La noche del 20-N de 2011 me encontraba invitado por Carlos Cuesta en su tertulia La vuelta al mundo. Mariano Rajoy Brey, como no podía ser de otra manera después del desastre Zapatero,
había ganado las elecciones. Hasta el Pato Donald lo habría logrado.
Ello, unido a la conquista de la casi totalidad del poder municipal y
autonómico seis meses antes, le confería un poder que ningún otro jefe
de gobierno había detentado desde la infausta Transición. Una ocasión
histórica para cambiar el rumbo de una España económica, social y
políticamente desmantelada por un necio felón. Pero Rajoy no daría la
talla ni de lejos.
Como si de una maldición
bíblica se tratase, esta nación, en sus horas de mayor tribulación, casi
siempre ha acabado en manos de ineptos, cobardes o traidores que nos
llevan a la catástrofe. Desde Bermudo II de León a Enrique IV de Trastámara, pasando por Carlos II, Fernando VII, la Segunda República
o el gigantesco fraude de la Transición, por solo mencionar los
ejemplos más obvios. En el caso de Rajoy, los precedentes eran
inequívocos: su incapacidad y su cobardía estaban demostradas más allá
de toda duda razonable. Si no había sido capaz de poner orden en su
partido, cuyas CC.AA. y ayuntamientos se encontraban a la cabeza del
despilfarro y la corrupción, ¿cómo iba a ser capaz de poner orden en
España?
El discurso que siguió a la victoria fue desolador, una
colección de incongruencias, vaguedades y lugares comunes. Después de
ocho años en la oposición, carecía de proyecto económico alguno y, lo
que era peor, de proyecto de país. Así lo manifesté en su día. El resto
de contertulios, salvo honrosas excepciones como la del propio Carlos,
sectarios de una u otra cuerda o mercenarios del optimismo a sueldo del
poder, habituales en todas las tertulias, me pusieron de catastrofista
para arriba. “No le das ni un segundo de credibilidad”, me dijo una
conocida periodista. Estos autodenominados “analistas”, que lo mismo
opinan del PIB que de la Pantoja, no han hecho jamás una predicción
acertada ni un análisis que se tenga en pie.
Un rosario de mentiras e infamias
“Lo
que no llevo en el programa no lo hago”; “subir impuestos significa más
paro y mas recesión”; “nunca se ha salido de una crisis subiendo
impuestos”; “subir impuestos es darle una puñalada por la espalda a la
clase media”; “no daremos un euro a la banca y jamás crearemos un banco
malo”; “meteré la tijera en todo menos en las pensiones, la educación y
la sanidad”; “ yo no voy a hacer el copago”; “nunca abarataré el
despido”; “cerraré la mitad de las empresas públicas”; “ilegalizaremos
Bildu”… y así hasta la saciedad. Ha hecho todo lo contrario a lo que
prometió, lo que hace su mandato ilegítimo aunque sea legal.
Tras
su primera decisión, el Gobierno que iba “a sacarnos de la crisis” fue
un completo fiasco. Personas ayunas de saberes y experiencia, y lo más
inaudito, dos responsables de Economía en lugar de uno que, además, se
odian profundamente. ¿Pero dónde se ha visto tal despropósito? Luego,
improvisando sobre la marcha, lo que será la regla en el futuro, decidió
subir el IRPF al nivel más alto de Europa para recaudar 6.000 millones.
“No había otra opción” nos dijo. ¿Cómo que no había otra opción? ¿En un
Presupuesto de gasto de 470.000 millones no había opción alguna de
donde restar 6.000 millones? Con esas palabras, pasó de la mentira a la
infamia: el comienzo de la mayor sucesión de subidas de impuestos, de
tasas y de recortes sociales de nuestra historia para mantener intactos
los privilegios de las oligarquías.
Después,
y con un cinismo total, se rasgaron las vestiduras al “darse cuenta” de
que el déficit público no era del 6%. Cinismo, porque sabían desde
julio que el déficit superaría el 9%, y Montoro así me lo
confirmó en septiembre, ya que la mayoría de CC.AA. y Ayuntamientos eran
del PP y conocían su estado de ruina.
Después de tres meses de
“exhaustivos trabajos”, estos farsantes concluyeron que el déficit era
del 8,5% y así se lo comunicaron a Bruselas. Solo una semana después se
supo que el déficit de Madrid, como el de otros, estaba infravalorado y el total subía al 9%.
Tres meses más y el PIB se había sobrevalorado: el déficit subía al 9,4
%. Y lo inaceptable: 11.000 millones de pérdidas del robo del FROB no
estaban contabilizadas, total: 10,4%. ¿Cómo puede alguien confiar en
estos trileros?
Después, el rosario de mentiras y de infamias
crecería sin pausa, ni una sola medida a derechas, siempre lo contrario
de lo que España necesita. Sus intereses electorales se situarían
por encima de los intereses de España, algo que será una constante en
Rajoy, y paralizarían durante tres meses cualquier medida, incluidos los
imprescindibles Presupuestos para ayudar a un señorito andaluz inepto
y holgazán a ganar unas elecciones. Luego realizó una reforma laboral
en la que, con la mentira de que así se dejaría de destruir empleo, se
rebajaron los despidos y se precarizó el trabajo. Como no podía ser de
otra manera, el paro no ha cesado de crecer.
Para entonces, CC.AA.
y Ayuntamientos estaban al borde de la suspensión de pagos, una ocasión
de oro para haberlas puesto firmes. Increíblemente, Rajoy hizo lo
contrario: aseguró que no dejaría caer a ninguna y, no solo eso, que
“garantizaba la total independencia económica y decisoria de las
CC.AA.”.
Por primera vez en la historia del mundo civilizado, un
Gobierno de irresponsables renunciaba a decidir sobre la correcta
asignación de los dos tercios del gasto de la nación. Les soltó 15.000
millones de euros y luego otros 28.000 para pagar a proveedores con
nuestro dinero. Como era de esperar, esta tribu de despilfarradores
abandonó todos los planes de ajuste. Eso fue otra infamia.
Simultáneamente, estos insensatos decidieron el salvamento indiscriminado del sector bancario, en lugar de meter en la cárcel a los responsables del desastre. Otra gigantesca infamia. Tres rescates consecutivos, en los que cada uno era “el definitivo”, según De Guindos.
Para financiar estos dislates, Rajoy subiría impuestos y tasas,
recortando en Sanidad y Educación, lo que sin duda había que hacer, pero
no sin criterio ni análisis alguno. “Como sea”, fue su instrucción
(tenemos el mayor gasto en medicamentos de Europa, hemos pasado de un 18
% del gasto sanitario total al 31%), y ha endeudado brutalmente a la
nación. Después de los rescates multimillonarios, el crédito sigue hundiéndose y, como afirmaba el viernes S&P, la situación del sector ha empeorado. ¿Pero en manos de quién estamos?
Y luego la corrupción generalizada en todas las instituciones y a todos los niveles. Un ejemplo reciente: Madrid Arena. ¿Cómo concede las licencias el lobby
del Ayuntamiento que controla los espectáculos? ¿Dónde y cuándo se han
hecho concursos públicos limpios y transparentes, o es una mafia? Y
después, ¿cómo es que Botella, que dispone de una plantilla de 72 letrados, diez veces más que cualquier ayuntamiento de Europa, contrata a un carísimo bufete privado?
¿Va a pagar esta inepta despilfarradora la enorme factura? Esto ya no
es un país, es un piélago de corrupción con total impunidad, donde la
casta política es motor y gran beneficiaria, un sistema de
enriquecimiento ilícito como jamás se había conocido.
Están empobreciendo a millones
La
política de Rajoy es la misma que la de los curanderos medievales. Para
tratar a un moribundo su único remedio era sangrarle o aplicarle
sanguijuelas, lo que aceleraba su muerte. Es la terapia de Rajoy para
una España moribunda: comenzó sangrándola y mantiene la sangría con
cientos de miles de sanguijuelas. ¿Cómo nadie en su sano juicio puede
concebir que este dislate pueda conducir a algo distinto al desastre?
Rajoy ha bloqueado deliberadamente la reforma de un modelo de Estado
insostenible, ha decidido rescatar al sistema financiero a costa de los
contribuyentes en lugar de hacerlo a costa de sus acreedores y, para
ello, está dispuesto a expoliarnos y a endeudarnos para varias
generaciones. El deterioro económico y social de nuestro país es brutal,
están empobreciendo a millones, y la política de Rajoy solo intensifica
la recesión económica.
Han destruido 820.000 empleos, aniquilado la quinta parte de la riqueza de las familias, llevado a la pobreza a uno de cada cuatro niños, a que el 60% de los ocupados tenga salarios de supervivencia
(1), a que más de la mitad de los jubilados, aplastados a impuestos y a
tarifas de monopolio, malviva con pensiones de caridad, mientras el
ahorro huye en desbandada. Además, han elevado el déficit del Estado a
un nivel insostenible (los intereses de la deuda en 2013 se comerán el
13% de la recaudación), no han cerrado una sola empresa pública, una
sola televisión, una sola embajada, diputaciones o Senado, que no sirven
para nada, ni prescindido de un solo coche oficial, ni de uno solo de
los miles de asesores a 50.000 euros la unidad. En conjunto, ¡han subido
el gasto corriente en un 9%!
Rajoy nos devuelve a
los años 50, pero sin esperanza. En los años 50 (explico para los que no
los vivieron y tienen una visión completamente errónea de lo que fue
aquella época) teníamos menos de todo, pero teníamos algo impagable: mejorábamos día a día.
Cada año vivíamos mejor que el anterior, los hijos vivían mejor que sus
padres; los hijos de la familias más pobres, gracias a uno de los
sistemas de enseñanza pública mejores de Europa, disponían de un
excelente ascensor social hoy desaparecido. Una familia podía mantenerse
con el trabajo del padre, pero hoy tienen que trabajar los dos y no
llegan; estaba emergiendo una poderosa clase media, la misma que hoy
esta siendo destruida.
Hoy, la situación es justo la contraria.
Recorremos al revés el camino ascendente que iniciamos en los años 50.
En el último año, los salarios del 10% más rico han subido un 36%. Un
80% de las familias ha perdido renta real; el total de riqueza acumulada
en los últimos 20 años ha desaparecido; un 51 % de las familias, según
una reciente encuesta de la SER, ha perdido nivel social, una clase
media-alta que ha pasado a media a secas, y la mayoría, clase media que
ha dejado de serlo. Como consecuencia de la filosofía de saqueo y
prevaricación nacida en la Transición, España se ha convertido en el
país de Europa con mayores diferencias entre ricos y pobres.
Concretamente, la renta media del 10% más rico respecto al 10% más pobre
es hoy 12 veces mayor frente a 5 veces en los años 50. Nos han
convertido en un desierto industrial y vamos hacia el
tercermundismo y a la saturación de deuda. “Varias generaciones
pérdidas, trabajo escaso y mal pagado, y unos jubilados que solo podrán
aspirar a pensiones mínimas de caridad” (2).
En 1975, el PIB de
España relativo a los nueve países que entonces formaban la CEE, después
de “la gran era del desarrollo económico español” (3) de los 60, era
del 81,4%. Hoy, 37 años después, el PIB relativo a esos mismos países es
del 76%, utilizando el PIB oficial (utilizando el PIB real, que es un
11% inferior al oficial, es del 68%, cifra igual a la de 1964). El paro
real es del 26,7%, cuatro veces el del 59 (contando 711.000 emigrantes
más 181.000 parados). Peor aún, además de la destrucción de empleo, la
remuneración de los asalariados como parte del PIB ha caído al 46%, la
más baja de Europa, y sigue descendiendo rápidamente, frente al 63% en
1959. La burocracia, el enchufismo (el tamaño del Estado es el doble que
entonces) la especulación y los monopolios son los ganadores, frente al
esfuerzo y el trabajo bien hecho en los años 50.
Parafraseando a Juan Roig, presidente de Mercadona, lo único bueno del primer año de Rajoy es que será mejor que el segundo.
(1) Datos de la Agencia Tributaria, no el camelo del INE.
(2) España, destino tercer mundo, Deusto, Ramón Muñoz.
(3) Enrique Fuentes Quintana.