martes, 19 de febrero de 2013

LA IMPORTANCIA DE LLEGAR A SER UNO MISMO: Conocerse para descubrirse




En la mitología griega se narraba que Zeus, el más grande de entre todos los dioses, había lanzado desde el monte Olimpo dos águilas para que los hombres construyeran un templo en el lugar en el que esas dos águilas se posaran. Aquel lugar, aquel templo, serviría de puente entre los hombres y los dioses. Hoy, en la Grecia central, todavía se puede visitar ese lugar llamado Delfos. La historia revela que al menos una vez al año, los griegos mandaban a Delfos a un grupo de hombres para que escucharan el sabio consejo de sus dioses.

En el vestíbulo de entrada al templo había un curioso aforismo: “Conócete a ti mismo y conocerás la naturaleza del hombre y de los dioses”. Esta frase podría hacer referencia al ideal de comprenderse a uno mismo y a su verdadera esencia, aquello que le hace a uno ser lo que es y no algo diferente.

Inteligencia y voluntad

Cuando hablamos de ética utilizamos el término griego y cuando hablamos de moral, el latino. En ambos casos, nos referimos a un tipo de conducta que es acorde con nuestra naturaleza. Por eso, definimos a los valores como todo aquello que nos perfecciona. Cuando los seguimos y se convierten en hábitos, hemos integrado dentro de nosotros esos valores y entonces se conocen como virtudes. Son las virtudes, es decir, la práctica e integración de los valores, las que nos ayudan a florecer como personas y a alcanzar nuestra plenitud.


 
Por eso, es importante conocer nuestra naturaleza o esencia, aquello que nos hace diferentes a cualquier otro ser que habita en la tierra. Conocernos es efectivamente el primer paso para comprendernos. Si no nos conocemos, ¿cómo vamos a poder comprender nuestra forma de pensar, de sentir y de actuar? Nuestra inteligencia, con su capacidad de penetrar en la realidad de las cosas y nuestra voluntad, con su capacidad para liberarnos de nuestros instintos, han de ser los instrumentos esenciales para ayudarnos a navegar en cualquier 'mar turbulento'. 

A la incertidumbre existente, fruto de la velocidad de los cambios, no podemos añadirle además la desorientación. Cada uno hemos de encontrar dentro de nosotros esas referencias que conviertan nuestra vida en una vida lograda y no en una vida malograda.

El gran escritor ruso León Tolstoi publicó en 1886 una novela corta titulada La muerte de Iván Ilich. El argumento gira en torno a Iván Ilich, un pequeño burócrata que fue educado en su infancia con la convicción de poder alcanzar un puesto dentro del Gobierno. Aunque al final Ilich logra su meta, en el camino ha dejado malestar y sufrimiento por todas partes. Cuando finalmente llega el momento previo a su muerte, mira a su mujer a los ojos y le pregunta: 

 ¿Y si toda mi vida hubiera sido un error? 


Las enseñanzas de Mandela

Seguir unos valores sólidos anclados en nuestra naturaleza es apostar sobre seguro en lo que nos hará crecer y madurar como personas. El que algo no esté de moda no quiere decir que no sea importante e incluso necesario. En un mundo tan sumamente materialista como el actual, hablar de otras dimensiones de la persona parece que a algunos les da alergia e incluso terror. Por eso, me gustaría traer aquí las palabras de un hombre singular:

“Nuestro miedo más profundo no es que seamos inadecuados. Nuestro miedo más profundo es que somos inmensamente poderosos. Es nuestra luz, y no nuestra oscuridad, lo que más nos asusta.

Nos preguntamos: ¿Quién soy yo para ser brillante, precioso, lleno de talento? En realidad ¿quién eres tú para no serlo? Eres hijo de Dios. Jugar a ser pequeño no sirve al mundo. No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras.

Nacemos para hacer manifiesta la gloria del Universo que está dentro de nosotros. Esto no está sólo en algunos, sino que está en todos nosotros.

A medida que permitimos que nuestra luz se irradie, inconscientemente estamos facilitando que otras personas hagan lo mismo.

Al liberarnos de nuestro miedo, nuestra sola presencia libera a otros”.

Estas palabras pueden dar mucho que pensar y fueron pronunciadas por Nelson Mandela en su discurso de investidura como presidente de Sudáfrica. Mandela las utilizó magistralmente para transmitir lo que para él, era la misión de su vida, como presidente y como hombre: conseguir la reconciliación.


Fuente: Mario Alonso Puig "EL CONFIDENCIAL"

*Mario Alonso Puig ha ejercido la actividad quirúrgica durante 26 años, es Fellow de la Harvard University Medical School y miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario