No cabe duda de que Gonzalo Fernández de la Mora tuvo
razón cuando pronosticó, en la mitad del siglo pasado, el
crepúsculo de las ideologías.
El mundo comenzó a cambiar al derrumbarse
estrepitosamente la URSS y los regímenes socialistas de Europa
.
Fue aquella una crisis espontánea, que no tiene otra causa
que el fracaso de un sistema. Es difícil, por lo mismo, que nuestra
juventud pueda comprender lo ocurrido en Chile durante la Guerra Fría,
cuando el mundo estaba dividido en dos bloques irreconciliables que se
amenazaban con el exterminio, y en que cada elección podía sellar el
destino de nuestra patria.
Mucho menos podrá explicarse la profunda
crisis que sufrimos cuando nos enfrentamos a la posibilidad cierta de
seguir el camino de la Cuba castrista.
De aquí que lo sucedido sea
históricamente distorsionado, al extremo de invertir los papeles, ya
que mientras los que predican ahora su adhesión a la democracia fueron
ayer sus enemigos más obcecados, quienes la reconstruyeron sean hoy sus
destructores.
Dígase lo que se quiera, pero la verdad es que la
democracia la restauró el gobierno militar, a través de un itinerario
constitucional aprobado en un plebiscito, que se respetó rigurosamente
y que determinó la entrega del poder a los partidos políticos
tradicionales, tal como se previó diez años antes.
Se dirá que el
gobierno militar tardó mucho en crear las condiciones para volver al
democrático, y que hubo violaciones graves a los derechos
humanos. Lo primero la magnitud de la obra realizada, la misma
que aseguró al país estabilidad y continuidad institucional; lo segundo
es doloroso, pero producto de una resistencia subversiva que en todas
las naciones del mundo, sujetas a la misma experiencia, provocó
excesos, injusticia y sufrimientos.
Chile no podía escapar a esta
realidad, tanto más si, desde diversos países, se estimulaba el
enfrentamiento, se preparaban guerrilleros y se suministraban armas
para la resistencia armada.
Hoy las cosas son muy distintas. Los unos se han
renovado, abandonando posiciones irreductibles y utopías embriagadoras;
los otros han valorizado la importancia del entendimiento, el diálogo y
los acuerdos.
Poco espacio va quedando para el odio, el resentimiento y
el revanchismo histórico que envenena el alma. De aquí que sea justo
reconocer que Chile no es el mismo, que hemos cambiado y que el
sufrimiento no ha sido en vano.
Pero, sin duda, lo más novedoso y
alentador es la invasión de un pragmatismo que privilegia la
y el avance científico, y que exige desarrollo, igualdad de
oportunidades y justicia social.
La inmensa mayoría entiende que nada
de ello se conquistará si el país no crece, que no puede redistribuirse
la pobreza, y que todo lo que se conquiste será fruto de un esfuerzo
compartido.
Muchos sectores reclaman un cambio en los hábitos
políticos, la renovación generacional de las directivas partidistas, la
modernización de las estrategias electorales. Se observa un agotamiento
de los viejos liderazgos y la necesidad de crear nuevas manifestaciones
que expresen con fidelidad lo que anhela la común y
corriente.
Hoy es más importante mejorar la educación, la seguridad, la
salud y el trabajo, que discutir sobre el aumento de la presencia del
Estado en el proceso productor, o las regulaciones y los controles como
única vía para lograrlo, o volver sobre las limitaciones a la libertad
individual a pretexto de preservar valores inmanentes. Han muerto las
ideologías y surge con fuerza el pragmatismo tecnológico. Las utopías
ya no obsesionan a los pueblos, y quienes pretendan imponerlas serán
acallados por la historia.
La visión de esta nueva realidad no puede prescindir
de la necesidad de ensanchar los cauces de participación ciudadana.
En
la crisis de 1973, creemos nosotros, gravitó poderosamente esta
circunstancia. Cuando dichos se saturan, las corrientes de
opinión se desbordan y, generalmente, terminan provocando el caos. No
sólo hay que oír a la gente.
Lo que se requiere es permitir su
participación en las diferentes áreas del quehacer . Una
sociedad dominada por el pragmatismo tecnológico no puede quedar sujeta
a los viejos y desgastados instrumentos de participación concebidos
para otros tiempos.
http://tertuliapolitica.bligoo.com/content/view/720557/El-ocaso-de-las-ideologias.html#.UGgmw1Yvk5I