domingo, 19 de agosto de 2012

LA MORDAZA A LOS SINDICATOS


SINDICATOS AMORDAZADOS

La crudeza de la crisis es de envergadura. Ya nadie se atreve a utilizar subterfugios literarios para obviarla porque entre otras cosas las elecciones ya pasaron y quienes, hace pocos meses, negaban la evidencia, una vez asegurados otros cuatro años de poder, sí reconocen ahora asistir a uno de los terremotos financieros más preocupantes de la historia reciente.
 
Lo que las frías estadísticas venían apuntando desde hace meses en sus siempre impersonales y aparentemente lejanos datos numéricos, Cáritas lo ha confirmado poniéndole rostro a esos datos. Y es que sus trabajadores y voluntarios vienen observando cómo se incrementa su actividad asistencial de una manera notable. 

Hasta ahora podía parecer que eso de la crisis afectaba sólo a otros, a esos colectivos marginales y más sensibles por su fragilidad a los cambios producidos , pero esta institución diocesana nos recuerda que sus destinatarios ya no son simplemente las personas pertenecientes a los colectivos más desestructurados y vulnerables.
 La crisis ha provocado que sean familias, hasta la fecha más o menos normalizadas socialmente, las que actualmente demandan ayuda para llegar a fin de mes o satisfacer sus obligaciones hipotecarias.
 
Una provincia que como la nuestra carece del tejido industrial necesario para reabsorber el paro provocado por la caída de la construcción es una ciudad sin futuro, sometida a la caprichosa propina de las subvenciones públicas, sin posibilidad de asentar población joven y llamada a sufrir con especial ensañamiento los coletazos de ese desajuste internacional.
 
En el entretanto, llama la atención el silencio de los sindicatos de clase. Si por un lado legítimamente, y por lo que se ve con cierto éxito, se ocupan de incrementar el número de afiliados, por otro deberían elevar un discurso más crítico frente a las administraciones en general, vigilar estrechamente las últimas regulaciones de empleo y mantener movilizadas a sus bases para defender a los trabajadores que, por imperativo del momento, han dejado de serlo. 

Quizá ese silencio se deba a que la clase sindical esté ya plenamente asumida por el propio sistema que la crea, la mantiene y, no sé si es mucho decir, pero, por si acaso, ahí queda: la amordaza. 
 

elblogdenichi.blogspot.com/

La “crisis global” y los valores








Estos niños no forman parte de algún número rojo de la economía. Son una cifra ciega o invisible del libremercado. No forman parte de la ‘crisis global’ porque no forman parte de nada. Estas muertes son sólo un magro costado del libremercado que nadie menciona.

El niño y el buitre es una foto famosa y compleja del reportero sudafricano Kevin Carter. Con esa foto Carter ganó el premio Pulitzer en 1994, después de que la misma apareciera publicada en el New York Times, en los Estados Unidos. 

 Pocos meses después de sacar esa foto y ganar ese premio, Carter se suicidó. 
Recordar esa foto (foto que nos habla desde el nombre mismo) es oportuno cuando distintas ONG (como la estadounidense Junior Achievement) parecen querer inculcar en los niños desprevenidos de las escuelas públicas y privadas argentinas, no las formas elementales de la participación ciudadana y el compromiso ético y social, sino las bondades nada inocentes del libremercado. Cómo ser un buen empresario y no cómo ser un buen ciudadano o una buena persona, esa parece ser la primera consigna.

Carter sacó la foto en algún desolado lugar de Sudán, al que no llegan los camarógrafos (ni las ONG neoliberales), mientras participaba de una misión de rescate de la ONU. Apenas bajó del avión, lo sorprendió lo que veía. Se encontró con el hambre. Nada menos. El otro rostro invisible y ciego de los mercados. En la foto vemos unas hojas secas y un árbol. En ella se ve un niño negro muy pequeño encorvado en el piso. El niño está desnutrido y a punto de morir. El niño (Kong Jong) se desvanece sobre unas hojas grises (y el espectador no puede hacer nada para evitarlo, al parecer Carter tampoco).

El niño tiene una delgadez extrema. La delgadez africana: es sólo piel y huesos. 

Y detrás, un buitre lo mira. La comparación es monstruosa. El ave está mejor alimentada que el niño. El pequeño niño negro, desnutrido y solo, encorvado, está muriendo como mueren miles de niños africanos año a año sin que nadie los note, o los fotografíe. Estos niños no forman parte de algún número rojo de la economía. Son una cifra ciega o invisible del libremercado. No forman parte de la “crisis global” porque no forman parte de nada. Su muerte cotidiana es esperable y no se vincula a la “crisis global”. 

No sale en el diario. Es sólo un dato “macro” más de la economía real que nos propone el neoliberalismo. Estas muertes son sólo un magro costado del libremercado que nadie menciona. Y el buitre lo sabe. Los buitres esperan, a una distancia prudente, la muerte. El buitre especula. El niño africano va a morir. Y el buitre lo va a comer. ¿Qué nos recuerda? ¿Qué nos dice esta foto a nosotros? Para muchos, el buitre encarna el capitalismo; y el niño, el hambre, la desolación y el abandono. Ese hambre es un hambre real que los argentinos conocemos demasiado bien. Lo hemos vivido en carne propia. El 2001 está cerca. Apenas se cumplieron diez años. Y conviene recordar esta foto en momentos en que se discute la crisis financiera; todo el mundo parece estar inmerso en una crisis económica profunda o crisis del capitalismo o del “financierismo”, como lo llaman algunos economistas, en un mundo sin tiempo para ver esta foto. Es bueno recordar estas fotos desasosegadas cuando muchos (como la ONG Junior Achivement, que les enseña a los niños cómo invertir en la Bolsa) nos proponen volver sobre soluciones que han fracasado. Cuando enseñan “buenos negocios” y no valores. Donde muchos ven la libertad de un mercado, sin embargo otros (como Carter) vemos la negación y la privación de un derecho.

Con esa foto Carter ganó el Pulitzer. Lo que no siempre se dice es que después de ganar ese premio se suicidó. Se quitó la vida después de recibir el premio en la Universidad de Columbia. Carter solía contar que se había mirado en un espejo una noche y había visto al buitre. El buitre que vio Carter es el buitre que todos somos y que todos conocemos. Todos tememos que el buitre aparezca. Cuántos de nosotros no nos hacemos la pregunta que se hace Carter. Cuántos de nosotros no nos vemos obligados a pensar y proponer la economía desde otro lugar más humano. Más realista. Y con más rostros.

Cuando Carter se suicidó tenía sólo 33 años. Pero ya había visto esa imagen que le había cambiado la vida. Antes de morir escribió: “Estoy atormentado por los recuerdos vívidos de los asesinatos y los cadáveres y la ira y el dolor (…) del morir del hambre o los niños heridos, de los locos del gatillo fácil, a menudo de la policía, de los asesinos verdugos.”
 

EL DESPERTAR DE UN PUEBLO

Kant –padre del idealismo en la filosofía alemana– solía decir que si un pueblo no despierta, hay que ayudarlo a despertar. Para Goethe esa es la misión de los gobiernos. Si analizamos el recorrido que ha hecho la Argentina en los últimos años, es evidentemente el recorrido de un pueblo y de un país que ha despertado. Que ha resuelto dejar de negar y esconder el pasado y asumir con responsabilidad y determinación lo vivido. Este es uno de los grandes méritos del kirchnerismo: poner al derecho y la verdad por sobre la economía. No debajo. La misión del gobierno fue devolverle sentido a esas palabras tantas veces repetidas y mancilladas: dignidad, memoria, derecho, justicia. Recuperar un lenguaje. Esto le ha dado seguridad al Estado, también a su economía.

La revisión del pasado participa de la construcción del futuro. El futuro y el pasado no se oponen, como creen muchos. La economía argentina de hoy es una economía diferente y más segura porque descansa en los valores. Porque ha recordado que la economía está al servicio del hombre y no al revés. Porque hizo del hombre un fin, y no un medio.

Crecer no es sólo crecer con los números. Muchos se alegran cuando sube la Bolsa. Pero eso no es crecer. Crecer es más que eso, como decía Estrada. Crecer es crecer en muchos sentidos: es asumirse como pueblo; aprender a verse en el espejo y no ver al buitre ominoso que vio Carter esa noche. Eso es crecer, crecer como personas. Como pueblo y como país. Es madurar. Es aprender. Es saber ceder, aprender y compartir y ver más allá de uno mismo, como dice Cristina Kirchner. Hay que ver al otro. Hace diez años que la economía argentina puede crecer porque ha aprendido a ver lo que antes no veía.

Por eso hay un punto donde Sigaut tenía razón: “el que apuesta al dólar pierde”, porque apostar al dólar es siempre perder, aun cuando se ganen unos pocos o muchos pesos, se pierde. Ya lo demostró Martínez Estrada en la radiografía de esa pampa ciega. Seguimos colonizados. Porque se apuesta a lo que uno no es. Porque se apuesta al buitre. Y no al país que no aparece en la foto. Porque se deja morir al niño sudanés, en vez de tenderle la mano. Este y no otro es el dilema.

Esto es preservar el valor de la moneda. Es preservar la identidad. La dignidad. Y la vida.  Precisamente lo que la ONG Junior Achivement no les enseña a los chicos del norte. Que el dinero es un medio. Y muchas veces no es inocente: viene manchado. Y que hay algo más importante que el dinero y que es lo único que los chicos debieran buscar (porque es lo único que los va a hacer verdaderamente felices, tengan o no tengan dinero): una vida virtuosa. 
Por docente universitario (UBA) y Guido L. Croxatto Abogado

Fuente: elperiodicoaustral.com

ESTRATEGIAS DE MANIPULACION MEDIATICA: NOAM CHOMSKY


1. La estrategia de la distracción.

El elemento primordial del control social es la estrategia de la distracción, que consiste en desviar la atención del público de los problemas importantes y de los cambios decididos por las elites políticas y económicas, mediante la técnica del diluvio o inundación de continuas distracciones y de informaciones insignificantes. La estrategia de la distracción es igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología, la neurobiología y la cibernética. “Mantener la Atención del público distraída, lejos de los verdaderos problemas sociales, cautivada por temas sin importancia real. Mantener al público ocupado, ocupado, ocupado, sin ningún tiempo para pensar; de vuelta a granja como los otros animales” (cita del texto ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas’).

2. Crear problemas, después ofrecer soluciones.

Este método también es llamado “problema-reacción-solución”. Se crea un problema, una “situación” prevista para causar cierta reacción en el público, a fin de que éste sea el mandante de las medidas que se desea hacer aceptar. Por ejemplo: dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, u organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad. O también: crear una crisis económica para hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el desmantelamiento de los servicios públicos.


3. La estrategia de la gradualidad.

Para hacer que se acepte una medida inaceptable, basta aplicarla gradualmente, a cuentagotas, por años consecutivos. Es de esa manera que  condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas fueron impuestas durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo, privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.

4. La estrategia de diferir.

Otra manera de hacer aceptar una decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa y necesaria”, obteniendo la aceptación pública, en el momento, para una aplicación futura. Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero, porque el esfuerzo no es empleado inmediatamente. Luego, porque el público, la masa, tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más tiempo al público para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla con resignación cuando llegue el momento.

5. Dirigirse al público como criaturas de poca edad.

La mayoría de la publicidad dirigida al gran público utiliza discurso, argumentos, personajes y entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o un deficiente mental. Cuanto más se intente buscar
engañar al espectador, más se tiende a adoptar un tono infantilizante. ¿Por qué? “Si uno se dirige a una persona como si ella tuviese la edad de 12 años o menos, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción también desprovista de un sentido crítico como la de una persona de 12 años o menos de edad” (ver ‘Armas silenciosas para guerras tranquilas’).

6. Utilizar el aspecto emocional más que la reflexión.

Hacer uso del aspecto emocional es una técnica clásica para causar un corto circuito en el análisis racional, y finalmente al sentido crítico de los individuos. Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos…

7. Mantener al público en la ignorancia y la mediocridad.

Hacer que el público sea incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados para su control y su esclavitud. “La calidad de la educación dada a las clases sociales inferiores debe ser la más pobre y mediocre posible, de forma que la distancia de la ignorancia que planea entre las clases inferiores y las clases sociales superiores sea y permanezca imposibles de alcanzar para las clases inferiores” (ver ‘Armas  silenciosas para guerras tranquilas’).

8. Estimular al público a ser complaciente con la mediocridad.

Promover al público a creer que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto, malhablado, admirador de gentes sin talento alguno, a despreciar lo intelectual, exagerar el valor delculto al cuerpo y el desprecio por el espíritu…

9. Reforzar la autoculpabilidad.
 
Hacer creer al individuo que es solamente él el culpable por su propia desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades, o de sus esfuerzos. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema económico, el individuo se autodesvalida y se culpa, lo que genera un estado depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. ¡Y, sin acción, no hay revolución!

10. Conocer a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.

En el transcurso de los últimos 50 años,los avances acelerados de la ciencia han generado una creciente brecha entre los conocimientos del público y aquellos poseídas y utilizados por las elites dominantes. Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física como psicológicamente. El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se conoce a sí mismo. Esto significa que, en la  mayor parte los casos, el sistema ejerce un control mayor y un gran poder sobre los individuos, mayor que el de los individuos sobre sí mismos.

Fuente. 20 minutos.es


Lo que el trepa de Fernando Onega escribió a la muerte de Franco


 


Por Eduardo Palomar Baró.- Al finalizar el ahora llamado “anterior Régimen”, con el haraquiri de las Cortes y el advenimiento de la transición (palabra a la que le sobran las letras ns), se apuntaron al sol que más calentaba en aquellas calendas, una pléyade de franquistas que cambiaron de camisa, de chaqueta y de todo lo que fuera necesario, para convertirse en demócratas de toda la vida.

Uno de estos conversos y trepadores fue Fernando Onega. Natural de Mosteiro (Lugo) nació el 16 de junio de 1947. Licenciado en Periodismo y Ciencias Políticas, fue subdirector del diario Arriba y comentarista político de Pueblo. 

En el periódico falangista, fundado y dirigido por José Antonio Primo de Rivera, firmaba los artículos que le dictaba un ministro del Movimiento. Aprovechó el servicio militar para transformarse en el jefe de Prensa de la Jefatura Provincial del Movimiento de La Coruña, pasando por su tarea como jefe Nacional de los Servicios de la Guardia de Franco y asesor político del lugarteniente general de aquella organización.

Ya cuando “aquello” se acabó se dedicó con todas sus fuerzas a proclamarse paladín del pensamiento democrático, acaparando prebendas y puestos de trabajo, siendo nombrado por el señor del “puedo prometer y prometo” (una vez que “quemó” su vistosa chaqueta blanca y su camisa azul), director de Prensa de Presidencia del Gobierno de UCD y en su estrecha colaboración con don Adolfo Suárez, le redactó alguno de sus discursos más conocidos.

Director del diario YA, de los servicios informativos de la Ser y la Cope; dirigió el departamento de Información y Relaciones Externas de Radio Televisión Española; comentarista político en diversos medios de comunicación; presentador de Telediarios y director de Onda Cero, de donde fue destituido al cabo de un año de actuación.

Pues bien, este preclaro y entusiasta demócrata, a la muerte del Generalísimo Franco escribió el siguiente artículo:

«Eran kilómetros de españoles ante su Capitán muerto, que había muerto ejemplarmente, como nunca habían muerto los dictadores. Manuel Vargas Romero, anciana de 77 años, decía a un periodista: “La tierra todo lo traga. Sólo se deja de tragar la virtud. Es lo que le ha pasado a este hombre”. Y luego aquellos niños: “Somos doce hermanos. Venimos porque nunca le hemos visto personalmente, y queremos despedirnos de él”. Y después, las famosas, como Lola Flores: “Ya que él ha hecho tanto por nosotros, lo menos que podemos hacer es molestarnos un poco por él. Molestarnos un poco por él”. 

Hasta doce horas hizo cola el pueblo de Madrid para poder pasar tres segundos ante el cadáver de su Alcalde perpetuo. Hasta doce horas bajo el frío de las noches de noviembre, nobles gentes que le arrancaban tiempo al sueño y a su familia y a su trabajo para expresar visiblemente su agradecimiento. A ellos habría que añadir los millones de personas que se emocionaron ante el televisor. Y habría que añadir, por supuesto, a cuantos pensaban como estos encuestados por televisión, que hacían esfuerzos sobrehumanos por contener las lágrimas.

Los testimonios gráficos de dolor fueron incontables, desde aquel viejo legionario que dejó ante el túmulo, como último homenaje, su gorro de combatiente con un sonoro “Adiós, mi General”. O aquel otro, que después de la espera y el cansancio, cayó muerto en el instante en que saludaba de la forma más sincera que había aprendido: con el brazo en alto. Luego, en torno a la Armería estaban las coronas. Todas las enviadas desde todos los lugares del mundo, y muchas anónimas, sin firma alguna, que se limitaban a decir como una: “Velar supiste la vida de tal suerte, que viva queda en tu muerte”. Era, seguramente, de un miembro del pueblo llano que sabía que su nombre no añadía nada al ya inmenso dolor popular.

El pueblo de Madrid recibió en aquellas fechas el certificado de ese tópico político que se llama la “mayoría de edad”. Pero, tópico y todo, hay que referirse a él. Pese a la emoción de las horas, pese a la enorme simbología de cuanto aquí se cuenta, pese a la aglomeración humana en el cinturón de silencio que se había establecido en la zona colindante con el Palacio de Oriente, hay que dejar escrito que no se produjo ni un solo incidente de orden público, ni siquiera una escena de histerismo. Bien valía el testimonio de aquellos días para gritar una vez más: “Dios, qué buen vasallo…”. Esta vez, sin embargo, había que cambiar la segunda parte del verso del poema del “Mío Cid”. En cualquier caso, Madrid, en aquellos días, estaba siendo la capital del dolor: de un gran dolor nacional.
Todo cuanto se ha dicho en las líneas anteriores se puede repetir para la histórica jornada del día 23. A las siete de la mañana de ese día, se terminaron las manifestaciones de dolor ante el féretro. Pero Madrid se volvió a volcar para decirle adiós a Franco cuando ya su cuerpo abandonaba definitivamente el casco urbano para recibir sepultura en el Valle de los Caídos. Se había preparado un gran estrado para el funeral, con 632 asientos. Al frente estaba, como un símbolo de luto de la ciudad, el rostro triste de doña Carmen Polo de Franco.

La mañana del día 23 enmarcó un impresionante espectáculo de respeto y dolor. Desde la plaza de Oriente a la Moncloa, las calles de la capital de España eran, una vez más, un símbolo. Lucía el sol, y el paisaje se había vestido de ropas amarillas en sus árboles. Cuando Europa tiritaba bajo una ola de frío, la televisión en color les servía el impresionante testimonio de un paisaje urbano que lo había hecho bello justamente una obra de gobierno que en aquellos instantes terminaba.

Rodeado por el Regimiento de la Guardia que tanto le había acompañado, la plaza de España, el Jardín de la Montaña, Ferraz, Rosales, Moncloa, la Ciudad Universitaria fueron los últimos lugares por los que pasó su cuerpo ya sin vida. Era, precisamente, el Madrid que había hecho Franco: el Madrid de las estampas modernas, del nivel de vida alto, de unos centros de formación superior que durante su mandato se habían terminado. En el Arco de Triunfo de la Moncloa, donde la ciencia le rinde homenaje a las Fuerzas allí vencedoras, Madrid despidió a Franco. Despidió su cuerpo, porque su sentido de la vida, de la política y, sobretodo, de la eficacia, que ahora pasaban al reino de la Historia, quedaría grabado para siempre en aquellas gentes que con tanta devoción, cariño y agradecimiento ahora le despedían.

Mientras tanto, no sólo de dolor vivió la ciudad en aquellas fechas inolvidables. Al tiempo que éste se hacía presa de los corazones, nacía la esperanza: Madrid, al mismo tiempo, se convertía en capital de la esperanza. ¿Y qué daba pie para pensar en ella? Sencillamente, lo que dejaban ver los ojos: los testimonios del pueblo. Aquel pueblo madrileño que, agolpado en las aceras, asistía al entierro o guardaba largas horas de cola, era lo que fundamentaba la esperanza de que Franco había dejado una sociedad madura, preparada para emprender una nueva etapa.

Setecientos periodistas de todo el mundo se habían dado cita en la capital de España para asistir a los solemnes actos. Las crónicas que aquellos días se publicaban en todos los periódicos del mundo tenían acuñada una frase: España estaba naciendo a la democracia. Hasta ahora, Franco significaba la confianza, además del poder. A partir del momento de su muerte, la capacidad de decisión se trasladaba a otras esferas: comenzaban a jugar las instituciones, comenzaba a pensarse en la capacidad de decisión del pueblo por sistemas democráticos. Todo esto se producía sin la menor alteración, porque, efectivamente, así estaba previsto en la legislación que Franco había creado o inspirado. El Rey inauguraba un nuevo estilo que, en lo visible, ya se había manifestado cuando llegó ante el féretro de Franco, y no permitió que el desfile de madrileños se paralizase mientras él oraba ante el túmulo.

Pero lo que importaba en aquellas horas era el sustento de la base. La gran verdad es que la presencia del pueblo y su enorme testimonio de madurez era el que hacía concebir todas las esperanzas que los periódicos resumían.
Las emisoras de radio, conectadas a Radio Nacional de España, seguían transmitiendo música fúnebre. Centenares de taxistas llevaban crespones negros en sus automóviles. Muchos balcones particulares lucían la Bandera nacional con un crespón en el centro. Lo mismo ocurría en establecimientos comerciales. Madrid exteriorizaba su luto de la forma más visible que podía.

Sin embargo, a las once de la mañana, el pueblo madrileño acudió a la Carrera de San Jerónimo, al paseo del Prado y a otras calles para vitorear al Rey, que prestaba juramento ante las Cortes Españolas, reunidas en sesión plenaria conjunta con el Consejo del Reino. A la salida de la Cámara Legislativa, Madrid gritó, por primera vez en muchos lustros, “Viva el Rey”. Había alguna pancarta con esa leyenda.

 El Rey, en su mensaje, había abierto un nuevo y apasionante capítulo de la Historia. Llamaba a la concordia nacional, invitaba a todos los españoles, hablaba de un orden justo, negaba los privilegios y prometía que todas las causas serían escuchadas. Resumiendo el ambiente popular después del solemne acto, el diario “Arriba” escribió: “Después de la proclamación, ya en la calle, los Reyes de España sintieron cerca la voz amiga del pueblo. Los vítores, las esperanzas, el cariño, todo se fundía en torno a Don Juan Carlos y Doña Sofía. 

El Rey caminaba en su coche, mirando al frente a sus gentes, con el semblante firme, preparado para el futuro, mientras las cámaras se movían en su torno. En el coche posterior, la Infanta Cristina sonreía al futuro”.

Pero si grandes fueron las manifestaciones populares este día, mayores han sido el 27, fecha en que se celebró la exaltación del Monarca en la iglesia de los Jerónimos. Fue, otra vez, un plebiscito, también como respuesta a la invitación que había hecho el alcalde de Madrid en su último bando. Los vítores a los Monarcas, cuando llegaron a la iglesia, sólo fueron silenciados por los acordes del Himno nacional. A la salida, el mismo impresionante recibimiento. 

Por el paseo del Prado, en Cibeles, en la calle de Alcalá, por la Gran Vía, plaza de España, calle Bailén, plaza de Oriente, el pueblo madrileño vitoreaba a sus Reyes. Flameaban los pañuelos, enroquecían las gargantas, sonaban ininterrumpidamente los aplausos, acompañando al Rey y a la Familia Real en su recorrido hacia el palacio, donde iba a tener lugar el almuerzo y la recepción a los hombres de gobierno que habían llegado de todo el mundo.

En la plaza de Oriente, convertida otra vez en plaza de España, en corazón de España, el pueblo estaba, como siempre, para manifestar sus lealtades. Arriba, en los balcones, Europa miraba a través de sus ojos más ilustres: el esposo de la reina de Inglaterra, el presidente de la República Francesa, el presidente de Alemania Federal… Sin duda, para ellos, el espectáculo del pueblo de Madrid, en su expresión de fidelidad, era un espectáculo que nunca habían contemplado. Repetidas veces tuvieron que salir los Reyes al balcón, reclamados por la ingente multitud. Y Europa, allí mismo, sin intermediarios, contemplaba a este pueblo, que, una vez más, la tercera vez en dos meses, marcaba, con su presencia, un rumbo, y demostraba el fuerte apoyo social con que nacía la Monarquía.

El carácter histórico de estos días queda demostrado por la propia magnitud de los acontecimientos. Pero repito que, en el futuro, ni una sola línea de esta historia se podrá escribir sin poner por delante el ejemplar comportamiento del pueblo madrileño. Vivió, en muy pocos días, momentos de dolor, momentos de ansiedad, momentos de alegría. No importaban estos estados de ánimo. Lo que quedó como dato y como enseñanza fue el patriotismo» (Diario Arriba, 21 de noviembre de 1975). 

Leemos en alertadigital.com

y en Wikipedia los siguientes datos de "su biografía":


Fernando Ónega


Fernando Ónega López (Mosteiro, Lugo, 15 de junio de 1947) es un periodista español. Es padre de las periodistas Sonsoles y Cristina Ónega. Fue jefe de prensa de la Guardia de Franco y de Adolfo Suárez, siendo autor del famoso puedo prometer y prometo.

Prensa escrita

Ha trabajado en distintos medios escritos y fue Director del Diario Ya (1985-1986). También colabora esporádicamente en el diario lucense El Progreso.

Radio

En 1979 ingresa en la Cadena SER realizando comentarios políticos en el programa Hora 25. El 10 de febrero de 1981 fue nombrado director de los informativos de la cadena, en sustitución de Iñaki Gabilondo, coincidiendo además con el intento de Golpe de Estado del 23-F.
Más adelante ejerció la misma responsabilidad en la Cadena COPE (1986-1990).

En 1992 y 1993 asumió el cargo de Director de Onda Cero y de nuevo entre julio de 2000 y enero de 2002; desde 2004 colabora con Carlos Herrera en el programa Herrera en la onda, así como en La Brújula de Carlos Alsina, ambos de dicha emisora.

Televisión

Comenzó su andadura por televisión en la cadena pública TVE donde a finales de los años setenta dirigió el programa informativo Siete días (1978-1979) y Revista de Prensa (1980). Ese mismo año es nombrado Director de Relaciones Externas de la cadena (1980-1981).

En junio de 1993 comenzó a colaborar en los servicios informativos de Telecinco, haciendo análisis político en el espacio Entre hoy y mañana de Luis Mariñas. Un año después pasa a las labores de presentación del informativo nocturno y en 1994 el del mediodía.

En 1997 ficha por Antena 3 y hasta 1999 es el presentador de Antena 3 Noticias en la edición de las 21 horas.

En los últimos años ha intervenido como comentarista de actualidad en las tertulias de los espacios 59 segundos (2005-2006), El Programa de Ana Rosa (2005-2008)  y Las mañanas de Cuatro (2007-2009). Desde 2002 hasta 2009 colaboró en el programa Saber vivir de Manuel Torreiglesias en TVE. Además, cada mañana ofrece su opinión en el programa Galicia por diante, dirigido por el periodista Kiko Novoa, en la Radio Galega.

Desde agosto de 2009 conduce la sección Saber mirar en el magazine de TVE La mañana de La 1.

El pueblo pide recortes en los privilegios de la clase política



Desde hace un tiempo a esta parte, circula con mucho más brío un e-mail cadena que refleja un sentimiento general de la sociedad española y que, en estos momentos, tiene más vigencia que nunca. Se trata de aquel que habla sobre lo indignantes que resultan los recortes que está llevando a cabo el gobierno, y la necesidad de ahorrar en otras partidas, como son las relativas a los privilegios que ostentan los políticos (senadores, diputados y demás cargos políticos).


Antes de nada, me presento, soy Fran, un apolítico convencido… y “políticamente” correcto en la mayoría de los ámbitos de mi vida. Sin embargo, hoy quiero servir de portavoz de aquellos que no lo son y que se sienten indignados con la situación que estamos viviendo.

Además, en este artículo no quiero reflejar exactamente mi opinión, sino aquella que tienen cientos de miles de españoles. Por ello, esta reflexión se debe entender, más que como una opinión personal, como un “sentir” general de los españoles.

Hay mucha gente que se pregunta hasta qué punto depositamos todo nuestro futuro en personas que, en muchos casos, el único mérito que tienen es haber militado en un partido político, y que, además, tienen el “honor” de gestionar el dinero de todos los ciudadanos, sin ofrecernos mucho más a cambio… bueno, sí, una dudosa gestión en muchos casos (con independencia del color político que haya detrás) que después queda impune, sin asumir ninguna carga por los “deslices” cometidos (¿tendremos que aprender de Islandia?…).

Además, hay que recordar que la clase política goza de unos privilegios que el resto de españoles no tiene, cuando la sociedad piensa que muchos políticos han demostrado “bien poco” para llegar a ostentar esos cargos tan privilegiados. Se trata de puestos que no requieren ningún filtro (o, al menos, ninguno que sea transparente), como pueden ser las oposiciones a las que se enfrentan los funcionarios que, a pesar de la controversia que en muchos casos generan, son una prueba totalmente objetiva.

Este tipo de personas suelen tener (teóricamente) una gran capacidad de dialéctica, argumentación, “charlatanería” (dirían muchos), que se basa, principalmente, en hablar en exceso y no decir prácticamente nada. Aún así, nos encontramos con que muchas de estas personas tan preparadas para hablar en público tienen que seguir el guión escrito en un discurso que leen “al dedillo” o necesitan tener el texto escrito en el teleprompter, cual presentador de informativos.

Esta clase política debería destacar en ciertas competencias que, desde la Universidad, exigimos a todos nuestros estudiantes de Grado. Sin embargo, los privilegiados políticos, en muchos casos, suspenderían la evaluación de este tipo de competencias profesionales, como puede ser el dominio de idiomas, saber comportarse en público, trabajar en equipo, liderar un grupo, etc.

¿Qué tipo de medidas está reclamando el pueblo y la clase política hace oídos sordos?

Algunas de estas exigencias se pueden resumir en los siguientes puntos:
  1. La clase política (diputados, senadores, ministros, etc.) debería percibir un salario (quizá más homogéneo con el del resto de los ciudadanos españoles, sin intentar converger a la media europea, sino a la media de nuestro país) únicamente durante el tiempo que ocupe un determinado cargo.
  2. La clase política no debería percibir una jubilación sólo por el hecho de haber ostentado un cargo político/público, con independencia del tiempo que haya trabajado.
  3. La clase política debería contribuir a la Seguridad Social, sin contar con un fondo de jubilación aparte, que se nutre de los propios políticos y de los Presupuestos Generales del Estado.
  4. La clase política debería dejar que el pueblo votase la subida o bajada de su sueldo, en función de cómo estén gestionando el país.
  5. Además, la clase política debería rendir cuentas al finalizar su gestión, y recibir los halagos pertinentes, si lo ha hecho bien, o sufrir las consecuencias oportunas en caso de una mala gestión.
La mayoría de los españoles votaríamos a favor de este tipo de medidas, no tengo la menor duda. Además, estos mismos españoles opinan masivamente que los políticos son ciudadanos que no deben ostentar privilegios distintos a los del resto y que deben luchar por el buen funcionamiento del país. Por otro lado, si se han equivocado en su gestión, deben asumir las consecuencias.
Finalmente, creo que el sentir general de todos los españoles clama que los políticos deben arrimar el hombro y ser los primeros en sufrir los recortes oportunos en sus numerosos privilegios, así como reducir el excesivo y nutrido grupo de integrantes de la clase política española.
¿Algún político se atreverá a dar ese paso? ¿Otro alguien lo secundará?…
Parece una utopía, pero esperemos que se convierta en realidad.

Autor: Francisco Jareño - Profesor Titular de Universidad - Dpto. de Análisis Económico y Finanzas

economiadigital.lacerca.com 


sábado, 18 de agosto de 2012

Felipe Gonzalez en plan "jet set" referencia para no olvidar


Felipe González y Mar García Vaquero, lujosas vacaciones en el Caribe

El ex presidente del Gobierno y su novia repiten en Punta Cana para despedir el año

LVL
lunes, 04 de enero de 2010, 18:08
Madrid.-

Las vacaciones navideñas de Felipe González son cada año más calurosas y caras. Si el año pasado, la portada de 'Lecturas' se hacía eco de la estancia del ex presidente del Gobierno, junto a su novia, María del Mar García Vaquero, en República Dominicana para celebrar la llegada del 2009, este año, la pareja ha repetido su cálido destino para tomarse las uvas.

Desde que Felipe González dejara hace poco más de un año a Carmen Romero para entrar en la selecta jet set, de la mano de Mar García Vaquero, su actual novia, sus formas de vida y las evidencias de esta han cambiado.

El ex presidente ha repetido y ha vuelto a pasar el fin de año y el comienzo del nuevo en el país caribeño, en el exclusivo resort 'Cap Cana', en Punta Cana, según publicaba el sábado 'La otra crónica de El Mundo'.
Para este retiro navideño, el ex presidente y su novia eligieron un lujoso alojamiento en la urbanización Las villas, construido por el magnate Fran Rainieri y cuya estancia puede ascender a los 3.000 euros por día.

García Vaquero fue acompañada de una de sus hijas y de su hermana y su cuñado, este año han sido los amigos de la pareja los que han viajado con ellos al Caribe.

El político (66 años), que comparte casa con Mar García Vaquero (51) en el barrio de Salamanca, en Madrid, conoció a su actual pareja, una ejecutiva de la Caixa, divorciada de un médico y madre de dos hijas, hace unos años cuando esta mantenía una relación sentimental con otro de los grandes amigos de Felipe, el constructor millonario Luis García Cereceda.

Fuente:http://www.lavozlibre.com/noticias/ampliar/30790/felipe-gonzalez-lujo-en-punta-cana