Bueno, tampoco nos pongamos melodramáticos: digamos
que sirve, pero con reparos.
Hoy, 6 del XII de 2012, se cumplen 34
añitos de nuestra Carta Magna, o sea, que ya no es una jovencita y necesita rápidamente un cambio de look. Esta moderna Pepa,
que nació de un coito imposible entre la izquierda y la derecha de este
país, ha sido, sin lugar a dudas, uno de los grandes logros de nuestro
mejor rostro como españoles, ese que nos presenta como gentes capaces de
entendernos, de comprendernos y de convivir aceptando la pluralidad y
la diversidad de una nación muy, pero que muy diferente a otras de
nuestro entorno. Por eso se la llamó la Constitución de la Concordia,
porque pocas veces en nuestra Historia hemos sido capaces de caminar tan
juntos, tan unidos, en una misma dirección.
Por delante de sus ojos han pasado un
travesti perdido, un guardia pendenciero, pelos colorados, chinchetas
en los cueros, rockeros insurgentes, modernos complacientes, poetas y
colgados, aires de libertad… Nos abrió las puertas a todo lo que se
nos había prohibido durante cuarenta años y nos sirvió de excusa hasta
para el exceso. Pocos países podrán decir que han tenido y tienen tanta
libertad como ha habido aquí desde que naciera nuestra querida
Constitución con los primeros fríos del invierno de 1978.
Pero de los
tiempos del canuto, los minis, la movida y el Rey del Pollo Frito, de aquellos años del R-5, los conciertos de Secretos en el Honky Tonk, los vaqueros ceñidos marcando paquete y las plataformas inmortales de las chicas de Abba, del saca el güisqui Cheli y de Pepi, Lucy, Bom y otras chicas del montón
hemos ido progresando y cambiado el 600 primero por el Golf y después
por el BMW serie 1, y hemos dejado de hablar y ligar a la vez en las
cabinas de teléfono a llevar en el bolsillo, primero, unos armatostes
que nunca tenían cobertura, pero que empezaban a darnos algo más de
independencia y, después, unos smartphones y tablets que
supuestamente resuelven todos los problemas de nuestra vida cotidiana
para acabar manteniendo eternas conversaciones en grupo a través del whatsapp sin vernos las caras.
Sin
duda el modelo territorial es lo que en estos momentos más necesita una
reforma en profundidad, una nueva puesta en común de los principales
partidos políticos para corregir los defectos de un modelo de
descentralización que ha funcionado bien, pero con enormes carencias que
hoy se han demostrado muy nocivas para el país en su conjunto
Sí,
la sociedad ha cambiado. Ha ido cambiando, y mucho. De veranear en el
pueblo de los abuelos pasamos al apartamento en Denia, y de ahí a las
vacaciones en un spa de lujo en el Caribe. Pero mientras nosotros
íbamos progresando, nuestra querida Constitución seguía cumpliendo años
sin adaptarse a los tiempos y, ya con la treintena, seguía vistiendo
pantalón vaquero y camisa de cuadros y bailando al ritmo de Fórmula V,
cuando lo que empezaba sonar en las discotecas de moda era un joven
David Guetta y el futuro nos anunciaba ya cosas que solo un par de años
antes nos parecían imposibles.
Y si la Constitución se iba quedando atrás, también lo hacían aquellos que, supuestamente, eran los encargados de cuidarla,
de vestirla, de limpiarla, de prepararla para seguir siendo útil a una
sociedad en permanente ebullición.
Las leyes no son inmutables, ninguna
lo es, y tampoco lo es una Constitución por más que sea nuestra Ley de
Leyes. A nadie se le escapa que muchos de los pasos adelante que se
dieron entonces, ahora son o pueden ser pasos atrás. Sin ir más lejos,
en una sociedad que ha aceptado e interiorizado de manera total y
absoluta la igualdad de sexos en todos los órdenes de nuestra vida, es
un anacronismo que la Carta Magna siga haciendo prevalecer al hombre
frente a la mujer en la sucesión al trono.
De hecho, desde mi
particular punto de vista, el trono mismo es una reliquia del pasado que
habría que conjurar, pero sin llegar tan lejos y, si la sociedad acepta
mantener la actual estructura del Estado, es cierto también que en el
futuro la monarquía requiere un lavado de rostro que pasa por
abandonar alguno de los privilegios que la propia Constitución le
otorga, y ese es un trabajo que corresponde abanderar al hoy príncipe de Asturias.
Obviamente, no es lo único. Sin duda, el modelo territorial
es lo que en estos momentos más necesita una reforma en profundidad,
una nueva puesta en común de los principales partidos políticos y un
esfuerzo por el consenso para corregir los defectos de un modelo de descentralización
que ha funcionado bien, pero con enormes carencias que hoy se han
demostrado muy nocivas para el país en su conjunto.
El propio sistema
político ofrece hoy una imagen paupérrima, acosado por los escándalos
consustanciales a un exagerado partidismo que ha llevado a la clase política a distanciarse de tal modo de la sociedad civil que hoy podríamos decir que hay dos Españas: una, la que se va a encerrar en el Palacio del Senado para glorificar un sistema que les permite seguir viviendo fuera de la realidad;
y, otra, la que afronta en la calle el duro invierno de la soledad,
sufriendo el impacto cruel de una crisis brutal que se ha llevado por
delante millones de ilusiones y de esperanzas.
Hace falta un
cambio. Un gran cambio político que permita a la sociedad volver a
recuperar la confianza en su clase dirigente, y eso empieza por reformar
una Constitución que hoy cumple 34 años, pero que parece que tuviera
más de cien.