domingo, 17 de febrero de 2013

BIPARTIDISMO SI Y BIPARTIDISMO NO: ¿Qué hacemos con España?


Si este domingo se celebraran elecciones generales el resultado de las mismas sería unos de los parlamentos más fragmentados de toda nuestra historia democrática reciente. Más allá de las especulaciones sobre las posibles combinaciones de poder, lo importante es que a día de hoy todos los sondeos de opinión certifican la muerte del bipartidismo en nuestro país. Habrá quién piense que eso está bien, que no pasa nada, y es probable que no les falte razón a quienes creen que eso supondría una mayor apertura democrática… Es probable, pero las experiencias a nuestro alrededor indican que no es posible. 

El ser humano tiende a buscar la estabilidad en todas las facetas de su vida, también en la política, por eso nuestros sistemas democráticos –aquí y en todo el mundo desarrollado- se sostienen sobre una balanza que oscila a izquierda y derecha y en cuyo juego de alianzas intervienen en algunas ocasiones terceros partidos que equilibran el poder cuando éste no se alcanza por la vía de la mayoría suficiente. Pero cuando la fragmentación parlamentaria impide que la mayoría se forme de manera natural, se cae en un periodo de desestabilización del poder producto de negociaciones imposibles que suelen agravar las crisis sistémicas que llevan a esa situación.

Lo hemos vivido en Italia y la consecuencia del final del bipartidismo fue el resurgimiento de un modelo de político populista, corrupto y personalista que, sin embargo, sigue atrayendo la atención de una buena parte de sus conciudadanos. Es más, Italia ha llegado al extremo que las próximas elecciones se juegan entre dos payasos, uno de verdad y otro que le hace la competencia. Si Italia ha caído en el esperpento, Grecia lo ha hecho en la tortuosa combinación de movimientos antisistema de uno y otro extremo, también como consecuencia de la crisis que atraviesan los dos grandes partidos acosados por la corrupción y su incapacidad para hacer frente a la crisis política e institucional del país.


Pues bien, todo lo que está ocurriendo en España en los últimos tiempos –ya no se si limitarlo a semanas, meses o años- incide en la crisis sistémica que estamos viviendo y que ha llevado a una profundísima desafección de los ciudadanos hacia el poder. 



Sólo el caso del espionaje a la líder del PP catalán, Alicia Sánchez Camacho, y la ex novia de Jordi Pujol Jr, pone de manifiesto hasta que grado de descomposición ha llegado nuestro sistema político, en el que igual se espían los partidos entre sí, que se fabrican pruebas contra el presidente del Gobierno y su Ejecutivo y se publican en los medios de comunicación para ponerlos contra las cuerdas y buscar su sustitución.

Y eso no esconde que haya también un extesorero del PP con cuentas en Suiza que seguía trabajando en Génova 13 hasta hace un mes y que ahora descansa esquiando en Canadá mientras prepara su siguiente golpe contra el que fuera su partido. 

Mezclemos este clima de corrupción generalizada con el desafío soberanista en Cataluña y las graves consecuencias de la crisis económica, y el cóctel es explosivo necesariamente. Fíjense, si lo único que nos preocupara fuera la crisis económica en si misma, no estaríamos ante una situación tan grave como la que vivimos.

Más allá de la profundidad de la crisis y sus consecuencias, los ciudadanos son conscientes de que los gobiernos no son culpables de la misma, o no del todo, y si los enjuician de una u otra manera es por la gestión que hagan de la situación y seguramente eso no nos llevaría a estar hablando como lo hacemos de una crisis del sistema.

Lo que nos lleva a poner el acento en eso es que no hay día en el que uno o varios casos de corrupción vinculados a los partidos políticos o instituciones –empezando por la propia Monarquía- asalten las portadas de los periódicos, algunos de los cuales además forman parte activa de ese clima generalizado de corrupción porque su comportamiento se ha alejado y mucho del que debiera ser el comportamiento de un medio de comunicación entregado a sus lectores.

¿Qué hacemos con España? Esta es la pregunta que se hace mucha gente estos días, y la respuesta la tienen los mismos partidos políticos que han permitido que lleguemos a esta situación, salvo que ellos  mismos estén dispuestos a tirar por la borda todo lo construido hasta ahora. El camino es doble: 


1. Por un lado, es necesario un Pacto de Estado que reforme el modelo territorial. En mi opinión, una vez que la Constitución del 78 abrió el camino de la descentralización solo es posible profundizar en esa vía, primero porque España es un país de enorme diversidad y, segundo, porque una vuelta atrás a un modelo de Gobierno unívoco provocaría unas tensiones insoportables, luego la única alternativa posible es cerrar un modelo de corte federal en el que se delimiten definitivamente las competencias de cada estado-autonomía, y se racionalicen las estructuras de gasto al tiempo que se les concede a cada uno de ellos plena capacidad sobre los ingresos. 

2. Por otro, una auténtica apuesta por la regeneración política del país que incluya, además de la Ley de Transparencia en la que ya está trabajando el Gobierno, una serie de reformas que incidan en el castigo ejemplar a la corrupción, aumenten los mecanismos de control de los partidos políticos y de las instituciones que gobiernan con una nueva ley de financiación de los mismos, incidan en la separación de poderes alejando de la decisión política el nombramiento de vocales del CGPJ y dando más poder parlamentario a las minorías, garanticen la proximidad de los diputados y senadores con sus electores mediante la elección de cada uno de ellos por mayoría de votos en su circunscripción, etcétera, etcétera.

Si además de eso se consiguiera un Pacto de Estado para hacer frente a la crisis económica, ya sería el colmo de la dicha, pero entiendo también que hay que dejar un margen al debate político, aunque si sería bueno un cierto acuerdo de los principales partidos a la hora de adoptar medidas para luchar contra el paro juvenil en nuestro país.
 
Miren, todo lo que está pasando es gravísimo y cualquiera de ustedes tendrá seguro la misma sensación de descreimiento en el sistema que tengo yo, pero de esto no vamos a salir apostando por la ruptura del sistema ni por su destrucción, sino haciéndolo por su regeneración y salvaguarda. O eso, o caemos en manos de payasos o de fascismos, y no creo que esa sea la mejor alternativa para el país.
 
Pero si el Gobierno no lo ve, y si la oposición continua ciega, descuiden que será eso lo que nos acabe pasando en el corto plazo.
 
 Fuente:  Federico Quevedo en EL CONFIDENCIAL

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