El pasado lunes, Toni Cantó,
diputado de UPyD por Valencia y portavoz de su partido en las
comisiones de Interior e Igualdad del Congreso, lanzó el siguiente tuit: “La mayor parte de las denuncias por violencia de género son falsas.
Y los fiscales no las persiguen. Las estadísticas están sesgadas”.
Dicho de esta forma, la afirmación de Cantó era una enormidad. Pero, al
poco tiempo, y también en su perfil de Twitter, el diputado pidió perdón.
Reiteró sus excusas -sin ahorrarse adjetivos contra sí mismo- en el
propio Congreso, en el que ha sido reprobado en las dos comisiones en
las que representa a su formación.
No ha bastado:
determinadas organizaciones políticas y feministas quieren que dimita,
que se vaya, que deje el escaño. Seguramente, Toni Cantó -que no está
imputado por corrupción alguna, que tampoco está sometido a
investigación de ninguna clase- no merece perdón así lo pida cien veces y
se disculpe otras tantas y se flagele por su irresponsabilidad. De lo
que se deduce que estamos ante un linchamiento político de un outsider de la política -como algunos otros de UPyD- a los que los profesionales de la cosa no perdonan su injerencia.
Mi amigo y admirado compañero Santiago González -columnista que fue de El Correo cuando dirigí aquel también querido periódico y ahora brillante pluma de El Mundo-
es un profesional avezado con una memoria de paquidermo y ha echado
mano de la hemeroteca. De ella ha extraído una muy oportuna tesis en su
blog: algunos de los que condenan sin clemencia a Cantó callaron -y hasta votaron- cuando Jesús Eguiguren fue elegido presidente del Partido Socialista de Euskadi.
Se da la circunstancia de que el político vasco fue condenado en 1992 a diecisiete días de arresto por pegar a su esposa.
González aporta en su blog los recortes de prensa que por aquel
entonces dieron cuenta de la condena. Eguiguren se arrepintió de haber
maltratado a su mujer y sus colegas y los ciudadanos le perdonaron.
Desde entonces, y hasta hace muy poco, su protagonismo político ha sido
excepcional en temas muy delicados.
Todos
esos profesionales de la política, ya añosos en los cargos, llevan años
perdonándose a sí mismos y a sus compinches y, en cambio, son incapaces
de hacerlo a un hombre que, errado pero humilde, pide un sincero perdón¿Por
qué se perdona a uno y no a otro? ¿Es más grave errar en una afirmación
irresponsable que resultar condenado por violencia machista? ¿Qué juego
es este en el que se aplica toda la severidad posible, desde el PP a
IU, a unos mientras otros en sus filas se retrepan en los escaños siendo
corruptos presuntos y probados? ¿Cómo es que se ensañan con Cantó y
defienden a imputados por prevaricación, por cohecho, por tráfico de
influencias…? ¿A qué se debe esta inmensa y nauseabunda hipocresía?
No conozco a Toni Cantó. Es un buen actor. Le recuerdo en Razas,
representada en las Naves del Español del Matadero de Madrid en enero
de 2011, obra en la que ejecutó una magnífica interpretación. Me parece
un tipo que ha cambiado su profesión de actor -de muy buen actor- por el
de político y que, pese a sus errores (como el de esa afirmación en
Twitter), es persona desenvuelta, buen orador y hombre cercano, como
otros muchos en UPyD a los que conozco bien y de los que tengo un alto
concepto: Irene Lozano (una gran ensayista), Carlos Martínez Gorriarán (un profesor valiente y competentísimo que se enfrentó en Basta Ya a ETA y a sus corifeos) o David Ortega
(un catedrático joven y honrado que se bate el cobre en el Ayuntamiento
de Madrid).
Me da la impresión de que son políticos que molestan porque
intentan salirse del circuito profesional. La intervención de Cantó en
la defensa de la Iniciativa Legislativa Popular para declarar los toros bien de interés cultural
fue espléndida pero, por razones sospechosas, se entresacó una frase
que le atribuía poco menos que desprecio a los animales cuando su
discurso era correctísimo desde el punto de vista antropológico, legal y
cultural.
Con la lluvia de mierda que está cayendo sobre este
país y que afecta a todos -titulares de altas magistraturas, miembros
del Gobierno y de la oposición, ediles y diputados autonómicos-, la
indignación ante el error de Cantó suena a impostada y sobrecoge la
capacidad de infinito cinismo para ver la paja en el ojo ajeno e ignorar
la viga en el propio. Si todos los que acusan con saña a Cantó pidiesen
perdón con la humildad y reiteración con la que lo ha hecho el
valenciano, este país sería distinto. Porque uno de los defectos más
generalizados en la clase política es la soberbia jupiterina, la prepotencia y el desprecio a los ciudadanos.
Les ocurre lo que decía San Francisco de Sales
que “es común que quienes se perdonan demasiado son más rigurosos con
los demás”. Exactamente: todos esos profesionales de la política, ya
añosos en los cargos, llevan años perdonándose a sí mismos y a sus
compinches y, en cambio, son incapaces de hacerlo a un hombre que,
errado pero humilde, pide un sincero perdón. Quizás el caso Cantó ilustre bien sobre la villanía en la vida pública española.
Fuente: Jose Antonio Zarzalejos en el CONFIDENCIAL