Desde el mismo momento en que fue elegido Papa, Jorge Mario Bergoglio fue
perfectamente consciente de que a partir de entonces los ojos de toda
la humanidad iban a estar puestos en él. Fiel a sí mismo, hizo lo mejor
que sabía hacer: actuar con absoluta naturalidad, como había hecho
siempre en todas las circunstancias de su vida, con absoluta sencillez y
la máxima humildad. Yo no le conocía, sería absurdo hacerse aquí el
interesante sobre la personalidad del Papa Francisco, pero debo reconocer que, tras la perplejidad del primer momento, el nuevo Pontífice me ha llegado al corazón
con cada uno de sus gestos y de sus palabras, y supongo que, como me ha
ocurrido a mí, le ha ocurrido a cientos de millones de personas en todo
el mundo. Esa ha sido la primera y enorme tarea de evangelización con la que ha comenzado su pontificado.
Y desde el primer minuto, su actitud tan cercana y su discurso tan claro han provocado el desconcierto en las filas del anticlericalismo militante, que enseguida se han puesto manos a la obra para buscarle al Papa su lado oscuro,
conscientes de que va a ser un contrincante difícil, como ha demostrado
con sus primeros pasos, y seguirá demostrando con los siguientes.
Permítanme que les cuente una anécdota que aparecía estos días en el
diario argentino Perfil: Camila Montero, una activista
contra la explotación de personas, marxista y atea declarada, recuerda
el apoyo que el entonces cardenal Bergoglio prestó a La Alameda, una fundación dedicada a la lucha contra la trata de personas en Argentina.
Bergoglio acudió en varias ocasiones a la sede de la asociación, lo que en palabras de Camila sirvió para proteger a los militantes frente a las amenazas de mafias explotadoras,
“como para decir: con esa gente no se metan”. Lo más sorprendente para
Camila, lo que le llevó a “romper sus prejuicios”, es que el ahora Papa
nunca pretendió sacar ningún rédito personal de su defensa de La Alameda, y que además respetó su posición divergente en otros temas como el matrimonio homosexual o el aborto: “Nos aceptó tal cual éramos, ateos y muy alejados del cristianismo, para protegernos”.
El
25 de septiembre del pasado año el entonces cardenal Bergoglio
manifestaba lo siguiente: “Hoy en esta Ciudad queremos que se oiga el
grito, la pregunta de Dios: ¿Dónde está tu hermano? (…) Quizá
alguno pregunte: ¿Qué hermano? ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿El que
estás matando todos los días en el taller clandestino, en la red de
prostitución, en las ranchadas de los chicos que usas para mendicidad,
para ’campana’ de distribución de droga, para rapiña y para
prostituirlos? ¿Dónde está tu hermano, el que tiene que trabajar casi de
escondidas de cartonero porque todavía no ha sido formalizado? ¿Dónde
está tu hermano? Y frente a esa pregunta podemos, como hizo el sacerdote
que pasó al lado del herido, hacernos los distraídos; como hizo el
levita, mirar para otro lado porque no es para mí la pregunta sino que
es para otro. ¡La pregunta es para todos! ¡Porque en esta Ciudad está
instalado el sistema de trata de personas, ese crimen mafioso y
aberrante!”.
Nueva evangelización
Hoy, dos días después de su elección, el Papa Francisco ya ha dado muestras más que suficientes de que su papado va a ser muy distinto de lo conocido hasta ahora,
y de que su reto es emprender una Nueva Evangelización que lleve la
Palabra de Dios a todos los rincones de la tierra: “No podemos
permanecer en un estilo ‘clientelar’ que, pasivamente, espera que venga
‘el cliente’, el feligrés, sino que tenemos que tener estructuras para
ir a dónde nos necesitan, a dónde está la gente, hacia quienes
deseándolo no van a acercarse a estructuras y formas caducas que no
responden a sus expectativas ni a su sensibilidad. Tenemos que ver, con
gran creatividad, cómo nos hacemos presentes en los ambientes de la
sociedad haciendo que las parroquias e instituciones sean instancias que
lancen a esos ambientes. Revisar la vida interna de la Iglesia para
salir hacia el pueblo fiel de Dios. La conversión pastoral nos llama a
pasar de una Iglesia reguladora de la fe a una Iglesia transmisora y facilitadora de la fe”.
Lo que va a hacer Francisco es culminar una tarea que comenzaros sus dos predecesores en la silla de Pedro: Juan Pablo II sacó al papado de su encierro vaticano y lo paseó por el mundo; Benedicto XVI limpió a la Iglesia de sus errores y comenzó la reforma de sus estructuras;
ahora Francisco seguirá los pasos de ambos y lo hará de la misma manera
que ya lo hacía en Buenos Aires: “En lugar de ser sólo una Iglesia que
acoge y que recibe, tratamos de ser una Iglesia que sale de sí misma y
que va hacia los hombres y las mujeres que no la frecuentan, que no la
conocen, que se han ido, indiferentes. Organizamos misiones en las
plazas públicas, en las que se reúne mucha gente: rezamos, celebramos la
misa, proponemos el bautismo que administramos tras una breve
preparación.
Es el estilo de las parroquias y de la misma diócesis.
Además de esto, tratamos de llegar a las personas que se encuentran
lejos mediante los medios digitales, la red y los mensajes cortos”.
Va
a ser, en definitiva, un Papa que va a salir en busca de la gente, y lo
va a hacer con mensajes muy próximo a la mayoría de la humanidad, a esa
humanidad que sufre y a la que Francisco quiere llevar el aliento de la
Palabra de Dios y de la ayuda de la Iglesia. Y a eso le teme una izquierda que había hecho de la solidaridad su leit motiv, de ahí la prisa por encontrarle al Papa Francisco un talón de Aquiles,
y nada más fácil que hurgar en el pasado de la dictadura. La actuación
de la Iglesia argentina durante la dictadura militar (1976-1983) ha sido
un asunto debatido al revisar ese doloroso pasado.
En un país de gran
mayoría católica, había católicos tanto entre los guerrilleros que quisieron cambiar el sistema con la violencia como entre los que apoyaron la posterior represión de la dictadura militar.
A la jerarquía eclesiástica de entonces se le ha reprochado que no se
opusiera frontalmente al régimen, aunque se reconoce que obispos y otros
eclesiásticos hicieron múltiples gestiones para salvar vidas de los
detenidos durante la dictadura.
El secuestro de Yorio y Jalics
Jorge
Mario Bergoglio no era entonces obispo, sino provincial de los jesuitas
argentinos (cabeza de la orden en ese país) de 1973 a 1979. En mayo de
1976, la policía del régimen militar secuestró a dos jesuitas -Orlando Yorio y Francisco Jalics-
que vivían y hacían su labor en barrios de chabolas de Buenos Aires,
acusándoles de ser guerrilleros. Estuvieron encerrados en la Escuela
Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros
clandestinos de detención y tortura del régimen.
Los obispos -y el
propio Bergoglio, según sus declaraciones- hicieron gestiones para que
fueran liberados, lo que se produjo cinco meses después. Cuando
Bergoglio se enemistó con el Gobierno de Néstor Kirchner, el periodista político Horacio Verbitsky, de tendencia afín al Gobierno, acusó a Bergoglio de haber delatado a los dos jesuitas, haciendo posible que los secuestraran. Francisco Jalics,
que vive en Alemania, había hecho ya esta acusación en 1995. Las
informaciones periodísticas no generaron ninguna imputación, y ayer
mismo el propio Jalics explicaba que tiempo después de su secuestro,
tuvo “ocasión de hablar de ello con el padre Bergoglio, entonces ya
arzobispo de Buenos Aires”. Tras aquella reunión oficiaron una misa y se
abrazaron “de forma solemne”. Remata Jalics en su nota en alemán: “Doy
los hechos por cerrados”.
Va
a dar que hablar, y mucho, y va a traer cambios importantes en la
Iglesia. Cambios no para adormecer aún más las conciencias, sino para
despertarlas y hacerlas volver los ojos hacia DiosBergoglio, por su parte, había contestado a las acusaciones en el libro El jesuita, una biografía del actual Papa publicada en 2010, obra de los periodistas Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti.
“Nunca creí -dice- que estuvieran involucrados en actividades
subversivas como sostenían sus perseguidores, y realmente no lo estaban.
Pero, por su relación con algunos curas de las villas de emergencia,
quedaban demasiado expuestos a la paranoia de la caza de brujas. Como
permanecieron en el barrio, Yorio y Jalics fueron secuestrados durante
un rastrillaje. La misma noche en que me enteré de su secuestro, comencé
a moverme. Cuando dije que estuve dos veces con (el dictador Jorge) Videla y dos con (el jefe de la Armada) Massera fue por el secuestro de ellos”.
Silencio por respuesta
Pero
Bergoglio no es un hombre dado a hacer declaraciones, y en muchos casos
pensaba que el silencio es la mejor respuesta. Sin embargo, en su entorno se recuerdan historias sobre su papel para ayudar y sacar del país a jóvenes perseguidos por la dictadura. Según informa el diario argentino La Nación,
“la mayor defensora de la actuación de Bergoglio es Alicia Oliveira,
que fue jueza durante la dictadura y abogada del Centro de Estudios
Legales y Sociales (CELS). Ella afirma que Bergoglio advirtió a los
sacerdotes Jalics y Yorio del peligro que corrían y que ellos no le
hicieron caso”. Oliveira asegura que Bergoglio la salvó de la dictadura
militar.
Otra que desmiente las acusaciones es Clelia Luro, que fue secretaria y después mujer de Monseñor Jerónimo Podesta, el obispo rojo
de Avellaneda, que dejó su puesto episcopal para unirse a ella. Sobre
el caso de los dos jesuitas, dice: “Es una calumnia, Bergoglio trató de
protegerlos advirtiéndoles del peligro”, según se publicaba en el diario
Le Monde en octubre de 2007. Luro recuerda con emoción que
“Bergoglio fue el único obispo que vino a ver a mi marido al hospital,
poco antes de morir en 2000”. En el mismo reportaje del diario francés,
se recordaba que fue el único representante del episcopado que asistió
el 9 de octubre de 1999 al traslado de los restos mortales del padre
Carlos Mújica a Villa 31, un barrio de chabolas de la capital en el que
trabajaba hasta que fue asesinado por paramilitares en 1974. “Gracias a
Bergoglio mi hermano reposa entre los que amaba”, dice Marta, hermana de
Mújica.
Sobran los comentarios ante tanta maledicencia y
ante tanto maniqueísmo como se ha puesto en marcha desde los sectores
más radicales de la izquierda anticlerical estos días. Esta es la verdad
sobre el Papa Francisco, sobre quién es y cómo ha actuado siempre en
defensa de los más débiles y de los perseguidos. Va a dar que hablar, y mucho, y va a traer cambios importantes en la Iglesia.
Cambios no para adormecer aún más las conciencias, sino para
despertarlas y hacerlas volver los ojos hacia Dios. Lo va a hacer con su
ejemplo, con sus palabras y con sus actos. A lo mejor me equivoco, pero
alguien me decía el otro día que es “un Papa santo” en vida, y que
habrá muchos momentos a los largo de su papado para comprobarlo.
Fuente: EL CONFIDENCIAL