sábado, 26 de enero de 2013

Cataluña, “víctima inocente


 


Los hispanistas han ejercido en su mayoría una especie de arbitraje sobre la veracidad de nuestra historia. Les debemos una buena parte del conocimiento de nuestro propio pasado y una capacidad diagnóstica sobre nuestro futuro, no contaminada por pasiones ni pulsiones. De ahí que resulte poco menos que imprescindible el último ensayo de John H. Elliott, catedrático emérito de Historia de la Universidad de Oxford y Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. Se titula Haciendo historia (Taurus, 2012). 


Elliot es, sin duda, el historiador más experto de entre los hispanistas en el siglo XVII español y, seguramente, el mejor conocedor del Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV y coprotagonista del conflicto bélico catalán en 1640, el episodio del que arranca -tanto como de 1714 y de la abolición por Felipe V de las constituciones catalanas y la vigencia de los Decretos de Nueva Planta- el segregacionismo de Cataluña. Una singularidad que el pasado miércoles se concretó -si bien con una mayoría insuficiente para impulsar un proceso de secesión- en la declaración de soberanía aprobada por el parlamento catalán (85 a favor, 41 en contra, 2 abstenciones y 7 ausencias). En la declaración se apela a la historia, y de lo que se trata es de indagar hasta qué punto la historia ofrece razón y sostén a la pretensión de soberanía.







Elliott terminó su ensayo en agosto del pasado año, de modo que ya tenía sobrada noticia del fuerte movimiento independentista en una Cataluña que él conoció en su juventud de manera casi exhaustiva. Vivió en Barcelona, aprendió catalán y formó parte de la escuela de Jaume Vicens Vives, un historiador que, siendo catalanista, desposeyó el relato del Principado de la mitología en la que otros autores lo habían introducido. Nuestro historiador sostiene que Cataluña, como España, Gran Bretaña y Estados Unidos en determinados momentos de su historia, padece del “síndrome de la nación elegida”


Es un síndrome al que sucumben las “naciones que se consideran a sí mismas encomendadas por Dios con una misión providencial que únicamente ellas pueden cumplir”. Una derivación de este síndrome es, según Elliott, el sentimiento colectivo de considerarse “víctima inocente” al que “tienen tanta propensión (…) las naciones poseídas por un fuerte sentido de su propio carácter excepcional, pero incapaces, ya sea por un  motivo u otro, de alcanzar el estatus y las oportunidades a que creen tener derecho.”


Y sigue el historiador: “Las comunidades nacionales que sucumben a este síndrome tienden a verse a sí mismas como víctimas permanentes de fuerzas malignas que emanan de uno o varios vecinos más poderosos”. Y llega a la conclusión de que “los catalanes del siglo XIX y XX fueron animados a ver su pasado como la historia de un intento pernicioso por parte de sus vecinos castellanos, desde principios del siglo XV en adelante, de socavar sus instituciones y modo de vida para destruir finalmente su identidad distintiva como pueblo”. 

Sería suficiente esta cita para entender que el victimismo -no exclusivo de Cataluña- se ha ido trabando durante mucho tiempo, pese a que Elliott en su decisiva obra La rebelión de los catalanes reconoce su “determinación de liberar la historia de Cataluña del siglo XVII de las garras de la mitología nacionalista”. Propósito que el historiador británico ha conseguido en el ámbito de la comunidad académica, pero no en los de la política y la intelectualidad española, enfeudados, bien en la ignorancia, bien en la interpretación sesgada de los aconteceres pasados de nuestra convivencia.


Basta leer a Elliott para comprender (páginas 70 y siguientes) que, pese a sus averiguaciones exhaustivas, incluidos estudios comparados con el Estado franco-condado, Cataluña no ha sido nunca ni “un Estado-nación embrionario” ni “un Estado-nación abortado” ni “según les gusta describir a algunos historiadores catalanes, un Estado-nación pero con soberanía imperfecta”, llegando a la conclusión de que “ya hay una nueva generación en la España oriental que corre el peligro de alcanzar la madurez bajo la impresión de que la historia de su territorio natal se detiene en las orillas del rio Ebro. Con tal enfoque inevitablemente se retrocede a la historia nacionalista estrecha y cerrada que historiadores de la talla de Vicens Vives se propusieron ante todo desacreditar”.


Estas reflexiones del casi indiscutido Elliott sirven para valorar lo que está ocurriendo en Cataluña. Aunque no exclusivamente allí. Porque el historiador británico -que no deja de explayarse sobre aspectos en los que la queja catalana ha tenido y tiene razón y razones- amplia el angular al sostener que “para bien o para mal, durante siglos de unión con un vecino más poderoso, Cataluña, Valencia y las provincias vascas, así como Escocia, Gales e Irlanda, han formado parte de un Estado, de carácter más o menos compuesto, cuya historia han compartido. No se puede hacer tabla rasa eliminando este quizá incómodo hecho histórico y reescribir la historia de las regiones y comunidades individuales como si nunca hubiera ocurrido”. Sin embargo, el miércoles, en el parlamento de Cataluña, así se hizo.

Fuente: EL CONFIDENCIAL

viernes, 25 de enero de 2013





Sigo  eligiendo contenidos que puedan servir de estímulo crítico a muchos conocidos que no quieren permanecer aletargados por esta sociedad tan manipulativa y directiva en un proceso que parece querer convertir nuestra vida en un "marujeo" costante:

Que si el caso Arenas, donde  se  sigue  dando  vueltas  para dejar todo como estaba, solo alimentando el "morbo" en torno a la cultura de la muerte...¿ Cuando  meterán  ya en la cárcel al conocido responsable y dimitirá esa Alcaldesa ?

Se habla de seis millones de parados ¿ será verdad ? o ¿ será que persiste en España demasiada economía sumergida?


Lo que me parece tengo claro es que ha predominado - especialmente en mi comunidad: Castilla La Mancha- una cierta complicidad con este corrupto sistema. El que mas o el que menos ha sacado "tajada" desde cobrando ayudas y subsidios varios, o buscandose un "carguito" con sus compañeros de partido...

El proceso de domesticación de los críticos de 1980, ha hecho desaparecer muchas organizaciones comprometidas, - ahora sus dirigentes o están dependiendo  del sistema o son víctimas subsidiadas con un paro por no haber trabajado nunca, mientras una sociedad desempleada tiene que supervivir a costa de las pensiones de sus abuelos...

Esperamos que no pasará en España como en cierto país asiático, donde la tercera edad sobra y hasta el gobierno espera que que se vayan muriendo todos para disminuir sus gastos sociales. ¡ Viva la macroeconomía !

Seguiré pensando que si fuera verdad que tenemos mas de seis millones de parados, el conflicto social sería inmediato.

La clase política a lo mejor da ejemplo de austeridad y renuncia a sus cuantiosos ingresos, aunque aquí no se mueva nadie y lo de la guillotina solo sea vestigio recordado de la Revolución Francesa.


D.P.R



domingo, 20 de enero de 2013

Si al menos un corrupto entrara en la cárcel


Durante años, los partidos políticos han amparado y tolerado la corrupción. Esto no es una opinión, sino un hecho. En su discurso de investidura, el presidente Rajoy afirmó literalmente: “No acepto de ninguna de las maneras que se diga que hay una corrupción generalizada en la política”. Sus palabras sí constituyen una opinión. 


Falsa, tal y como se confirmó ayer, pues si es cierto que detuvo la práctica del sobre, aún no sabemos por qué no lo denunció en el juzgado. En el caso de los gobernantes, las opiniones se traducen en acciones o, como en este caso, en la inacción y la mudez. Nos hallamos sumidos en la mayor crisis institucional de las últimas décadas. 


El jefe del Estado está siendo chantajeado por la corrupción familiar, y el del Gobierno por la de su partido: el país está en manos de dos mafiosos. Rajoy debe salir de la clandestinidad. Cuando se llega a cierto punto, la inacción se convierte en complicidad y encubrimiento políticos, quizá también penales. Al negar la corrupción, Rajoy sólo obedecía a ese impulso que tan bien encarna su Gobierno: cambiar la percepción de la realidad y no la realidad misma (salvo que Bruselas ordene lo contrario y tampoco del todo).


Pues bien, su intento de enmascarar la corrupción ha fracasado doblemente: el 96% de los ciudadanos, es decir, la totalidad de la sociedad española, percibe que hay corrupción en la política. Más aún: otro 95% considera que los partidos tienden a proteger a sus militantes corruptos en vez de denunciarles y expulsarles. Los datos los proporcionaba Metroscopia hace unos días, pero los del CIS resultan aún más reveladores de la dimensión de su fracaso. Comparando el Barómetro de diciembre de 2011 con el avance de 2012 se ve que si hace un año sólo el 6% de los entrevistados consideraba la corrupción uno de los tres principales problemas de España, a día de hoy este porcentaje llega al 17%, es decir ha aumentado un 186%. 


Al negar la corrupción, Rajoy sólo obedecía a ese impulso que tan bien encarna su Gobierno: cambiar la percepción de la realidad y no la realidad misma (salvo que Bruselas ordene lo contrario y tampoco del todo).No le va a quedar otro remedio al Gobierno que modificar la realidad a fondo. No me refiero a hacer una faena de aliño para fingir que aborda el problema, sino a abordarlo con todas sus consecuencias. 


Necesitamos una catarsis. Necesitamos que el presidente se dirija a los ciudadanos y, con toda solemnidad, adopte un compromiso veraz y verosímil contra la corrupción y con la exigencia de limpieza en todas las instituciones: no solo partidos, sino también ministerios, comunidades, municipios, diputaciones, empresas públicas. Esto no tiene ningún efecto legal, pero sí pedagógico. Resulta intolerable que cada día se estén publicando noticias de un nuevo caso de corrupción y los ministros sigan moviendo papeles de un lado a otro, como si llevaran una gestoría en lugar de un Gobierno.




Necesitamos además reformas legales de calado pactadas con todos los grupos parlamentarios para garantizar por ley la expulsión de los sospechosos de corrupción de la vida pública: ya que la ética no les obliga, tendrá que hacerlo la ley. También hay que garantizar la rapidez de la Justicia y su independencia, aunque el escandaloso nombramiento de un hombre de La Caixa para la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo (la misma que acabará juzgando las preferentes, las cláusulas suelo y otros abusos bancarios) es un autoblindaje del establishment sencillamente intolerable. 


Por cosas como ésta, necesitamos sobre todo algo que no darán las leyes: un cambio de cultura política por el que las élites abandonen su arraigada creencia de estar por encima de la ley. De nada sirve legislar si los mismos que legislan garantizan la impunidad de los corruptos. Necesitamos el compromiso de que no se va a indultar a un solo condenado más. 


  
Por último necesitamos que al menos un corrupto entre en prisión ya (luego que le sigan los 300). Es triste reclamar a la justicia que sea ejemplar, porque lo que ha de ser es justa. Pero la degradación institucional y política ha tocado fondo. El Gobierno está obligado a reaccionar si no quiere que el caso Bárcenas se lo lleve por delante.

Fuente: EL CONFIDENCIAL.

Cleptocracia, creación de valor y 'Marca España


“No me importa que esta organización tenga inútiles, lo que me preocupa es que sean inútiles proactivos”. La frase  es de un alto ejecutivo con el que tuve la suerte de trabajar hace muchos años, y que encapsula el riesgo más grande con el que se enfrenta ‘la marca España’ tras el reciente abrazo de optimismo cortesía de la prima de riesgo. Ahora viene la prueba del algodón.


Cuando me comentan mis compatriotas que es injusta la imagen del país, siempre les digo que no saben la suerte que tenemos de que los escándalos que salen todos los días en la prensa nacional ni se mencionen en los medios internacionales.  


Sinceramente, todas estas apabullantes historias que me llegan a diario -y espero que no aparezcan más- crean una oportunidad excelente para que el país lleve a cabo una autentico cambio y aproveche estos periodos de euforia para limpiar esa imagen de “oligarquía sin petróleo” que tenemos, y que nos hemos labrado nosotros solitos, con la aquiescencia o indiferencia de una gran mayoría, en la década perdida del “a trincar que el mundo se va a acabar”, porque de esa corrupción oligárquica siempre caía algo para los demás, y se toleraba.


 Lo llaman “cleptocracia”, pero es mucho más que eso porque permea a muchos entes, públicos y privados. Es un modo de entender la responsabilidad de cada uno que reajusta al alza nuestro umbral de lo que “es aceptable” cada día usando nuestra frase favorita. “Pues tú más”. Hasta que explota.


De momento contamos con cierto optimismo inversor y esos son los entornos en los que hay que hacer hachazos al clientelismo y poner las bases de un cambio de mentalidad. No nos demos palmaditas en la espalda diciendo que ya está todo solucionado, que ocurre todos los eneros desde hace años, como muestra el grafico inferior (cortesía de Mirabaud). El propio ministro De Guindos comentaba, con razón, que “ni los mercados ahora están tan bien ahora, ni antes estaban tan mal”.



Si, los mercados. Porque tenemos deuda para repartir hasta en las fiestas, y hay que refinanciarla. Como he dicho muchas veces,  si no quieren escrutinio financiero, no nos endeudemos. Pero como todo lo que oigo en España es pedir más crédito… 


Tendremos que aceptar las reglas y probar que somos merecedores de la confianza de quien nos presta el dinero. O quebrar y se acaba el modelo “social” –subvencionado- al enfrentarnos al prestamista, la Troika en este caso, y sus “soluciones”, que siempre empeoran la situación.


El precipicio fiscal de 2013… por el lado estatal


Meter el hacha y cercenar la corrupción solo es un paso. El riesgo político afecta a la credibilidad crediticia, a la inversión en el país y a los múltiplos a los que cotizan las empresas porque nadie invierte a largo plazo. Solo a aprovechar los “subidones” de pocos meses


Para atraer inversión se tiene que percibir un entorno inversor adecuado, fiable y predecible. Pero en esto España, vuelve a caer, desafortunadamente, según el índice de libertad económica Heritage 2012. Un problema institucional que se puede solucionar… Porque se ha hecho antes. Pero no es un problema único. Es parte del coste de la oligarquía sin petróleo. La otra parte es el “a ver si cuela” en los números que tan tristemente famosos nos hizo hace un par de años.


Si es cierto el rumor de que las cifras de ingresos fiscales se han “mejorado”, adelantando el impuesto de sociedades de 2013 de las grandes empresas y retrasando las devoluciones pendientes, es una mala noticia. Desafortunadamente es una práctica muy típica de ciertos países de la Unión Europea.


Si se han cumplido las expectativas de ingresos fiscales de los presupuestos, pero el déficit ronda el 7% o más… El problema son los gastos.  A menos que realmente pensemos que este país va a recuperar la senda del ladrillazo y el crédito eterno, cuando todos los indicadores industriales y de consumo siguen mostrando contracción.

Mantener unos gastos que siguen a niveles de pico de burbuja -2007- es una apuesta enorme, e imposible de financiar a golpes de déficits del 5% del PIB anuales.


Pero el riesgo es que a medida que llegamos a la segunda mitad de 2013 se acumule un precipicio fiscal tipo EE.UU., al agotarse los adelantos, confirmarse los gastos, y enfrentarnos a una necesidad de ajuste de entre un 1,5 y un 3% del PIB para cumplir con las exigencias mínimas de déficit de la UE.


Es cierto que en muchos foros se entiende y justifica 2012 como un año de transición donde el país no pudo aún mostrar los verdaderos efectos de las medidas implementadas. Pero 2013 no ofrece excusas. No podremos achacarlo al coste de deuda, a Alemania, a los Hedge Funds o a la prensa anglosajona, porque el beneficio de la duda nos lo han dado. Lo que el estado y las administraciones públicas consigan en 2013 es mérito o culpa solo suya. 


Desde las empresas: cumplimiento, creación de valor y gobierno corporativo
El primer paso ha sido relativamente fácil. Las empresas cotizadas han visto sus acciones subir mientras caía la prima de riesgo. Es como el efecto de tirar una piedra al agua, da la impresión de mucho cambio pero el líquido contenido es el mismo.

 
Por lo menos ahora, no como en 2009-2011, las empresas son conscientes del riesgo de que el cambio sea coyuntural y lo están aprovechando para emitir bonos (BBVA… ¡emitiendo cedulas hipotecarias a diez años!) con excelente demanda. Hay señales de confianza porque, por primera vez desde hace cinco años, la gran mayoría de las cotizadas pueden presentarse ante el mercado con un historial de haber cumplido con sus compromisos de desinversión, y rebajar los dividendos imposibles de pagar, y no con justificaciones de sus incumplimientos. Importante diferencia. 


Por otro lado, pueden presentarse ante sus inversores con unas estimaciones de resultados que ya no parecen más falsas que una película de Walt Disney. Desafortunadamente, las estimaciones de consensos siguen altas –un 12-15%-, y al menos los equipos de comunicación deben saberlo. No nos encontremos con una “fiesta de profit warnings” –rebaja de estimaciones - en el tercer trimestre. 


Hasta el día de hoy, la reducción de endeudamiento de las empresas españolas ha sido importante. La del Estado aun esta por darse. Pero dicha reducción se ha hecho fundamentalmente a través de desinversiones en activos “estrella” y recortando inversiones -por fin, después de años “preparándose para el retorno de la demanda”-. Ahora viene lo difícil. Reducir deuda con caja libre, generada por las operaciones corrientes.  Y no descuidar el hecho de que nuestro querido índice sigue siendo el más endeudado de Europa.

 
El gobierno corporativo es esencial para afianzar la recuperación de los valores. El clientelismo, la inversión por comité, el endeudamiento y la falta de meritocracia hacen que los valores de cualquier país coticen a múltiplos bajos –siempre injustificados, claro-. Se llama “descuento de caja negra”. Las grandes empresas deberían acometer una reestructuración profunda y dejar de tener reinos de taifas donde los directivos son consumidores de presupuesto, no generadores de valor. Aumentar dramáticamente la proporción de remuneración en acciones comparada con el fijo sería un elemento diferenciador. 


La alineación entre los intereses de los gestores y los accionistas minoritarios volverá a dictar quién se comporta mejor o peor. No vale con tener informes de responsabilidad empresarial huecos, con 200 páginas de obviedades que no se cumplen.  La primera regla es no convertirse en agencias estatales de oligarquía sin petróleo.  Hace ya varios años que muchas empresas han olvidado su obligación de crear valor -EVA, economic added value- para esconderse y justificarse bajo “la coyuntura”. Eso se lo puede permitir Gazprom, no nosotros.


Estamos en el periodo que en Citadel llamábamos un “canal de corredor de la muerte” (death row channel). Si las empresas y el país -todos- baten sus objetivos, cortan drásticamente el clientelismo, y crean valor, saldremos de esta espiral empobrecedora. Si no, ya verán como le echamos la culpa a alguien –extranjero, por supuesto. 


Justificar los errores e incumplimientos como “pequeños”, “ya descontados” o “no nos entienden” no vale. Toca cumplir. Lo hicimos tras el destrozo latinoamericano. No sé por qué no lo íbamos a hacer ahora.


PD: El nuevo álbum de Bowie. Eso sí que es un ‘brote verde’ que celebrar.

Fuente:  http://blogs.elconfidencial.com

POR UNA REPÚBLICA ESPAÑOLA PRESIDENCIALISTA



 

Por Enrique de Diego.- La República es intelectualmente superior a la monarquía. 


Desde el punto de vista teórico, la República es conveniente, deseable y la fórmula que se identifica de manera más plena con el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. La República responde al principio de igualdad de todos ante la Ley. Nadie nace en una posición superior a los demás. No establece discriminación, ni privilegio. Cualquiera puede llegar a ser presidente. No es preciso situar a éste en zona de exclusión respecto al imperio de la Ley, sino que, al contrario, ha de ser ejemplar en cumplirla y hacerla cumplir.


La República no precisa generar una aristocracia, una casta parasitaria, sobre la que sustentar su estabilidad, pues se dirige directamente a la voluntad popular.


En el terreno de lo práctico, es notorio que ha habido repúblicas ineficaces, y algunas –como las comunistas- manifiestamente contrarias a la libertad personal. No vale, ni es viable cualquier república. Aunque la idea republicana sea superior a la monárquica, no es buena en sí, precisa de marcos adecuados y eficaces. Ha de estar relacionada con otra serie de principios, sin los cuales la democracia degenera o es pura ficción. Ha de compaginarse indefectiblemente con la división de poderes. Eso implica que la elección del legislativo, el Parlamento, y el ejecutivo, el presidente, han de ser distintas, y los legisladores han de tener plena representatividad personal, relación directa entre electos y electores, de forma que la cámara parlamentaria ejerza sus funciones de control.


Los parlamentarios han de ser elegidos a través de distritos uninominales. Eso conlleva una apuesta clara por la moderación, pues el candidato ha de esforzarse por conseguir el mayor número de votos y, por tanto, ha de dirigirse hacia las zonas templadas y mayoritarias del electorado. Esa fórmula permite la relación directa entre el representante y el representado, pues el político no depende, de manera decisiva, de las burocracias partidarias, sino directamente de los votantes, que votan a las siglas pero mucho más a las personas. Esos parlamentarios se deberán a los intereses y criterios de sus electores y, por tanto, estarán en condiciones de servir como auténtico contrapoder al ejecutivo.


Ninguna democracia ha sobrevivido a ninguna de las fórmulas partitocráticas devenidas del nefasto sistema proporcional. No lo hizo la República de Weimar, cuyo sistema proporcional permitió el ascenso del nazismo, hasta la toma definitiva del poder en 1933. Ni la IV República francesa, ni el corrompido sistema italiano que pivotó sobre la Democracia Cristiana y que se llevó por delante a ese partido.


El fracaso de la IV República francesa es altamente significativo. Su sistema electoral proporcional impidió la formación de gobiernos estables. El presidente era una figura decorativa y también carecía de poder el primer ministro. Lo que De Gaulle definió como “el ballet de los partidos” hizo que la toma de decisiones se hiciera prácticamente imposible, sobre todo cuando podían resultar impopulares. 


Los partidos tendían a eludir responsabilidades o a endosárselas a los compañeros de coalición; al tiempo, de manera compulsiva, eran proclives a respuestas emocionales que consideraban respaldadas por la opinión pública, como la guerra de Indochina que se resolvió con la derrota francesa en Dien Bien Phu (1954) o los vaivenes, cortoplacistas, de la inoperancia a la extrema dureza en la Argelia francesa, que fue el escollo en el que terminó encallando la IV República.


En 1958, el general Charles de Gaulle, llegado al poder por exigencia de los militares, y con Francia al borde de la guerra civil, sometió a consulta una Constitución –aprobada por 17,5 millones de votos contra 4,5- que Paul Johnson define como “de lejos la más clara, la más consecuente y equilibrada que Francia había tenido jamás”. 

Polarizó la política francesa en dos grandes bloques, izquierda y derecha, “y obligó –explica Paul Johnson- a los votantes, en la segunda vuelta, a adoptar decisiones inequívocas. Reforzó al ejecutivo y le permitió adoptar decisiones con autoridad y aplicar medidas consecuentes. Sobre todo el sistema de elección de presidente de 1962, aprobado por 13,15 millones contra 7,97 millones, otorgó al jefe del Estado, más allá de los partidos, un mandato directo que emanaba del electorado”.


Es bien sencillo de entender y no hay que perder mucho tiempo en explicarlo: el sistema proporcional fragmenta la representación y favorece a los grupos minoritarios, dificultando la formación de gobierno, salvo mediante arduas y gravosas negociaciones con grupos muy escasamente representativos, que pasan a ser decisivos.


De esa manera, se prima al minoritario y al radical. Los grupos mayoritarios tenderán necesariamente a intentar competir por el mercado electoral de esos grupos y, por supuesto, a modificar sus criterios de forma que esos pactos sean posibles, con lo que todo el sistema se va corrompiendo y radicalizando. 


El sistema electoral español, con la nefasta coyunda del sistema proporcional corregido de asignación de escaños, más la provincia como circunscripción electoral, impide, de hecho, la consolidación de un tercer partido nacional, mientras permite que los partidos separatistas eludan el castigo al tercer partido concentrando el voto en unas pocas circunscripciones, con lo que se convierten en la bisagra de la estabilidad de una nación a la que pretenden destruir y de la que aspiran a secesionarse. Se puede pensar un absurdo mayor, pero resulta difícil.




La clave de la República es que el presidente no dependa de la voluntad de los partidos, sino que su representatividad sea obtenida de todo el cuerpo electoral nacional; que la República sea presidencialista. Un presidente de la República elegido en votación directa por toda la nación no dependerá de los grupos minoritarios radicalizados, ni mucho menos de los separatistas. No es chantajeable por ninguno de ellos, su legitimidad de origen y su potestad es plena (mientras el monarca siempre está al albur de que se cuestione su difusa legitimidad).


Durante cuatro décadas, los españoles han sido sometidos a una pertinaz propaganda monárquico-juancarlista, en la que no se ha establecido límites para la decencia. El reinado juancarlista ha sido presentado, sin rebozo, como una concatenación de proezas y milagros, elevando el oportunismo a la categoría de épica hazaña. Para perpetrar esta singular impostura han tenido que coincidir dos líneas estratégicas: el silencio informativo, con todos los registros, desde la autocensura a la oscura coacción, y la complicidad interesada de la nueva aristocracia, de la casta parasitaria.


Lo que se conoce por izquierda, residuos y detritus del socialismo real, se vendió, al comienzo de la malhadada transición, por mucho más que un plato de lentejas, por un extenso botín y la patente de corso para expoliar a modo a las clases medias. Su exhibición, de tanto en tanto, de la bandera tricolor de la segunda república bolchevique no supera los tonos de la mascarada.


 Lo que se conoce por derecha se ha vendido por mucho menos. A pesar de ser el juancarlismo una monarquía instaurada que propende a cortejar a la izquierda, la derecha, si por tal entendemos al PP, que en muchos aspectos es básicamente un partido socialista que no se reconoce, ha hecho del monarquismo una de sus señas de identidad. Los congresos del Partido Popular se inician con una proclamación de adhesión y fe monárquica que recuerda, en su sumisión, a las épocas de las pelucas empolvadas.


Este consenso no es otra cosa que la defensa a ultranza del esquema depredador y prebendario en que se basa un sistema sistemáticamente expansivo que ha superado ampliamente los límites de sus últimas contradicciones. Las gentes, llevadas a la ruina, han caído en la trampa mediática. Conozco a no pocas que, ante las incertidumbres, han mirado hacia la familia real y han percibido en su aparente plácida tranquilidad un facto de estabilidad. Puesto en el timón del mando, en la Jefatura del Estado, no se han detectado signos de inquietud en su dolce far niente, han considerado que nada pasaba, que no se justificaba la alarma o la rebeldía.


Mientras el barco de la Patria iba a la deriva, mientras se abrían de continuo vías de agua en su casco, el ‘Bribón’ surcaba los mares de la molicie. Y el ‘CAM’, pues para satisfacer las ansias marineras de Felipe de Borbón, los impositores de la Caja de Ahorros del Mediterráneo fueron expoliados.

Que una institución nacida para democratizar el crédito haya terminado de mamporrera del Borbón es tanto una metáfora como un paradigma, porque el ‘CAM’ es también el simbolismo de una casta que ha hundido las cajas. Obligada por la acumulación de nefastas gestiones, de rapiña político-económica, la institución financiera a fusionarse con CajaAstur o de ser intervenida, aún en el verano de 2010, el denominado príncipe regateaba a costa del empobrecido impositor alicantino.


La República presidencialista no surgirá de la casta parasitaria, pues es la gravosa corte del presente, la legión plebeya que nos asfixia, sino de una sociedad civil rearmada intelectualmente y regenerada moralmente, que salga airosa y decidida de la trampa monárquica.

Ser hoy y aquí republicano es, más allá de la convicción racional, puro instinto de supervivencia. La República es un ideal, también una necesidad. O España será republicana o no será.


Del libro “La monarquía inútil” (editorial Rambla)

Franco está en el origen de la corrupción


"El general Franco, el hombre que pronto vendrá a Barcelona, ha elegido como instrumento de gobierno la corrupción. Ha favorecido la corrupción. Sabe que un país podrido es fácil de dominar, que un hombre comprometido por hechos de corrupción económica o administrativa es un hombre prisionero. Por eso, el régimen ha fomentado la inmoralidad de la vida pública y económica. Jordi Pujol. 'Us presentem' al general Franco".

La frase que precede a este artículo forma parte de un conocido panfleto que Jordi Pujol elaboró hace medio siglo. Su objetivo era chafar la llegada del general Franco a Barcelona forzado por las circunstancias. Pujol había pasado por la cárcel tras liderar una revuelta contra un viejo franquista, Luis de Galinsoga, director de La Vanguardia Española (que así se llamaba el rotativo). Éste, en un arranque de sutileza política, había dicho tras asistir a una misa en catalán que los catalanes eran una “mierda” (sic). 



Unas mugrientas declaraciones que levantaron un profundo malestar en ese cuerpo extraño que se conoce como burguesía catalana, lo que explica el viaje posterior del dictador que, como gesto amistoso, devolvió el castillo de Montjuic a Barcelona. Ni que decir tiene que Galinsoga fue destituido y le sucedió Manuel Aznar, el abuelo del expresidente.

Se cuenta que quien mecanografió la octavilla fue su mujer, Marta Ferrusola (hoy una rica y ejemplar empresaria, como todo el mundo sabe). La cita la recoge, a modo de introducción, el periodista Manuel Trallero en un libro* iniciático sobre el saqueo del Palau de la Música, precisamente el epicentro de las primeras revueltas políticas contra el franquismo en Barcelona.
La corrupción se sigue abordando como si se tratara de la suma de comportamientos individuales aislados -esos golfos descarriados que hay en cada casa-, en lugar de relacionarla con la existencia de un entramado institucional que favorece, precisamente, las conductas ilícitas. ¡Es el sistema, estúpidos; es el sistema!, parafraseando la célebre citaEl libro, sin embargo, va mucho más allá. Es el fiel reflejo de una sociedad adormecida ante la corrupción de sus élites (no sólo la intelectual, sino también la económica), que miran hacia otro lado cuando se trata de uno de los nuestros.

El gesto complaciente hacia la corrupción no es, sin embargo, patrimonio de la sociedad catalana, sino de buena parte de la sociedad española, donde la corrupción económica se ha visto hasta ahora como consustancial al sistema político (Baleares, Comunidad Valenciana, Galicia, Andalucía…). Ya resulta hasta ocioso recordar cómo el latrocinio público no pasa factura en términos electorales en la mayoría de los casos.

Este statu quo es el que ha triunfado en la vida política española a modo del periodo de la Restauración, pero algo está cambiando a consecuencia de la crisis económica. Lo que antes apenas importaba -al fin y al cabo el país crecía y se creaban puestos de trabajo- ahora no sólo repugna, sino que la frecuencia de los casos de corrupción ha revelado un país lleno de miserias por culpa de una clase política (unos más y otros menos) incapaz de entender el curso de la historia. Y que, en lugar de enfrentarse a los problemas de frente, los esquiva, esperando a que escampe.
De caso a caso


O esperando a que los jueces o la prensa desvelen otro caso de corrupción en la acera de enfrente para tapar sus propias vergüenzas. Y así es como el país pasa del ‘caso de los Eres al caso ITV. Del caso Gürtel al caso Bárcenas. Del caso Marbella al caso Pallerols’ sin que los delitos sirvan de escarnio público. Entre otras cosas porque quienes pagan -las empresas- no sufren casi nunca el consiguiente reproche penal, lo cual es un sinsentido. Ni siquiera administrativo. Muchas empresas -o sus filiales- que han sobornado a empleados públicos siguen haciendo negocios con la propia Administración.
Así es como la corrupción se ha metido en nuestras vidas, aunque probablemente habría que decir que nunca ha salido. Forma parte de nuestra imagen exterior, como el Museo del Prado o Almodóvar, lo cual es una auténtica catástrofe en un país con seis millones de parados que ha visto como en el último año han salido más de 250.000 millones en inversión extranjera. La corrupción cuesta más en términos de prima de riesgo que muchos recortes socialmente injustos.

Hay, en este sentido, un reciente informe de la OCDE en el que pone de relieve las desgracias en la lucha contra la corrupción. Sostiene la OCDE que el nivel de cumplimiento de España respecto de las leyes contra el cohecho internacional -cuando las empresas sobornan a funcionarios extranjeros a cambio de favores- es “extremadamente bajo”. Hasta el punto de que no se ha celebrado ni un solo juicio por este motivo. Aunque no es menos lacerante que en los últimos trece años apenas se hayan realizado siete investigaciones. Ningún cargo público está en la cárcel por meter mano en la caja.

Una auténtica vergüenza que refleja la desidia y hasta la impunidad que rodea a la corrupción. Sólo se descubre una muy pequeña parte de la que en realidad existe, como sostiene alguien que conoce bien los mecanismos de represión del fraude.


Lo curioso del caso es que la corrupción se sigue abordando como si se tratara de la suma de comportamientos individuales aislados -esos golfos descarriados que hay en cada casa-, en lugar de relacionarla con la existencia de un entramado institucional que favorece, precisamente, las conductas ilícitas. ¡Es el sistema, estúpidos; es el sistema!, parafraseando la célebre cita.

Cuando en un país no existe responsabilidad individual de los políticos por el hecho de que éstos se pueden cobijar bajo el manto protector de sus partidos, se llega, necesariamente, a esta situación. Bárcenas nunca hubiera sido senador si tuviera que haber concurrido a unas elecciones con su propio discurso político. Lo mismo que otros muchos corruptos, que siguen en las listas por temor a que canten.
Listas cerradas y corrupción

El sistema de listas cerradas contribuye a ese estado cosas, toda vez que si algún militante honrado pide explicaciones a la dirección por algo que ve o por una sospecha fundada, es probable que haya cavado su tumba política. Nunca más podrá presentarse a unas elecciones. Y así es como surgen las camarillas en los propios partidos políticos, origen de muchas filtraciones interesadas.

No se busca la verdad, sino dañar al adversario político, aunque sea del mismo partido. Y todo lo que rodea al caso Bárcenas en el PP apunta en esa dirección. Lo que se ventila en la calle Génova es quién mandará en el partido. Y la detestable posición de Esperanza Aguirre -que ahora aparece ante la opinión pública como si ella no tuviera nada que ver con el PP- apunta en esa dirección. 



Aguirre, aunque ahora en estos  le disguste, forma parte de eso que ahora critica. Es parte del problema, no de la solución. Aguirre es la que ha amamantado durante años a muchos dirigentes de su partido sin oficio ni beneficio (origen del caso Gürtel) que han hecho toda su carrera profesional en el PP. Es un sarcasmo que quiera aparecer ahora como la renovación dentro del PP. Es el pasado.

Lo que se ventila en la calle Génova es quién mandará en el partido. Y la detestable posición de Esperanza Aguirre -que ahora aparece ante la opinión pública como si ella no tuviera nada que ver con el PP- apunta en esa dirección. Aguirre, aunque ahora le disguste, forma parte de eso que ahora critica. Es parte del problema, no de la soluciónLas listas cerradas son, obviamente, un incentivo inverso y hasta perverso que degrada la democracia. 


Máxime cuando todo el sistema institucional -el nombramiento de los jueces o de los altos cargos de la administración y hasta de los chóferes del parque móvil- se canaliza a través de unos omnipotentes partidos políticos que dictan la vida y obra de millones de personas, sin que ellos, en su esencia, funcionen de forma democrática, que es, al fin y al cabo, lo que podría garantizar la objetividad y la imparcialidad en la toma de decisiones.


 O dicho de forma castiza en célebres palabras de Alfonso Guerra: "el que se mueva no sale en la foto". Imposible resumir mejor en una sola frase el origen de la corrupción.


De manera mucho más inteligente lo describía Dionisio Ridruejo en Escrito en España refiriéndose a la corrupción durante el franquismo. "El hecho de los incompetentes leales", decía, "tuvieran ventaja segura en toda competición sobre los competentes sospechosos (algún día se escribirá la historia de las oposiciones, concursos y provisiones de toda suerte de plazas e incluso de la concesión de toda suerte de negocios en estos años), constituía ya un principio de tan grave inmoralidad que, por fuerza, los benficiarios tendrían que sentirse implicados en ella, quedando ligados por un vínculo turbio, como clientes, a un sistema cuya duración era la garantía de que la injusticia no podría ser revisada en su perjuicio". Como se ve, nada nuevo. Ni mucho menos original.


Los partidos políticos son hoy cuerpos cerrados -necesariamente endogámicos- que tienden a protegerse ante el exterior tapando sus miserias, lo que explica que cuando algún dirigente roba, la tendencia natural de la dirección sea tratar de amortiguar el golpe para no dañar al conjunto de la organización. 




Los propios dirigentes corruptos saben eso, lo que les convierte en extremadamente poderosos porque están seguros de que el partido tenderá a protegerlos para evitar un escándalo mayor. Se hace bueno, de este esta manera, aquello que decía Michels: cada militante de un partido político lleva dentro de su mochila el bastón de mariscal. Unos lo utilizan y otros, no. Y alguno lo hace de forma magistral.

*Música Celestial. Del mal llamado caso Millet o caso Palau. Manuel Trallero. Editorial Debate. 2012.

EL CONFIDENCIAL.

sábado, 19 de enero de 2013




La palabra mágica de estos tiempos, parece que es "crisis"...

Se habla de crisis de valores, crisis de autoridad, crisis de confianza en una clase política "que hace aguas" ¿ Por dónde vamos a salir de tal estado de cosas, cuando nuestra perdida de prestigio y respeto internacional se nota cuando vemos que nadie entiende lo que está pasando en este pueblo que parece insensible y solo el fatalismo parece el recurso de una esperanza truncada.

A mi juicio lo que mas falla, ya no es tan solo la pérdida de valores en quien debiera ser testimonio y ejemplo de un liderazgo perdido. Vemos en el artículo de http://www.votoenblanco.com que ni siquiera la Iglesia Católica está prestigiada y bastante parece que tiene en tapar sus propios "agujeros".

Lo que es difícil de entender es a mi juicio la causa principal del problema: la sociedad no tiene ningún tipo de reacción ante todo lo que ocurre.

Parece como si la conducta estuviera fundamentada en raíces de complicidad con todo lo que nos está sucediendo.

La Sociedad Española necesita una verdadera regeneración y una vuelta a sus fundamentos.

Dario Pozo Ruz.