No pasa nada. No tiene por qué pasar nada. Existe un mal común a toda la clase dirigente, el de creerse imprescindibles. Pero nadie es imprescindible, ni siquiera usted, Majestad, y mucho menos para garantizar la continuidad de lo que usted representa. Es más, permítame que le diga con todo el respeto que su persona me merece que, a día de hoy y dadas las circunstancias que le acompañan, no solo las físicas sino también las de índole político y personal, el Príncipe de Asturias está mucho más preparado de lo que lo está Usted para dar satisfacción a quienes quieren la continuidad de la Monarquía Parlamentaria como sistema de configuración del Estado.
Este humilde ciudadano, que no súbdito, que le
escribe, no es monárquico. En mi concepción de lo que debe ser la
configuración de un Estado moderno y de un sistema democrático avanzado,
no cabe la Monarquía por la simple razón de que se escapa del ámbito de
elección de la Soberanía Nacional que reside en el pueblo español en su
conjunto. Es verdad que este sistema lo elegimos una vez, cuando
quienes pudieron votaron la Constitución de 1978 -no es mi caso-, pero
mientras los españoles revalidamos cada cuatro años nuestra confianza en
las instituciones que configuran ese sistema, la única institución que se escapa a esa reválida es, precisamente, la suya.
Esa
es la razón por la que yo, modestamente, no concibo la Monarquía como
forma de configuración del Estado, pero me ocurre lo mismo que le ocurre
al gran escritor Arturo Pérez Reverte, que siendo
republicano, se me quitan las ganas al ver las caras y los
comportamientos de algunos e, incluso, de muchos.
En España, por
desgracia, la idea de la República está asociada a lo que ocurrió en este país en 1936 y,
por lo tanto, secuestrada por la izquierda, y eso significa que si
tengo que elegir a día de hoy prefiero la estabilidad que me garantiza
la continuidad de lo que hay, a la idea peregrina de darle a la
izquierda la oportunidad de construir un modelo de Estado basado en unos
principios que no comparto en absoluto.
Gracias
a Usted hemos superado viejos fantasmas y apartado temores que todavía
tuvimos presentes aquel 23 de febrero de 1981. Hoy, nadie piensa que eso
pueda ser posible. Pero Usted ya no tiene la energía, la vitalidad, ni
la legitimidad suficiente para mantener viva esa instantáneaPor
lo tanto, mientras en España no seamos capaces de aceptar la República
como una forma de configuración del Estado en lugar de cómo la insignia
de una revancha a tomarse casi cien años después de aquellos sucesos que
dieron lugar a una Guerra Civil, mejor quedarnos como estamos.
Pero en el quedarnos como estamos tampoco cabe seguir manteniendo a un
Jefe del Estado que físicamente está muy deteriorado y que anímica y
políticamente está muy tocado por los muchos escándalos que han rodeado a
su figura, Majestad.
La Monarquía, para empezar a recuperar parte de la buena imagen que ha venido perdiendo a chorros en los últimos tiempos, necesita rejuvenecerse y regenerarse, y eso, Majestad, me temo yo que ya no puede hacerlo Usted, más preocupado por sus problemas de cadera que por el futuro de la institución
que representa. Verá, Señor, su papel ha sido fundamental durante
muchos años y nadie -o tan solo una minoría- le va a discutir la
importancia que ha tenido para hacer de España un país moderno,
desarrollado y políticamente comparable al resto de democracias de
nuestro entorno.
Gracias a Usted hemos superado viejos fantasmas y
apartado temores que todavía tuvimos presentes aquel 23 de febrero de
1981. Hoy, nadie piensa que eso pueda ser posible. Pero Usted ya no
tiene la energía, la vitalidad, ni la legitimidad suficiente para
mantener viva esa instantánea. ¿Legitimidad? Sí. Verá, alrededor de
Usted y de la institución que representa han pasado demasiadas cosas muy poco ejemplares,
por decirlo suavemente, y aunque no seré yo quien ponga en duda su
propio comportamiento, lo cierto es que de todo eso tiene Usted al menos
una responsabilidad in vigilando.
Durante estos años atrás, Usted ha propiciado ese pacto
político-mediático que le permitía mantener un estado de opacidad que
ahora se antoja un enorme error a la vista de las circunstancias. Es
necesario dotar a la Monarquía de mayor transparencia, y
no solo eso, sino incluso someterla a controles parlamentarios y que al
menos los ciudadanos tengan la sensación de que también sobre el Rey
gobiernan ellos, porque en eso consiste la democracia. ¿Puede Usted
hacerlo? Creo que no, me temo que hace falta alguien que de verdad se
crea que eso es así, y ese alguien no es otro que el Príncipe Felipe en
cuyas manos debería caer la responsabilidad de regenerar la institución y
recuperar su credibilidad.
No le digo que lo haga ya. Quizá sea
necesario despejar definitivamente las dudas y las incógnitas que
todavía generan asuntos como el de su yerno Iñaki Urdangarín, pero una vez completado ese círculo y alejado el cáliz de las manos del Príncipe, éste debería asumir la Corona
como ha ocurrido con absoluta normalidad en otros dos países de nuestro
entorno y propiciar los grandes cambios que requiere la institución. Y
no pasará nada, Majestad. Nada.
Fuente: Federico Quevedo en EL CONFIDENCIAL.