrario, un país acabará convirtiéndose en una
plutocracia, donde sólo los ricos podrían gobernar. O lo que es peor,
muchos vivirán “del botín, del robo o de las confiscaciones”.
Es
por eso, decía el científico alemán, que quien vive para la política
tiene que ser económicamente libre; esto es, sus ingresos no han de
depender exclusivamente del partido. Porque si eso ocurre, los inductores
del mal tenderán a guardarse pruebas con las que emponzoñar y corromper
al resto del partido. En última instancia lo que ha habría venido
haciendo Bárcenas o los otros bárcenas que han pululado por este país.
El problema es todavía mayor si se tiene en cuenta que estamos ante un incentivo perverso.
Como han sostenido los investigadores de la corrupción política, la
democracia no tiene precio, pero si unos costes de funcionamiento que
hay que atender. Y no hay duda de que los partidos que más gastan en
campañas electorales tenderán a situarse en mejor posición en el mercado
de las ideas y de la persuasión política. Expulsando de esta manera a
quien cumplen la ley.
Esa, en última instancia, es la mayor
perversión del ennegrecido sistema de partidos, y por eso la corrupción
política –manifestada a través de diversas formas: cobros ilegales, transfuguismo, nepotismo-
es más reprobable socialmente que la simple corrupción económica.
Precisamente, porque busca mantener en el poder a quienes gobiernan
mediante procedimientos ilegítimos. No es un problema económico es un problema moral.
Es, sobre todo, un problema democrático. Lo que está en juego ahora es
la propia existencia del sistema democrático, que sólo puede regenerarse
mediante un nuevo proceso constituyente. Y Rajoy, todavía, tiene tiempo
para convocar a los estados generales con ese objetivo. Salvar la
democracia.
Weber, siempre Weber, lo resumió de forma impagable.
"Es políticamente un niño", decía, ‘aquél que considera que de lo bueno
sólo puede resultar el bien; y de lo malo, sólo el mal”. Bárcenas lo
demuestra.
el confidencial.com
N.R.: No podemos dejar de hacer algún comentario a este artículo de EL CONFIDENCIAL
Estoy muy de acuerdo que el que viva de la política tiene que ser económicamente libre, pero sus ingresos no pueden ser tan elevados y distorsionados con la realidad de la nación donde realiza su actividad.
La justificación que hace el autor del BIPARTIDISMO me parece muy fuerte:
"Sin
embargo, guste o no, la estabilidad política en la inmensa mayoría de
los países democráticos pasa por la existencia de dos grandes partidos
que se alternan en el Gobierno. Y cuando se rompe ese equilibrio de forma determinante, lo que llegan son procesos autoritarios o el caos político".
Pues vivimos en un sistema donde el bipartidismo ha acomodado hasta la ley electoral a su conveniencia y decir que romper el bipartidismo es llegar a procesos autoritarios y al caos político... opinión de Carlos Sánchez muy respetable, pero vivimos ya en un caos político y en bipartidismo, y hay muchos ejemplos de buen gobierno incluso en países europeos donde no existe caos alguno.
Cuando los partidos "bipartidistas" se reparten el "pastel" como parece ocurrir en España, este ciudadano cree legítimo impulsar nuevas vías de hacer la política de otra forma.
Que existan partidos con fuerza suficiente para impedir el abuso de los poderes, no solo lo veo bueno, sino necesario"
Dario Pozo Ruz.
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