Concepción Arenal,
que debió ser una mujer de armas tomar -asistía como oyente a clases de
Derecho vestida de hombre porque la Universidad estaba vetada para las
mujeres-, dijo en una ocasión una de esas verdades que conmueven. “Hoy
en España”, sostenía la escritora gallega, ¿qué remedio puede emplearse
contra los males que nos afligen o nos amenazan?”. Y la respuesta que
dió fue esclarecedora: “Ninguna dolencia social puede
combatirse con un remedio sólo; pero si se nos pidiera que señaláramos
uno nada más, aquel que juzgásemos de mayor eficacia, responderíamos sin
vacilar: la instrucción”.
Es evidente que
Arenal se refería a lo que entonces se entendía como instrucción
pública, y que hoy denominaríamos la enseñanza obligatoria; pero sin
duda que la palabra instrucción es hoy más necesaria que nunca. Falta pedagogía. Pedagogía política. Y cuando el ministro Montoro se empeña en disfrazar la realidad de la Hacienda Pública, lo que hace, en verdad, es ir a favor de la ignorancia.
Tiene
razón el ministro de Hacienda cuando dice que el sector público ha
hecho en 2012 un formidable esfuerzo de ajuste. Ahí están los 11.000 millones de euros largos en que se ha recortado el consumo público. Y ahí están, igualmente, los 11.200 millones que ha aumentado la presión fiscal, como reveló el presidente Rajoy en el Debate sobre el Estado de la Nación, y cuya cuantía demuestra un indudable coraje político. No debe ser fácil legislar contra quienes te han votado.
Todo
ello en un contexto fuertemente recesivo con una caída del PIB
equivalente al 1,4%, lo que aporta, si cabe, más valor a lo logrado en
2012. Con el esfuerzo, como dijo el propio Rajoy, de toda la sociedad
española, que está aceptando el ajuste sin grandes fracturas sociales.
Algún día, cuando la recesión escampe, se medirá la importancia que han
tenido la cohesión social y las políticas de igualdad (con todas sus limitaciones) para superar esta crisis, un valor que algunos desprecian.
Pero
si el Gobierno quiere transmitir fielmente el estado de la cuestión, la
necesaria instrucción pública que reclamaba Concepción Arenal, es
ridículo seguir diciendo que el déficit público fue en
2012 equivalente al 6,74% del PIB. Fue del 10% incluyendo las ayudas al
sector financiero. Y esa es, en realidad, la cifra que se trasladará a
Bruselas, como por cierto hicieron Irlanda, Holanda o Bélgica cuando
tuvieron que destinar ingentes recursos públicos para sanear su sistema
financiero. O la misma España en 2011 (casi medio punto de PIB). Pero no
por un capricho estadístico de los funcionarios de
Eurostat, sino porque el Reino de España ha tenido que endeudarse en al
menos en esa cantidad para financiar el déficit presupuestario. Esa es
la prueba del nueve.
Un homenaje a la verdad
Lo relevante no es, por lo tanto, lo que se diga
en público, sino lo que se pague a los mercados, que son quienes
financian el enorme agujero fiscal. Y no hay que olvidar que en los
últimos cuatro trimestres las necesidades de financiación del sector público en términos de Contabilidad Nacional equivalen exactamente
a 104.593 millones (el 10% del PIB). Ese es el déficit que hay que
financiar, y, por lo tanto, el que debe trasladarse a la opinión
pública, aunque sea como un homenaje a la verdad. Y el primer paso será
una profunda revisión del escenario macroeconómico 2013 que, sin duda, el Gobierno anunciará en los próximos días.
Aunque duela, esta es la realidad de las cifras. Lo demás son juegos florales que sólo pretenden disfrazar el drama
de un país que sigue endeudándose a velocidad de vértigo (más de 4.000
millones de euros a la semana), y que si no toma conciencia de la
dimensión del problema bajo el amparo de medias verdades, es muy
probable que tarde más de la cuenta en salir del hoyo. Como hace, por
cierto, la sociedad italiana, incapaz de asumir que un país que destina
cada año el 5% de su PIB a pagar el servicio de la deuda es, simplemente
inviable. Por eso, sólo por eso, al margen de una
lamentable arquitectura institucional, Italia es el país de la UE que
menos ha crecido en las dos últimas décadas. Y España va camino de
seguirla si no se frena el recurso fácil al endeudamiento público, un
problema que hace pocos años se veía como una cuestión menor, pero que
hoy es el gran reto de la economía.
Uno de los antecesores más ilustres de Montoro, Juan Bravo Murillo,
(la verdad es que no ha habido muchos), lo expresó en 1865 con toda
claridad, y eso dio lugar a una de las reformas de la administración más
fructíferas: los cambios que se aprobaron en tiempos de Bravo Murillo
duraron casi un siglo. “No hay que cerrar los ojos a la luz”, decía el
político extremeño. “La situación de la Hacienda Pública es crítica y
apurada; debiendo reconocerse, y es digno de elogio, la abnegación de
los beneméritos patricios que, tomando a su cargo en
tales circunstancias la dirección de los negocios públicos, arrostran
grandes dificultades y peligros; pero se necesitan muy fuertes y muy
eficaces remedios para contener la progresión del mal y evitar el cataclismo que nos amenaza”.
Siglo
y medio después, la situación de la Hacienda Pública vuelve a ser una
calamidad, y por eso resulta pueril hacer juegos malabares con las
cifras macroeconómicas. Ni el sector exterior se está comportando de forma tan positiva como se dice -como magistralmente resume este imprescindible escrito de Juan Carlos Barba- ni se están haciendo las reformas que el país exige.
Preguntas y más preguntas
La
Agencia Tributaria sigue siendo un coladero para multitud de
defraudadores, mientras que la Administración -sobre todo la
territorial- sigue en pie como un tributo al exceso. ¿Dónde están las privatizaciones? ¿Por qué no bajan los pisos para estimular el mercado inmobiliario? ¿Por qué los industriales españoles pagan mucho más cara la energía que sus competidores? ¿Por qué no hay ningún incentivo verdaderamente eficaz para contratar un joven? ¿Por qué se siguen construyendo aves a ninguna parte? ¿Por qué la inflación española sigue siendo tan elevada en medio de una brutal recesión?...
Y por eso, asumir que el mayor triunfo de la política económica es la corrección del déficit de balanza de pagos es simplemente el recurso más fácil. La realidad es mucho más cruda de lo que se dice.
Aunque el sector exterior vaya a cerrar este año con superávit
-sin duda una buena noticia-, lo cierto es que este excedente no deja
de ser un flujo monetario, por lo que lo relevante es el stock
acumulado. Y tantos años de desenfreno han llevado al país a tener una deuda neta
con el exterior equivalente 955.700 millones, una cifra de vértigo que
hay que relacionar con los 10.000 millones de superávit que puede tener
la economía española en 2013 en el mejor de los casos. Esa comparación
ilustra la dimensión del problema.
A veces se olvida que en medio de un
brutal ajuste -3,5 millones de empleos destruidos en solo un quinquenio- y una fuerte restricción del crédito, España apenas ha podido reducir su endeudamiento neto exterior
en 26.500 millones de euros desde el máximo del cuarto trimestre de
2009, cuando se alcanzaron los 982.200 millones. Y engañarse sobre estas
cifras es, simplemente, como suele decirse, hacerse trampas en el
solitario.
¿Qué quiere decir esto? Pues simplemente que los datos
ponen de manifiesto que la combinación de una deuda pública enormemente
alta -que en 2014 representará el 101% del PIB-, como acaba
de estimar la Comisión Europea, y un endeudamiento exterior neto muy
elevado -más del 90% del PIB- es una combinación letal que
necesariamente conducirá al país a la frustración si se
quiere hacer creer a la nación que la realidad es distinta de como es.
Sobre todo cuando se tiene al 26% de la población activa en paro y con
un problema estructural en su modelo educativo, absolutamente desconectado del sistema productivo.
Ya Ortega
denunciaba hace mucho tiempo la tendencia innata de los españoles a
engañarse. “¿Quiere decir que mis pensamientos sobre España son pesimistas?”,
contestaba a uno de sus críticos. “Algunas personas los califican así;
pero yo no veo que el pesimismo sea, sin más ni más, censurable. Son las
cosas a veces de tal condición que juzgarlas con sesgo optimista equivale a no haberse enterado de ellas”. Palabra de filósofo.
Fuente: Carlos Sánchez de EL CONFIDENCIAL
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