jueves, 28 de febrero de 2013

Inquietante y devastadora renuncia de Ratzinger

 



La falta de 'vigor' físico y espiritual la ha transformado Benedicto XVI en una enorme fortaleza. Porque, al no poder hacer frente a lo que él ha denominado “suciedades de la Iglesia” -le angustiaban-, las ha dejado al descubierto con su renuncia. 

El anterior parece ser un diagnóstico ampliamente compartido sobre la significación de la abdicación del Papa que rompe una tradición de más de cinco siglos en la Iglesia católica. El “pastor rodeado de lobos”, según feliz metáfora del Corriere della Sera, ha ganado terreno hasta en la intelectualidad agnóstica y descreída.

El artículo de Mario Vargas Llosa (“El hombre que estorbaba”) y el de Paolo Flores d´Arcais (“Un lugar para un papa emérito”), ambos publicados en el diario El País, rezuman admiración por el Pontífice dimisionario. Los dos intelectuales, de confesada increencia, se felicitan de que Ratzinger haya abordado la pederastia -autores y encubridores, hayan sido sacerdotes o prelados- hasta donde sus fuerzas se lo han permitido y, al mismo tiempo, han subrayado el arrojo del Sumo Pontífice al imponer las cuentas claras en el IOR vaticano pese a las zancadillas de una parte de la curia, que no le ha sido ni colaborada ni fiel.  

Sin embargo, que la decisión de Benedicto XVI haya sido la de renunciar para desembozar a los corruptos, a los insidiosos y a los delincuentes, no deja de ser alarmante para la comunidad católica, pero también para el mundo. La Iglesia ha sido la gran civilizadora de Occidente, el mejor vehículo cultural de los siglos oscuros medievales, la suministradora de valores morales transmutados en laicos en las sociedades modernas, la referencia de la trascendencia del hombre y la representación constante de una idea de Dios. 

Que Joseph Ratzinger decline por su magistratura por ancianidad es una tragedia, no por el hecho en sí -tan humano, tan lúcido y tan generoso- cuanto porque sus ojos cansados y su pulso tembloroso no han podido soportar tanta basura acumulada que a él ha debido parecerle tan insufrible y maloliente.

Escribe Vargas Llosa esto tan terrible: “La decadencia y mediocrización intelectual de la Iglesia que ha puesto en evidencia la soledad de Benedicto XVI y la sensación de impotencia que parece haberlo rodeado en estos últimos años es sin duda factor primordial de su renuncia, y un inquietante atisbo de lo reñida que está nuestra época con todo lo que representa vida espiritual, preocupación por los valores éticos y vocación por la cultura  y las ideas”. 

Es verdad. Y lo es tanto que el catolicismo -más aún, la espiritualidad inmanente a lo humano- se agosta en Europa y es feraz en las áreas jóvenes del planeta a través de nuevas creencias, sectas y disidencias ante las que la Iglesia no sabe o no puede competir. 


Para el filósofo italiano Paolo Flores d´Arcais “Vatileaks, el escándalo de las filtraciones de documentos reservados, no es más que la punta del iceberg, lo que hemos podido llegar a conocer nosotros, los comunes mortales, pero Benedicto XVI ha podido abrazar por entero, en su devastadora amplitud, y el informe de los cardenales Herranz, Tomko y De Giorgi debe haberle dejado literalmente desolado, sobre todo porque en todas las nauseabundas intrigas que desfiguran el rostro de la Iglesia (palabras literales del Papa) está siempre metido hasta el cuello su más estrecho colaborador desde los tiempos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Tarcisio Bertone (…)”.

 Palabras estas difícilmente rebatibles porque el Pontífice antes de marcharse hoy a 'esconderse' del mundo, se ha tomado el cuidado de retirar al segundo de la Secretaría de Estado -longa manu de Bertone- enviándole de nuncio apostólico a Colombia. Ha tumbado también la presencia del único cardenal británico en el cónclave (O´Brien) y todos esperamos que a él no asista el cardenal Mahony, confeso encubridor de pederastas y recluido a la privacidad por el ordinario de Los Ángeles al que está ahora sometido.

Inquieta la renuncia del Papa porque confirma los peores temores y nos desposee de un instrumento -él mismo- para combatir los miedos que aquejan a los católicos por las “suciedades que desfiguran el rostro de la Iglesia”.

En estos tiempos de mediocridad, de desprecio intelectual, de vulgaridad y codicia, Joseph Ratzinger era un Papa luminoso, discreto, intelectual, elegante, transparente y santo. Al refugiarse del mundo sobre el que ha desempeñado su tutela moral en una clausura silente, deja una devastadora inquietud de la que nos advierten los agnósticos de alma elevada -como Vargas Llosa o Flore d´Arcais- y callan sin embargo los publicistas católicos que, tan curiales como los que han traicionado al Papa, persisten en negar las evidencias y exculpar a los delincuentes.


Benedicto XVI recuerda en estos momentos al Cristo que, látigo en mano, expulsó a los mercaderes del templo.

Pero en vez de ira divina, Ratzinger se ha retirado proyectando luz sobre la tarea de su sucesor al que van a elegir -quiera Dios que más allá de sus previsiones- algunos de los que han protagonizado el calvario de este hombre justo cuya desaparición conmueve al mundo, pero alarma y devasta los espíritus de quienes lo tengan entrenado en la detección de los enormes peligros de totalitarismo inmoral que lo amenaza al orbe.

Fuente:  José Antonio Zarzalejos en el CONFIDENCIAL

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