domingo, 3 de marzo de 2013

MAS PEDAGOGÍA Y MENOS FALSO OPTIMISMO.




 



 










Concepción Arenal, que debió ser una mujer de armas tomar -asistía como oyente a clases de Derecho vestida de hombre porque la Universidad estaba vetada para las mujeres-, dijo en una ocasión una de esas verdades que conmueven. “Hoy en España”, sostenía la escritora gallega, ¿qué remedio puede emplearse contra los males que nos afligen o nos amenazan?”. Y la respuesta que dió fue esclarecedora: “Ninguna dolencia social puede combatirse con un remedio sólo; pero si se nos pidiera que señaláramos uno nada más, aquel que juzgásemos de mayor eficacia, responderíamos sin vacilar: la instrucción”.

Es evidente que Arenal se refería a lo que entonces se entendía como instrucción pública, y que hoy denominaríamos la enseñanza obligatoria; pero sin duda que la palabra instrucción es hoy más necesaria que nunca. Falta pedagogía. Pedagogía política. Y cuando el ministro Montoro se empeña en disfrazar la realidad de la Hacienda Pública, lo que hace, en verdad, es ir a favor de la ignorancia.

Tiene razón el ministro de Hacienda cuando dice que el sector público ha hecho en 2012 un formidable esfuerzo de ajuste. Ahí están los 11.000 millones de euros largos en que se ha recortado el consumo público. Y ahí están, igualmente, los 11.200 millones que ha aumentado la presión fiscal, como reveló el presidente Rajoy en el Debate sobre el Estado de la Nación, y cuya cuantía demuestra un indudable coraje político. No debe ser fácil legislar contra quienes te han votado.



Todo ello en un contexto fuertemente recesivo con una caída del PIB equivalente al 1,4%, lo que aporta, si cabe, más valor a lo logrado en 2012. Con el esfuerzo, como dijo el propio Rajoy, de toda la sociedad española, que está aceptando el ajuste sin grandes fracturas sociales. Algún día, cuando la recesión escampe, se medirá la importancia que han tenido la cohesión social y las políticas de igualdad (con todas sus limitaciones) para superar esta crisis, un valor que algunos desprecian. 


Pero si el Gobierno quiere transmitir fielmente el estado de la cuestión, la necesaria instrucción pública que reclamaba Concepción Arenal, es ridículo seguir diciendo que el déficit público fue en 2012 equivalente al 6,74% del PIB. Fue del 10% incluyendo las ayudas al sector financiero. Y esa es, en realidad, la cifra que se trasladará a Bruselas, como por cierto hicieron Irlanda, Holanda o Bélgica cuando tuvieron que destinar ingentes recursos públicos para sanear su sistema financiero. O la misma España en 2011 (casi medio punto de PIB). Pero no por un capricho estadístico de los funcionarios de Eurostat, sino porque el Reino de España ha tenido que endeudarse en al menos en esa cantidad para financiar el déficit  presupuestario. Esa es la prueba del nueve.


Un homenaje a la verdad

Lo relevante no es, por lo tanto, lo que se diga en público, sino lo que se pague a los mercados, que son quienes financian el enorme agujero fiscal. Y no hay que olvidar que en los últimos cuatro trimestres las necesidades de financiación del sector público en términos de Contabilidad Nacional equivalen exactamente a 104.593 millones (el 10% del PIB). Ese es el déficit que hay que financiar, y, por lo tanto, el que debe trasladarse a la opinión pública, aunque sea como un homenaje a la verdad. Y el primer paso será una profunda revisión del escenario macroeconómico 2013 que, sin duda, el Gobierno anunciará en los próximos días.

Aunque duela, esta es la realidad de las cifras. Lo demás son juegos florales que sólo pretenden disfrazar el drama de un país que sigue endeudándose a velocidad de vértigo (más de 4.000 millones de euros a la semana), y que si no toma conciencia de la dimensión del problema bajo el amparo de medias verdades, es muy probable que tarde más de la cuenta en salir del hoyo. Como hace, por cierto, la sociedad italiana, incapaz de asumir que un país que destina cada año el 5% de su PIB a pagar el servicio de la deuda es, simplemente inviable. Por eso, sólo por eso, al margen de una lamentable arquitectura institucional, Italia es el país de la UE que menos ha crecido en las dos últimas décadas. Y España va camino de seguirla si no se frena el recurso fácil al endeudamiento público, un problema que hace pocos años se veía como una cuestión menor, pero que hoy es el gran reto de la economía.


Uno de los antecesores más ilustres de Montoro, Juan Bravo Murillo, (la verdad es que no ha habido muchos), lo expresó en 1865 con toda claridad, y eso dio lugar a una de las reformas de la administración más fructíferas: los cambios que se aprobaron en tiempos de Bravo Murillo duraron casi un siglo. “No hay que cerrar los ojos a la luz”, decía el político extremeño. “La situación de la Hacienda Pública es crítica y apurada; debiendo reconocerse, y es digno de elogio, la abnegación de los beneméritos patricios que, tomando a su cargo en tales circunstancias la dirección de los negocios públicos, arrostran grandes dificultades y peligros; pero se necesitan muy fuertes y muy eficaces remedios para contener la progresión del mal y evitar el cataclismo que nos amenaza”.

Siglo y medio después, la situación de la Hacienda Pública vuelve a ser una calamidad, y por eso resulta pueril hacer juegos malabares con las cifras macroeconómicas. Ni el sector exterior se está comportando de forma tan positiva como se dice -como magistralmente resume este imprescindible escrito de Juan Carlos Barba- ni se están haciendo las reformas que el país exige.

Preguntas y más preguntas

La Agencia Tributaria sigue siendo un coladero para multitud de defraudadores, mientras que la Administración -sobre todo la territorial- sigue en pie como un tributo al exceso. ¿Dónde están las privatizaciones? ¿Por qué no bajan los pisos para estimular el mercado inmobiliario? ¿Por qué los industriales españoles pagan mucho más cara la energía que sus competidores? ¿Por qué no hay ningún incentivo verdaderamente eficaz para contratar un joven? ¿Por qué se siguen construyendo aves a ninguna parte? ¿Por qué la inflación española sigue siendo tan elevada en medio de una brutal recesión?...



Y por eso, asumir que el mayor triunfo de la política económica es la corrección del déficit de balanza de pagos es simplemente el recurso más fácil. La realidad es mucho más cruda de lo que se dice. 

Aunque el sector exterior vaya a cerrar este año con superávit -sin duda una buena noticia-, lo cierto es que este excedente no deja de ser un flujo monetario, por lo que lo relevante es el stock acumulado. Y tantos años de desenfreno han llevado al país a tener una deuda neta con el exterior equivalente 955.700 millones, una cifra de vértigo que hay que relacionar con los 10.000 millones de superávit que puede tener la economía española en 2013 en el mejor de los casos. Esa comparación ilustra la dimensión del problema.

 A veces se olvida que en medio de un brutal ajuste -3,5 millones de empleos destruidos en solo un quinquenio- y una fuerte restricción del crédito, España apenas ha podido reducir su endeudamiento neto exterior en 26.500 millones de euros desde el máximo del cuarto trimestre de 2009, cuando se alcanzaron los 982.200 millones. Y engañarse sobre estas cifras es, simplemente, como suele decirse, hacerse trampas en el solitario.

¿Qué quiere decir esto? Pues simplemente que los datos ponen de manifiesto que la combinación de una deuda pública enormemente alta -que en 2014 representará el 101% del PIB-, como acaba de estimar la Comisión Europea, y un endeudamiento exterior neto muy elevado -más del 90% del PIB- es una combinación letal que necesariamente conducirá al país a la frustración si se quiere hacer creer a la nación que la realidad es distinta de como es. Sobre todo cuando se tiene al 26% de la población activa en paro y con un problema estructural en su modelo educativo, absolutamente desconectado del sistema productivo.

Ya Ortega denunciaba hace mucho tiempo la tendencia innata de los españoles a engañarse. “¿Quiere decir que mis pensamientos sobre España son pesimistas?”, contestaba a uno de sus críticos. “Algunas personas los califican así; pero yo no veo que el pesimismo sea, sin más ni más, censurable. Son las cosas a veces de tal condición que juzgarlas con sesgo optimista equivale a no haberse enterado de ellas”. Palabra de filósofo. 


Fuente: Carlos Sánchez de EL CONFIDENCIAL

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