El
pasado 22 de enero de 2013 la sección décima de la Audiencia Provincial
de Barcelona descubrió que la Guerra Civil (‘aquí yace media España;
murió de la otra media’, que diría Larra) no había finalizado.
No
es una metáfora, es pura realidad. Ese día tres magistrados, tres,
obligaron al juez de instrucción número 28 de los de Barcelona
-mediante el correspondiente auto judicial- a investigar los bombardeos que sufrió la Ciudad Condal entre los días 16 y 18 de marzo de 1938.
No se trata de una investigación cualquiera. Sus ilustrísimas (Comas D´argemir Cendra, Sánchez-Albornoz Bernabé y Vidal i Marsal,
que así se llaman los susodichos) obligan al juez ordinario a
averiguar “la filiación completa de todos los presuntos copartícipes”,
no sólo de los militares que participación directamente en tan criminal operación, sino también de los civiles.
A nadie se le escapará lo ingente
de la tarea, pero tampoco hay que olvidar una cuestión no menos
importante verdaderamente obvia: ha transcurrido mucho tiempo desde
aquellos desgraciados hechos. Este extremo ni siquiera ha pasado
inadvertida a sus ilustrísimas. Nada menos que 75 años, lo que quiere
decir que dando por bueno que el menor de los agresores o copartícipes
tuviera por aquellos años 25 años, hoy no podría tener -en caso de
seguir vivo- menos de cien. Y hay que tener en cuenta que se trata de aviadores, por lo que se les supone mayor bagaje profesional.
No
estamos, por lo tanto, ante una edad menor; pero como los avispados
jurisconsultos conocen este extremo, lo que hacen es acudir a una fuente de autoridad
sobre biología humana. Y en el auto cuelan un párrafo impagable que
deja en evidencia los más sesudos análisis sobre el envejecimiento de la
población.
Dicen los magistrados (sic) que “debemos recordar que
la vida humana ha avanzado mucho en los últimos 50 años” (¿por qué no
40 ó 60?), “y ejemplo de ello son los recientes fallecimientos de
personalidades tan relevantes para nuestra civilización como el señor Ito Kimura (ingeniero japonés de 115 años), la señora Rita Levi (científica italiana de 103 años, premio nobel de medicina en 1986) y el doctor Moisés Brogggi, cirujano catalán de 103 años y premio de honor de la Generalitat de Cataluña”.
A
partir de tan científico razonamiento, sus ilustrísimas le ordenan al
juez que investigue. Pero sin escatimar en gastos. Y en otro párrafo
impagable sostienen, sin rubor, que no se puede dejar de perseguir
delitos tan graves “por razones simplemente monetaristas”. Sin duda, un asunto menor para sus ilustrísimas. El dinero público, como quedó dicho en frase memorable, no es de nadie.
Y con este argumento por bandera ordenan lo siguiente: Averiguar la filiación completa de todos los partícipes (se desconoce su nombre porque utilizaban identidades en clave); pedir las correspondientes fés de vida y estado a la república italiana; identificar a las víctimas españolas
de los bombardeos, para lo cual deberán expedirse los oficios
correspondientes al Archivo Histórico de la Generalitat y al
Ayuntamiento de Barcelona; designar dos peritos expertos en Historia de la guerra civil; comunicar el auto a las autoridades autonómicas y municipales
por si tienen a bien personarse en el procedimiento, y, por último, si
tras arduas investigaciones no hay nadie que viva actualmente (que será
lo más probable), sobreseer las actuaciones sin procesamiento alguno.
Jueces y jueces
Ni a la ubicua y polivalente Amy Martin se le hubiera ocurrido
mejor manera de dilapidar dinero público en unos momentos en los que
otro juez, el que instruye el caso Madrid Arena con cinco jóvenes
fallecidas, no cuenta ni con secretario judicial, como denunciaba hace unos días el propio magistrado Palop.
Con
razón un viajero inglés que visitó España en 1830 se sorprendía del
aguante de los españoles: “La alegría con que las gentes de todas las
clases sociales soportan el infortunio, las privaciones y aun el empobrecimiento es algo que a duras penas puede creerse; no se les oye una queja; hay una dignidad innata en el pueblo español que les impide lamentarse ni aun en la intimidad, y tal vez sea esto en lo único en que son reservados”.
Menéndez Pidal,
que es quien recoge la cita, achacaba la capacidad de aguante de los
españoles a la dureza del suelo patrio. Y echaba mano de las conocidas
tesis de Unamuno, para quien los españoles tienen un espíritu “áspero y seco” debido
a la altiplanicie de la meseta. Menéndez Pidal, sin embargo, lo matiza
porque no todo el territorio es meseta, y hace suyas unas palabras del
consul Pompeyo (conquistador de la Península Ibérica) que sostenía que el hispano “tiene el cuerpo dispuesto para la abstinencia y el trabajo, para la dura y recia sobriedad en todo”.
Nada más cierto. Ninguna nación civilizada soportaría vivir atrapada en medio de esa tormenta perfecta que se ha instalado en este país a modo de anticiclón de las Azores: corrupción, crisis económica y ausencia real de liderazgo político
para empujar al país hacia una sola dirección: crear empleo, que es la
madre de todos los problemas económicos. Pero no sólo ausencia de
liderazgo por parte del presidente del Gobierno, sino del parlamento,
convertido -por razones de alquimia electoral- en un páramo de las
ideas. ¿Por qué en vez de hablar tanto sus señorías a los periodistas no se reúnen más para buscar soluciones?
La perplejidad es todavía mayor si se tiene en cuenta que es el propio Gobierno el que sigue creyendo que el tiempo lo arregla todo. De otra manera no se entiende que un país que seguirá perdiendo empleo en 2013 -lo dicen hasta las propias previsiones oficiales- asista a la publicación trimestre tras trimestre de cada Encuesta de Población Activa como si se tratara de un acto administrativo
más. Vagas declaraciones oficiales pero poca cosa más, cuando lo que
obligaría tan calamitosa situación es a formar un Gobierno de unidad
nacional con todas las de la ley, lo cual, dicho sea de paso, metería
sordina a la cuestión catalana y dejaría bien claro que el Estado es una cosa demasiado seria para dejarlo en manos de políticos advenedizos.
El papel de la construcción
Lo
peor, con todo, es que nadie cree que no sólo 2013 será un año perdido
desde el punto de vista del empleo. Lo dramático es que en 2014
difícilmente la economía tendrá el suficiente dinamismo para crear
puestos de trabajo de forma relevante. O al menos suficiente para
devolver la esperanza a muchos españoles. El propio Gobierno es quien
reconoce en su último Programa de Estabilidad que “el peso de los
fuertes recortes realizados en los últimos años en inversión pública
influirá negativamente sobre la trayectoria de la formación bruta de
capital fijo en construcción hasta 2015”. Y difícilmente este país podrá
salir de la crisis si no es capaz de recuperar el ciclo inversor en la construcción debido al uso intensivo del factor trabajo.
Por lo tanto, no hay tiempo en contra de lo que sugiere el ministro De Guindos.
Hay que acortar los plazos para evitar tensiones sociales y, sobre
todo, erradicar situaciones de desamparo socialmente injustas en un país
desarrollado, como es España. Y el hecho de que más de medio millón de
parados ya ni siquiera busquen empleo porque están convencidos de que no lo encontrarán debería llevar a la reflexión. Máxime cuando España cuenta con una de las tasas de actividad
más bajas de Europa, lo que hace que la carga fiscal se sostenga cada
vez sobre menor número de trabajadores.
Menos de 17 millones de ocupados
-la mayoría de bajos salarios y escasa productividad- sostienen un país con 46 millones de habitantes.
Seguir
diciendo que 2013 será mejor que 2012 es, por lo tanto, una idea
peregrina fruto de una súbita pérdida de consistencia intelectual de sus
promotores. Es tan absurdo como si Zapatero presumiera de que la
economía creció un 0,4% en 2011 (frente al -0,5% estimado por Economía
para 2013) mientras se estaba gestando la crisis de la deuda soberana
que ha conducido a seis millones de parados. Lo más probable es que 2013
sea el año del fin de las convulsiones financieras
gracias a la capacidad disuasoria deel BCE, pero todavía faltarían
varios trimestres para que esa estabilización se traslade a la economía
real. Al menos, hasta 2014.
No le faltaba razón a Pompeyo cuando le recordó al dictador Sila que “es normal que el pueblo prefiera el sol naciente frente al sol que se pone”.
Fuente: EL CONFIDENCIAL.