domingo, 24 de marzo de 2013

Equipo Económico dobló sus ingresos desde que Montoro llegó al Congreso







En junio de 2006, Cristobal Montoro y Ricardo Martínez Rico constituyeron la consultora "Montoro y Asociados". En aquel momento, Montoro es eurodiputado del PP y su socio Ricardo Martínez Rico –ahora presidente de Equipo Económico- era el director de la oficina comercial y económica de España en EEUU, con sede en Washington, a donde fue a parar tras ser secretario de Estado de Hacienda durante la última etapa de Aznar.

Mientras ejercían sus responsabilidades fuera de nuestras fronteras, ambos decidieron montar esta consultora que dos años más tarde cambiaría de nombre y quedaría en manos de Ricardo Martínez Rico al vender Cristóbal Montoro todas sus acciones y abandonar sus responsabilidades como consejero y presidente.
Este cambio en el accionariado de la empresa tiene lugar en primavera de 2008. El 31 de marzo de aquel año deja el parlamento europeo y toma posesión de su acta de diputado en la cámara baja española como miembro del grupo parlamentario popular, donde ejerce como responsable de los asuntos económicos. Además, en junio del mismo año, durante el famoso congreso de Valencia, Montoro pasa a formar parte de la la Ejecutiva del PP como vocal electo. Desde la propia consultora han explicado que esta salida se debía a su ingreso en el Congreso de los diputados en puestos de responsabilidad.

Quedando Montoro y Asociados –ya Equipo Económico SL- en manos de Ricardo Martínez Rico, Montoro se centra en la labor parlamentaria en el área de economía. El grupo lo controla, Soraya Sáenz de Santamaría. Además, otro miembro fuerte del grupo popular es Fátima Báñez.

Dobla los ingresos

Curiosamente, la información disponible en el registro sobre Equipo Económico sobre los ingresos de la consultora arranca en 2008, no figurando los resultados obtenidos en 2007 y los pocos meses en que estuvo en funcionamiento durante 2006.

En cualquier caso, lo que constatan las cifras del registro es que la facturación de Equipo Económico se dispara desde que Montoro sale del accionariado y se posiciona como hombre fuerte del PP en el grupo parlamentario.

En 2008, Equipo Económico factura 2.915.347,48 euros. Tres años después, en 2011, la facturación ascendía a 5.560.180,37 euros. Es decir, que fue una de las pocas empresas españolas que navegó contracorriente en plena crisis económica y multiplicó sus ingresos, no tanto sus beneficios, ya que si en 2008 contaba tan sólo –siempre según los datos del registro- con tres empleados, en 2009 fueron seis; en 2010 siete y en 2011, doce.




(Evolución de ingresos de Equipo Económico | Registro e-informa)


Pese a la citada evolución en los ingresos, el resultado después de impuestos de cada ejercicio no crecía, sino que menguaba. Así, según el balance y cuenta de resultados de Equipo Económico, el resultado de 2009 fue de 297.446,78 euros, en 2010 de 282.864,31 euros y en 2011 de 236.745,48 euros. Es decir, que el beneficio neto obtenido fue disminuyendo desde 2009 (no figura resultados en años anteriores).



(Evolución de empleados de Equipo Económico | Registro e-informa)



Quizá el aumento en las contrataciones de la compañía tenga algo que ver: según los datos del balance en el año el gasto en personal ascendió a 253.723,61 euros en 2009, cuando la empresa contaba con 6 empleados. En 2010 subió hasta 334.781,46 euros, con 7 empleados. Un año más tarde, en 2011, con 12 empleados el gasto en personal ascendió a 608.259,80 euros.

Según se puede comprobar con un vistazo a estas cifras, el cambio de nombre favoreció a Montoro y Asociados. Desde que pasó a llamarse Equipo Económico con la salida de Montoro de su accionariado y su aterrizaje en el Grupo Parlamentario Popular. Los ingresos casi se duplicaron durante los tres años en que Montoro ejerció como responsable económico del grupo parlamentario popular en la oposición.

El enfado de Montoro

Cuando han preguntado al ministro de Hacienda por su pasado en Montoro y Asociados, éste no ha dudado en decir que "yo tenía todo el derecho del mundo para montar en 2006 una consultoría después de la derrota de las generales de 2004. Allí se incorporó mucha gente que había trabajado conmigo en el Gobierno. Lo hice porque pensé sinceramente en mi salida definitiva de la política, y en todo caso era una salida más honorable, o así me lo pareció, que las de otros que se colocan a la sombra de grandes empresas, cuyos nombres no voy a citar, cuando dejan el Poder", explicaba no sin perder la oportunidad de sembrar dudas sobre algunos de sus propios compañeros de partido.

Y seguía "Luego ocurrió que me llamó Mariano y me dijo que me necesitaba. Insistió tanto que decidí volver porque, ¿qué mejor ocupación que la de servir a tu país? Y en ese momento, 2008, abandoné la empresa y vendí mis acciones. Y bien, ¿qué tengo yo que ver ahora con lo que hagan esos señores en su casa, por muy amigos, incluso familiares míos, que sean? Lo que me parece alucinante es que en circunstancias como las actuales se intente dinamitar la honorabilidad de un miembro del Gobierno porque sí, y sin una sola prueba", se quejaba el ministro. En su línea de los últimos meses, lanzaba una advertencia: "A quienes lanzan estos infundios, les reto a que presenten pruebas de alguna mala práctica. No las tienen, porque no la hay y porque tengo la conciencia tranquila".

CUANDO LOS CATALANES RECLAMARON LA INQUISICIÓN


El tópico dominante sostiene que los catalanes, tan benefactores como incomprendidos, han tratado de civilizar a los demás españoles dándoles la democracia, la tolerancia y la industria textil, pero que éstos, bárbaros y mesetarios, los han venido rechazando casi a pedradas, como los campesinos a los funcionarios que les llevaban las vacunas. El propio Jordi Pujol lo ha dicho varias veces:
Desde el primer momento de la Transición, Cataluña intervino en la política española con voluntad de contribuir a la instauración y consolidación de la democracia, al progreso económico y social del conjunto de España, a su modernización, a su integración en Europa.
En realidad, la historia nos muestra los bandazos que dan los pueblos. En la primera mitad del siglo XIX, durante el choque entre el Antiguo Régimen y el liberalismo, la mayoría de los catalanes era reaccionaria, tanto que en 1827 se produjo una sublevación porque Fernando VII era demasiado blando y no había restaurado la Inquisición. Se trató de la Guerra de los Malcontents.

Entre 1820 y 1823 se desarrolló el Trienio Liberal, que se derrumbó debido a las escisiones dentro de los liberales entre moderados y exaltados y la labor de zapa de Fernando VII, que no aceptaba el recorte de sus facultades regias. En varias comarcas de España surgieron guerrillas realistas, la Hacienda quebró y, al final, la Santa Alianza, la coalición de los reyes europeos, envió en 1823 una expedición militar, los Cien Mil Hijos de San Luis, para derrocar a los liberales. El ejército invasor cruzó los Pirineos y llegó hasta Cádiz sin oposición de los mismos españoles que en 1808 se habían rebelado contra Napoleón.



El rey decepciona a sus fieles

Fernando VII fue restaurado en su condición de monarca absoluto y pasó a perseguir a los liberales. Pero la situación nacional e internacional ya no era la que el Borbón había encontrado al regresar a España de su cómoda prisión francesa. El Antiguo Régimen había colapsado; la economía no funcionaba; la banca inglesa no aceptaba suscribir nuevos empréstitos porque Fernando no reconocía la deuda del Trienio; en Portugal había estallado la guerra civil entre liberales y realistas, y Londres presionaba a Madrid para que apoyase a su candidata, María de la Gloria.

Además, para pacificar el país y administrarlo, así como para formar una alianza que apoyase a sus futuros hijos (el rey estaba casado desde 1819 con María Josefa Amalia de Sajonia, pero carecía de descendencia), empezó a llamar al Gobierno a personalidades liberales. Para captar a éstas el soberano tuvo que dictar amnistías y perdones. Uno de los principales técnicos liberales que colaboró con Fernando VII fue Luis López Ballesteros, alto funcionario del tesoro que en 1824 recibió el cargo de ministro de Hacienda, en el que permaneció hasta 1832.

El rey desilusionó a sus partidarios más acérrimos al no restaurar la Inquisición, abolida en 1820, y al no reintegrar al Ejército a los oficiales depurados por los liberales y a los jefes de las guerrillas realistas.

El malestar creció, abonado por malas cosechas, y fructificó en la región entonces más reaccionaria de España: Cataluña. En agosto de 1822 las partidas realistas tomaron la localidad catalana Seo de Urgel, donde se estableció una regencia que proclamó a Fernando VII como rey absoluto y declaró que era prisionero de los liberales.

Consecuencia del malestar de los fidelísimos fue el Manifiesto de la Federación de los Realistas Puros (1826), prueba de que ya había realistas impuros, y se establece, por primera vez, la distinción entre las dos legitimidades: la de origen y la de ejercicio, que llega hasta nuestros días.

El último en enunciarla ha sido el socialista Alfonso Guerra.

En la primavera de 1827, en los meses de marzo y abril, en las comarcas catalanas de Tortosa, Vich, Gerona y Figueras se levantaron partidas realistas. Fue tan débil el movimiento que en abril estaba dispersado y el Gobierno de Madrid dictó perdones para los cabecillas; pero el malestar siguió larvado hasta que volvió a estallar en el verano, con la finalización de la cosecha.

Junto con los ataques a la Iglesia cometidos por los exaltados, los Gobiernos liberales habían procedido a una desamortización parcial que privó a muchos campesinos y ganaderos de las tierras comunales y eclesiásticas que arrendaban a bajo precio y a subir los impuestos.

Contra la "chusma infernal" de Madrid

Los catalanes sacaron de los pajares y los arcones sus sables, pistolas y escopetas, y se echaron al monte. El 30 de julio José Bosoms, payés y guerrillero contra los franceses, hizo una proclama en Berga que comenzaba así:
Compatriotas Catalanes míos, Españoles que os gloriáis de haber restituido con vuestra sangre y sacrificios a nuestro idolatrado REY FERNANDO.
El monarca estaba dominado en Madrid por una "chusma infernal" que había "logrado apoderarse de los empleos y destino, chupar la sangre de los que antes no pudieron inmolar". Y concluía de esta manera:
Catalanes, viva el REY, y abajo la Policía y los empleados negros (liberales).
El periódico El Catalán Realista, editado en Manresa y órgano de los rebeldes, publicó en agosto la proclama. El lema de su cabecera era el siguiente:
Viva la Religión. Viva el Rey absoluto. Viva la Inquisición. Muera la Policía. Muera el Masonerismo y toda secta oculta.
Esta rebelión se llamó Guerra de los Malcontents o de los Agraviados. Los realistas para los que Fernando VII sufría de veleidades liberales reunieron a 30.000 hombres en armas y se apoderaron de muchas de las principales villas catalanas: Vich, Olot, Manresa, Reus, Berga, Igualada... También sitiaron Gerona, ante cuyas murallas acecharon unos 4.000 malcontents, y Tarragona. A Barcelona llegaron miles de desplazados de las comarcas interiores, hasta el punto de que el Ayuntamiento constituyó una junta de sanidad.



A finales de septiembre, el rey actuó. Por un lado nombró al conde de España, un aristócrata francés que estaba al servicio de los reyes españoles desde la Revolución, capitán general de Cataluña y presidente de la Audiencia. Y por otro lado anunció su viaje a Cataluña, pese a su mala salud.

El 22 de septiembre Fernando VII dejó El Escorial, llegó a Vinaroz el 26 y entró en Tarragona el 28. Su presencia en Cataluña, que desautorizaba a quienes aseguraban obrar por su bien, más una proclama en la que prometía clemencia desbarataron a las partidas. El soberano, que aplicaba la máxima de "palo al burro blanco, palo al burro negro", ordenó que se castigase a los jefes rebeldes con la máxima severidad. En consecuencia, muchos de ellos fueron ahorcados, fusilados y, los más afortunados, deportados a Ceuta.

Bosoms resistió con unos 1.500 hombres hasta que en diciembre pasó a Francia. Al regresar a Cataluña en 1838 fue traicionado y entregado al conde de España, que en febrero le hizo fusilar.

En 1833, de nuevo miles de catalanes se alzarían por los derechos del rey legítimo y absoluto de España, en este caso el hermano de Fernando, el infante Carlos María Isidro.
Hoy los descendientes de esos catalanes de Olot, Vich y Berga votan a CiU y ERC.

Fuente:  http://www.libertaddigital.com

jueves, 21 de marzo de 2013

Se reaviva el gran escándalo de la Andalucía socialista



Ayer hubo dosis de recuerdo sobre los ERE fraudulentos en la Andalucía socialista. Bajo el nombre de Operación Heracles, dirigida por la juez del caso, Mercedes Alaya, la Guardia Civil practicó veinte detenciones y trece registros en Barcelona, Madrid, Las Palmas y cuatro provincias andaluzas. Entre los detenidos, un exsindicalista de UGT, Juan Lanzas, conocido por su habilidad para conseguir jubilaciones tramposas, entre ellas la suya propia y la de su mujer.

Después de una larga convalecencia por enfermedad, vuelve con fuerza la juez Alaya. Ayer tocaba afrontar una derivada del caso: la pieza secreta referida a los mediadores que intervinieron en la canalización ilegal de dinero público. El generoso fluido de millones salidos de los presupuestos de la Junta de Andalucía también dio para pagar comisiones y subcomisiones a estos intermediarios. 

Despachos de abogados, aseguradoras, consultoras y gestorías que en algunos casos se llevaban la parte sustancial por encargarse de tramitar los expedientes y dar apariencia legal a lo que era una descarada forma de saqueo a favor de falsos prejubilados, empresarios amigos, compañeros de partido y paisanos de la sierra norte sevillana, la tierra del entonces director general de Trabajo (1999-2008) y principal imputado, Francisco Javier Guerrero.


Por orden de la juez Alaya, Guerrero volvió ayer a prisión, de donde había salido bajo fianza de 50.000 euros en octubre del año pasado. Es el máximo responsable de la caribeña gestión de los 647 millones de euros destinados por la Junta de Andalucía al apoyo de empresas en crisis y trabajadores despedidos. 




¿Solo o en compañía de otros? Esa es la pregunta que esconde la verdad política del caso, y seguramente también una parte de la verdad judicial.

No conozco la literalidad del auto judicial que vuelve a enviar a prisión a Guerrero. Pero el que ya le llevó a la cárcel a principios de 2012 mencionaba expresamente el riesgo de fuga por posibles “presiones externas” de terceras personas tal vez interesadas en silenciarle por alejamiento. Seguramente, la juez mantiene vivo ese temor.

Es un desafío a la lógica suponer al Gobierno andaluz ignorante de una gestión plagada de irregularidades a lo largo de nueve años, y nada discreta. Es de sentido común. Pero además tenemos constancia judicial de que Javier Guerrero, imputado por media docena de delitos, ha declarado expresamente que la Junta de Andalucía, entonces y ahora en manos del PSOE, conocía el modus operandi en la distribución de las ayudas. 


Empezando por el superior de Guerrero, el consejero de Empleo (2004-2010), Antonio Fernández, que es uno de los 60 imputados. Y eso deja la pasión indagatoria de la jueza a los pies del expresidente de la Junta, Manuel Chaves, y de su sucesor, José Antonio Griñán, pues ambos tuvieron bajo su autoridad política e institucional al exconsejero Fernández, un histórico dirigente local del PSOE gaditano, y al mencionado  Javier Guerrero, que en cualquier momento puede volver a poner el asunto político al rojo, lo que por desgracia no pudo hacer la fallida comisión parlamentaria.

Fuente: EL CONFIDENCIAL

martes, 19 de marzo de 2013

LA FABULA DEL GATO DE FELIPE GONZALEZ



  













La crisis afecta a los españoles con toda su furia devastadora. Pero el PP y el PSOE son incapaces de explicar a los ciudadanos qué ha pasado. La función de un Gobierno es hacer el relato de la sociedad, con sus contradicciones y problemas, pero este relato no existe en España porque desde la muerte de Franco en 1975 y el inicio de la Transición, los responsables políticos han hecho de la pereza intelectual una marca de identidad. El gran escritor chileno, residente en España, Luis Sepúlveda, nos propone su propio relato de la ascensión y caída de una ilusión económica. 

La literatura sirve para explicar la complejidad del universo, porque el relato tiene como punto de partida un lugar y un momento determinado. La crisis me afecta de una manera directa, muchos de mis amigos españoles la padecen con toda su furia devastadora, sienten que el futuro no puede ser más incierto y contemplan ató­nitos como la normalidad de un país europeo se desmorona cada día entre la deriva de dos Gobiernos, del Partido Popular y del PSOE, incapaces de hacer una exposición que permita a los ciudadanos entender qué diablos pasó, qué está pasando y, lo peor, qué demonios pasará mañana. 
Se supone que la función de cualquier Gobierno es mantener actualizado el relato de la sociedad, con todas sus contradicciones y problemas, pero este necesario relato no existe en España, no ha existido nunca, porque desde la muerte de Franco y el inicio de la transición a la democracia, los responsables de la conducción política del país hicieron de la pereza intelectual una marca de identidad. No había ­para qué pensar en un modelo de ­país viable y, si se revisan como yo lo he hecho, las intervenciones en el Parlamento o los discursos de las campañas electorales, no se encontrará ni una sola frase memorable que apuntara a eso que se llama idea de país y sociedad.

El único estadista español que intentó trazar el relato de la sociedad española fue Azaña. No hubo ni hay otro, porque la gran carencia de España es la falta de una burguesía ilustrada, esa misma que genera la figura del Hombre o la Mujer de Estado.

La única frase destacable es la cita que Felipe González hizo de un proverbio chino: "no importa si el gato es blanco o negro; lo que importa es que cace ratones". Y a partir de esa frase, que se impuso aplicada a todas las situaciones sociales, económicas, culturales y políticas, intentaré hacer un relato que me permita entender qué diablos pasó, qué demonios está pasando, y por qué está pasando. Como ciudadano europeo necesito un relato para entender este presente de pesadilla, que me ayude a encontrar la puerta de salida y no dejar que me atrape como el maldito retrato de Dorian Gray.

Hacía bastante frío en Madrid la mañana del 4 de febrero de 1988, pero las bajas temperaturas se sentían en la calle y no así en la bien atemperada sala del Palacio de Congresos. Más de mil empresarios convocados por la APD, Asociación para el Progreso de la Dirección, esperaban las palabras animadoras de Carlos Solchaga, ministro de Economía y Hacienda del gobierno socialista de Felipe González.

Y el ministro habló: "España es el país donde se puede ganar más dinero a corto plazo de Europa y quizá del mundo. No sólo lo digo yo: es lo que dicen los asesores y expertos bursátiles".

El aplauso hizo subir la temperatura a niveles tropicales. El PSOE hablaba claro y contundente; España era un país en donde sólo los imbéciles no podían ser ricos, o vivir convencidos de que eran ricos. Cualquier consideración sobre las reglas fundamentales de la economía, sobre ética o solidaridad social, sobre la idea socialdemócrata del bienestar o acerca de una eventual posición de izquierda ­respecto de la génesis de la riqueza, podía ser considerada un escollo salvable, insignificante, intrascendente en el camino hacia una sociedad cuya única seña de identidad sería la riqueza, y además a corto plazo.

¿Y cómo un país puede caer en la trampa de la fortuna súbita? La crisis global tiene ya muchas explicaciones dadas por economistas que obvian lo fundamental: que el sistema capitalista en su conjunto ha fallado, pero en el caso específico de España las razones han de buscarse en una transición del Estado dictatorial nacional-católico a un Estado democrático, cuya máxima fue el borrón y cuenta nueva.

En España todas las discusiones fueron postergadas o relegadas a un plano intrascendente en aras de la incorporación al conjunto de naciones democráticas europeas. Así, la experiencia democrática republicana fue ignorada, aún al precio de quedar sin referente histórico, y primó un modo de ser basado, más que en el deseo de ser rabiosamente occidentales en la Guerra Fría con la incorporación en la OTAN, en la maldición cultural española llamada "La Picaresca". El gato, fuera cual fuese su color, tenía que cazar ratones.

Puede resultar simpático que un canalla le coma las uvas a un pobre ciego, pero cuando esa picaresca se convierte en fórmula para aceptar el día a día, a todos los niveles y, peor aún, para gobernar, los resultados permanecen, inmutables, porque lo que se hace mal siempre está presente para recordarnos justamente lo que hicimos mal.

Algo que se hizo muy mal en España, y se insiste en ello, fue una perversión del vocabulario para alejarlo de la realidad. No es casual que el terrorismo de Estado practicado en la lucha contra ETA en los años 1980 fuera llamado política antiterrorista, ni que la palabra crisis fuera remplazada por "desaceleración del crecimiento", o que el rescate de la banca privada sea presentado como "préstamo de óptimas condiciones". Desde el primer día de la Transición el eufemismo se impuso como parte fundamental del discurso político.

Tres años antes de la caída del muro de Berlín, del final del llamado socialismo real de los países del Este de Europa, y del establecimiento fallido del primer "nuevo orden internacional", España ingresaba a la Unión Europea, y la palabra globalización fue entendida como una suerte de algarabía, sin una sola reflexión acerca del cómo integrar al Estado español en este nuevo statu quo, de prever la manera de ser parte del fenómeno globalizante de la economía. Así, con la certeza de pertenecer por ósmosis a la parte rica de la humanidad, la clase política española en su conjunto, los economistas españoles casi sin excepción, no hicieron el menor análisis sobre las consecuencias del hecho que es genéricamente el primer paso hacia la actual crisis.

Cuando las economías más fuertes del mundo decidieron que los países menos desarrollados debían ser un gran mercado en expansión, a condición de que compitieran con los productos del Primer Mundo, ningún profeta al estilo de Carlos Solchaga se detuvo a pensar que, por muy injustas y maniqueas que fueran las condiciones impuestas a los países del Tercer Mundo para competir, estas generarían una dinámica imparable: los pobres empezarían a vender cada día más a los ricos, a competir con las industrias del primer mundo.




Los países pobres empezaron a crecer a un ritmo sorprendente y pasaron a llamarse economías emergentes. Esto, que muy bien podía haber quedado como una ética y justa reparación por siglos de saqueos, no quedó ajeno a las minorías dueñas de la mayor parte de la riqueza de las potencias industriales, e impusieron a los Estados una visión económica por sobre las consideraciones políticas. Decididos a participar de la nueva riqueza que se genera en los países emergentes no vacilaron en sacrificar a sus propias industrias nacionales. Las deslocalizaciones de fábricas y entramado productivo, los chantajes del tipo "o no pago impuestos o me voy", como el caso de la sueca Volvo, obligaron a los países del Primer Mundo a tomar medidas restrictivas y el Estado de Bienestar empezó a mostrar las primeras fisuras de un desmantelamiento al parecer imparable.

Y cabe preguntarse si era ésta una nueva forma de actuar de los dueños de la riqueza. No. No era una novedad en el comportamiento del capitalismo. Quien mejor supo definir esta actitud mucho antes de que la globalización entrara en el vocabulario de la economía y de la política, fue el presidente de una lejana nación sudamericana, Salvador Allende, que en un discurso pronunciado ante la Asamblea General de las Naciones Unidas el cuatro de diciembre de mil novecientos setenta y dos, dijo: "Estamos ante un verdadero conflicto frontal entre las grandes corporaciones y los Estados. Estos aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales –políticas, económicas y militares– por organizaciones globales que no dependen de ningún Estado y que en la suma de sus actividades no responden ni están fiscalizadas por ningún Parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo.
 En una palabra, es toda la estructura política del mundo la que está siendo socavada".

El Mercado comenzó a actuar como una dictadura y, la política, ese viejo arte de lo posible, pasó a ser una competencia para ver quienes gestionan mejor los intereses, en ningún caso de los países, sino del Mercado.

Pero todo esto fue voluntariamente ignorado por los políticos españoles, el "desprecio lo que ignoro" tan característico del pícaro, los llevó al inmovilismo absoluto en términos de cómo afrontar los primeros síntomas de la crisis.

No hay político español que dude al afirmar que el turismo es la primera o segunda industria española, ninguno se atreve a reconocer que está sujeto a contingencias ajenas a la voluntad del hombre y, que lo que genera, además del enriquecimiento de los dueños de los establecimientos turísticos, es un complejo de inferioridad que daña a las sociedades que viven del turismo. No es lo mismo ser habitante de un país puntero en innovación tecnológica que de un país de camareros, cocineros y recepcionistas.

La incorporación de España, junto a Grecia y Portugal, a la Unión Europea significó, además de abandonar el aislacionismo y la autarquía, recibir, ya sea como Fondos de Cohesión o de Ayuda al De­sarrollo, más dinero del que el Plan Marshall puso en toda la Europa de posguerra.
 Durante el periodo 2007-2013, España continúa recibiendo fondos por un importe de 3.250 millones de euros y, a pesar que durante los ocho años del aznarismo la consigna de "España va bien" fue un dogma, y que en el Gobierno de Rodríguez Zapatero se aseguraba que la economía española superaba a la italiana, se acercaba a la francesa y el sistema financiero español era el mejor del mundo, España no ha puesto ni un euro para los diez países incorporados a la UE en 2004.

Este último detalle debió alertar a los dirigentes de toda Europa sobre la sostenibilidad de la economía española, pero no ocurrió así porque los mercados habían descubierto, de la misma manera como sucedió en Estados Unidos, un negocio mucho más rentable que la modernización del sistema productivo español: la especulación inmobiliaria y la concesión ilimitada de préstamos hipotecarios.

A ningún político o economista español le preocupó que en los últimos cinco años anteriores a la crisis surgida a partir de la quiebra del banco Lehman Brothers, las economías emergentes como China, la India y Brasil crecieran a un ritmo desenfrenado. No les afectaba, los empeños por ser competitivas de las pocas empresas españolas capaces de incidir en la economía global les resultaban indiferentes en contraste con las ganancias a corto plazo que aseguraba la construcción, el ladrillo.

La corrupción irrumpió en la vida política española como la esencia misma de la picaresca: yo te financio los gastos electorales y tú me recalificas el suelo de tu ayuntamiento declarándolo urbanizable.
 Así, se dieron esperpentos como una ciudad fantasma llamada Seseña, más de 13.500 pisos levantados en un secarral, sin agua, ni electricidad ni infraestructuras urbanas, construidos gracias a la generosidad de bancos que, antes de conceder los primeros créditos a un analfabeto pero pícaro llamado Paco el Pocero –pocero es el desatascador de alcantarillas, alguien que vive de los excrementos– elevaron artificialmente el precio del suelo y en consecuencia el valor de los pisos que ni siquiera existían en los planos.

El ejemplo de Seseña se repitió a lo largo y ancho del territorio español. Y naturalmente que la construcción, que el ladrillo, daba empleo. El ex presidente Rodríguez Zapatero, en una de sus más esperpénticas declaraciones, aseguró que entre 2006 y 2008 en España se habían creado más puestos de trabajo que en Francia, Italia y Alemania juntas, pero ocultando que los salarios eran la tercera parte de los que ganaban los trabajadores de Italia, Francia y Alemania. El país iba bien, muy bien. El mito de la "Marca España" se consolidaba como un dogma más.

El modelo productivo dependiente de la construcción como eje central no sólo corrompió la vida política, sino también la cultural y social. La educación fue un derecho al que cientos de miles de jóvenes renunciaron voluntariamente. El ladrillo, la construcción, los esperaba con los brazos abiertos. ¿Por qué esforzarse cinco o más años para ser médico o ingeniero si depositando sus tres primeros sueldos en un banco o caja de ahorros les concederían un préstamo hipotecario a 30 ó 40 años, y podrían comprar de inmediato un piso, un coche, un televisor de alta definición y el iPhone de última generación?

Nunca un país vio una deserción escolar tan grande en tan poco tiempo. Nunca un país sacrificó su futuro de una manera tan entusiasta bajo la consigna del "compra dos".

La fiebre del ladrillo y la corrupción generalizada llevó a construir aeropuertos en los que jamás ha aterrizado un avión, líneas de tren de alta velocidad a los que no sube ningún pasajero, circuitos de Fórmula 1 en medio de ciudades, palacios de la cultura faraónicos en los que hoy anidan los pájaros. Y entre todo eso, los bancos ofrecían los balances más favorables de la historia. El gato cazaba ratones.

España iba bien, las proféticas palabras de Solchaga se cumplían, España era el mejor país del mundo para ganar dinero a corto plazo. Y todo gracias a un recurso natural inagotable que cada día subía de valor: el suelo.

La cultura empresarial de un país se mide en la diversidad de su producción. El ladrillo se encargó de asesinar ese axioma, y las pequeñas y medianas empresas dedicaron sus líneas productivas casi enteramente al boom de la construcción.

Tal vez la mayor prueba de incapacidad intelectual de los dirigentes políticos españoles, consistió y consiste en no entender que el necesario relato de la sociedad debe ceñirse a las reglas dramatúrgicas aristotélicas; tiene, en progresión, un planteamiento, un clímax y un desenlace. Esto, en buen castellano puede traducirse en no creer que el futuro es una repetición del presente, y en economía se trata de entender que los ciclos tienen, indefectiblemente, un final. España es un país católico y lo que cabía esperar era que sus dirigentes dieran una pequeña mirada a los tiempos bíblicos, y así habrían descubierto que el casto José interpretó el sueño del faraón con las vacas gordas que se convertían en vacas flacas, como la premonición del fin de un ciclo económico.

Cuando empezó el boom de la construcción todos los dirigentes políticos y sindicales de España sabían que estaban sentados sobre un barril de pólvora, pero, salvo las voces tímidas de Izquierda Unida advirtiendo del peligro, nadie se atrevía a poner el cascabel al gato. El gato tenía que seguir cazando ratones, aunque estos no existieran.

Dice Bertolt Brecht en un poema, que de la misma manera como los pueblos deben cambiar a los dirigentes que no sirven, a veces los dirigentes deben cambiar de pueblo. Claro que es una afirmación cínica, pero es lo que deben haber sentido en el PSOE al conocer los resultados de las dos últimas elecciones, autonómicas y municipales primero, y luego generales, el año pasado.

Los primeros pasos para enfrentar la crisis que dio el Gobierno de Rodríguez Zapatero –luego de negar su existencia porque los ideólogos del libre mercado le habían convencido de que la economía española era invulnerable– significaron el abandono de cualquier pretensión de izquierda o socialdemócrata en la política de un gobierno socialista. No se hizo un sólo análisis coherente de cara a la sociedad para explicar lo que ocurría, para que el ciudadano entendiera por qué los bancos dejaban de conceder préstamos, por qué las pequeñas y medianas empresas caían, arrastradas por un efecto dominó y el paro crecía día a día, minuto a minuto. Y la derecha, el Partido Popular, además de hacer la oposición más irresponsable que se haya visto en un país democrático, torpedeaba los tímidos intentos del Gobierno por hacer una política que salvara la situación. Sólo que la situación no estaba representada por la creciente ansiedad y desamparo de los ciudadanos, sino por una jamás explicada necesidad de "recuperar la confianza de los mercados", que se tradujo en entregar dinero del erario público a los bancos que, tal como ocurrió en Estados Unidos, tenían sus cajas llenas de activos tóxicos.

Los últimos meses del Gobierno del PSOE ­tuvieron el sello de la comedia lentamente transformada en tragedia. De una parte el Gobierno recortaba sueldos, entregaba más dinero público a los bancos, y de la otra parte, personajes como el actual ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, no vacilaban en declarar públicamente: dejemos que España caiga, ya la levantaremos nosotros. Tampoco lo hacía mejor Luis de Guindos, hoy ministro de Economía y Competitividad. Fue el hombre de Lehman Brothers en España y Portugal, alguien que consciente y sabedor de las investigaciones realizadas por la Reserva Federal de Estados Unidos, que acusaban a las agencias de calificación norteamericanas de haber falseado la situación del banco que luego quebró y arrastró a todo el sistema financiero, no advirtió al Gobierno español de los alcances del aluvión que se dejaba caer.

Así, mientras el Gobierno socialista recortaba prestaciones bajo el eufemismo de "necesarios ajustes" o "deberes impuestos por Bruselas" y entregaba dinero a los bancos, el paro crecía de los dos a los tres millones, a los cuatro, hasta superar los más de cinco millones de desempleados que hoy tiene España. Al amparo de las sombras, con nocturnidad y alevosía, se cambió la Constitución para fijar unas metas de déficit imposibles de cumplir a rajatabla sin agregar otra crisis a la económica; la social, la de la pobreza que campeaba sobre el suelo español, ese suelo que no valía tanto como habían determinado los tasadores bancarios.

En las elecciones, la falta de relato para entender lo que ocurría, llevó a los ciudadanos a la más nefasta de las preguntas: ¿Queremos ser ciudadanos o consumidores? Y gran parte de la sociedad se decidió por lo último y otorgó una aplastante mayoría absoluta a la derecha.

¿Y el gato? ¿Había dejado de cazar ratones? Una nueva despensa se abrió para la voracidad del gato. España sacó a la venta su deuda pública. Con el dinero recibido por el Gobierno, los bancos, en lugar de mantener las líneas de crédito que hubieran sido la salvación de muchas pequeñas y medianas empresas, o de revisar los créditos hipotecarios y no pasar violentamente al embargo de las propiedades de los que no podían seguir pagando, se dedicaron a comprar deuda pública al 3, 4 y 5% de interés. La especulación contó con la inapreciable ayuda del Estado, con el dinero público. ¿Cómo afectó la crisis al sistema financiero español? Simplemente dejó de ganar tanto, pero en ningún caso dejó de ganar.

Según las reglas económicas de la UE, son los Estados los que avalan la seriedad, sostenibilidad y salud de sus sistemas financieros, de la economía privada. Esta perversión del capitalismo permite que las ganancias se mantengan a beneficio de los especuladores, pero cuando hay problemas o situaciones de riesgo, ahí está el Estado, el dinero público para sacar las castañas del fuego.

Las arcas fiscales se agotaron a pocos meses del fin del Gobierno socialista, el gato seguía con hambre de ratones, y entonces intervino el Banco Central Europeo concediendo préstamos al 1% de interés, y sin la menor investigación sobre el estado real de salud de los bancos españoles que los recibían. Y el gato siguió engordando: con ese dinero conseguido al 1% de interés, con el aval del Estado, se dedicaron a comprar más deuda pública española, al 4, 5, 6 y 7% de interés. Sí. España seguía siendo el mejor país de Europa y del mundo para ganar dinero a corto plazo.

En el país de los eufemismos, al asco frente a la corrupción se llama "desafección de la política". Mientras el país se hundía en la ciénaga del desempleo, los ejecutivos y directores de los bancos y Cajas de Ahorros preparaban sus retiros auto otorgándose indemnizaciones millonarias ante la impavidez de la mal llamada "clase política". Una clase social defiende sus intereses como tal, y la clase política española al servicio del mercado defiende los intereses de los especuladores. Pero hay excepciones, y de la misma manera como Roma no premia traidores, el mercado sí premia a quienes han demostrado fidelidad.
 No es casual que el ex presidente José María Aznar sea asesor "ético" del imperio Murdoch, asesor externo de la multinacional energética Endesa, que el ex presidente Felipe González sea consejero independiente de Gas Natural-Fenosa, o que la ex ministra socialista Elena Salgado haya fichado también por Endesa, como consejera de la filial chilena Chilectra, impulsora de los peores crímenes medio ambientales en la Patagonia.
  Formidable el gato, nunca deja de cazar ratones.

En España, al contrario de lo que ocurre en otras latitudes, tenemos pánico del amanecer, porque la aurora nos trae nuevas sombras y cada vez más espesas. El Gobierno del Partido Popular, fiel a lo que es Mariano Rajoy, un registrador de la propiedad, un burócrata decimonónico de los que usaban manguitos de felpa negra para proteger la inmaculada blancura de sus camisas, amparado en la mayoría absoluta se ha convertido en una suerte de emisario de lo que dictan los mercados para aumentar la precariedad de los ciudadanos transformados en consumidores en desgracia.
 Cada amanecer somos despertados por un nuevo zarpazo del gato que insiste en cazar ratones, aunque tengan forma humana. Recortes a la educación, recortes sanitarios, más despidos presentados como "ajustes", y silencio absoluto frente a los nuevos escándalos de corrupción, robo, estafa, cometidos por instituciones como ­Bankia, un banco que, tras presentarse como la institución financiera más sólida, hoy amenaza con hacer estallar todo el sistema financiero.

Bankia nace de la fusión y consiguiente desnaturalización de un conjunto de Cajas de Ahorros. El afán de ser "competitivos" en el mercado elimina la función social de las antiguas cajas, los ­primeros resultados son muy optimistas, esperanzadores para quienes han invertido en acciones, pero en muy poco tiempo algo inexplicable hasta ahora ocurre, el balón se desinfla y Bankia recibe una inyección de dinero público de 23.500 millones de euros, más que todo el presupuesto de infraestructuras del Estado español.

Supongo que todos hemos visto la imagen de un banquero saltando al vacío durante el crash económico de 1929, pero en España, banqueros como el ex ministro de Aznar Rodrigo Rato, ex funcionario del FMI y ex presidenciable no considerado por el dedo de Aznar que prefirió indicar a Mariano Rajoy como sucesor, no salta por ninguna ventana de La Castellana. No con un sueldo de 2.184.000 euros.

Así, todo intento de hacer un relato sobre qué diablos pasó, qué demonios pasa y qué va a ocurrir mañana, empieza y termina con el llamado a la corrupción, al abandono de la ética que pronunciara Carlos Solchaga y que refrendara la alusión al gato de color indefinido citado por Felipe González.

Karl Marx escribió que el capitalismo tenía el germen de su propia destrucción. El filósofo de barbas blancas pensaba en Inglaterra, pero si hoy estuviera sentado bajo el sol en una playa de Marbella y con el gato que caza ratones en sus piernas, tal vez descubriría que el capitalismo clásico, sustentado en la explotación generadora de plusvalía, lejos de auto destruirse se ha metamorfoseado en el rostro invisible del mercado, en el cuerpo inasible del mercado, en la voracidad inimaginable del mercado. Y tal vez con su iPhone llamaría a su colega Friedrich Engels. Juntos, en bermudas y bajo el sol de Marbella escribirían: "un fantasma recorre el mundo.

Es el fantasma del mundo en que queremos vivir, el fantasma posible de la sociedad posible en que deseamos participar".

Pero mientras ese fantasma no empiece su andar, el maldito gato seguirá cazando ratones.
 Por Luis Sepúlveda es escritor y autor de (junto a Daniel Mordzinski) Últimas noticias del Sur, Espasa, Barcelona, 2012.
Fuente:  http://www.pajarorojo.info