Joaquín Costa |
Joaquín Costa es una de las figuras más señeras de lo que
denominamos (sin comprenderlo mucho, por desgracia) el “regeneracionismo” español. Joaquín
Costa es un gran desconocido entre nosotros. Empero su influencia se hizo
sentir en varias generaciones de españoles que, ante la debacle de 1898 despertaron
(algunos de ellos despertaron gruñendo, como los de la Generación del 98).
Pero,
¿quién era Joaquín Costa? ¿Cuáles eran su ideas nucleares? ¿Puede decirnos algo a
nosotros, más de cien años después de su intervención científica, literaria y
pública? Y si nos dice algo: ¿Qué es eso que nos dice a nosotros, españoles
irreductibles del siglo XXI?
Joaquín Costa Martínez (1846-1911)
nació y murió en Huesca. Dos
son los eslóganes por los que se le reconoce todavía, entre la minoría
que se
ha preocupado de saber algo, por poco que fuere, de la obra de este
macizo
aragonés: “Despensa y escuela” y “Siete llaves al sepulcro del Cid”.
La
ventaja
de cifrar un pensamiento de tal envergadura como el de Joaquín Costa en
dos
consignas es indiscutible, desde el punto de vista propagandístico. Pero
la desventaja que sale al paso es que, si esas frases nos eximen de
penetrar en su
pensamiento, lo que puede pasarnos a buen seguro es interpretar mal sus
planteamientos, sus
argumentos y las propuestas aportadas para solucionar los problemas
nacionales
a los que se enfrentó.
DESPENSA Y ESCUELA
Su formación científica era sólida
como la de pocos de sus
contemporáneos y sus intereses abarcaban ámbitos tan diversos como la
jurisprudencia, la economía, la literatura, la geografía, la arqueología
o la
etnología.
Sus estudios económicos le llevaron a propugnar el
colectivismo
agrario que sería la “despensa” de la Nación; en este sentido, Costa
contribuyó
con una luminosa revisión histórica de las estructuras constitutivas del
país,
apelando a una larga tradición de pensadores y reformadores políticos de
entraña hispánica, y publicando sus estudios en aquel ensayo suyo que
entusiasmara a muchos de sus contemporáneos: “Colectivismo agrario en
España.
Doctrinas y hechos” (1898).
Pero Costa no era un erudito que se
conformara con
la especulación intelectual, por lo que siempre desbordaría el ámbito de
lo
teórico, sin demorarse en poner manos a la obra de un modo práctico:
aportando estudios hidrológicos y
agropecuarios, por ejemplo; y hasta organizando plataformas sociales que
plasmaran en
la realidad lo ideado en la mente.
A la despensa había que sumarle el
segundo
término del lema: “Escuela”. "Joaquinón" (que era como le llamaban los
amigos por su corpulencia) compartía este ideal pedagógico con
los miembros de la
Institución Libre de Enseñanza, en la que estuvo como docente,
siendo gran amigo de Francisco Giner de los Ríos.
El planteamiento costista recogía así la urgente demanda de una eficaz
acción pedagógica en la sociedad, uno
de los temas favoritos de nuestros krausistas, aunque en Costa la
cuestión pedagógica
(la Escuela de su lema) no fuese entendida en clave sectaria, como era
sólito entenderla entre los krausistas de la I.L.E.
DOBLE LLAVE AL SEPULCRO DEL CID
El otro lema que Joaquín Costa acuñó fue el de: “Doble llave
al sepulcro del Cid, para que no vuelva a cabalgar”. Costa lanzó este eslogan sobre
el soporte de un Mensaje de la Cámara Agrícola del Alto Aragón dado al país.
Aquello sonó como una atronadora irreverencia a las tradiciones patrias: los
españoles más europeístas encontraron en este eslogan todo un programa para
sacudirse el pelo de la dehesa patria y lanzarse atropelladamente a tomar como
más que bueno cualquier cosa que viniera del otro lado de los Pirineos.
Los
españoles más castizos y tradicionalistas entendieron que Costa era poco menos
que un hereje. Ninguna de las dos Españas entendió a Costa en sus cabales
términos.
Costa es tenido vulgarmente como un “europeísta”. En efecto,
fue un “europeísta”, pero su “europeísmo” dista mucho de ser el que significa
para el común de los que se autoproclamaban tales y actualmente todavía
insisten en proclamarse “europeístas”. Nunca fue Costa, como ellos lo fueron y
lo son, de esa condición lacayuna que se rinde ante una presunta superioridad
de lo anglosajón, de lo francés o de lo germánico.
Costa quería que
aprovecháramos lo europeo, pero no que aniquiláramos lo propio por lo
extranjero, pues eso sería la invitación al suicidio nacional. Costa exhortaba
a tomar lección de Europa como de Estados Unidos de Norteamérica, pero nunca para
aniquilar lo español por ese complejo de inferioridad de nuestros
desnaturalizados extranjerizantes, sino para aumentar el poderío de España.
Su
admonición a candar el sepulcro del Cid (que, llevamos dicho, los españoles extranjerizan-tes acogieron jubilosamente) no era hacer borrón y cuenta nueva
con todo el pasado, era la legítima reacción de un patriota español que estaba
harto de bostezar con los tópicos rimbombantes y vacíos de los más campanudos
oradores que invocaban las glorias del pasado, sin querer abrir los ojos ante
las miserias del presente que exigían afrontarlas cara a cara y corregirlas con
la contundencia que merecían.
Joaquín Costa se verá obligado a precisar los términos de
aquella frase tergiversada por los ridículos extranjerizantes denigradores de
la tradición española, frase que resonaba a blasfemia en los oídos de los más
tradicionalistas. Y dilucida su sentido recordando a sus detractores que jamás
propuso él: “borrar del corazón y de la memoria de los españoles las figuras
del Campeador y de Don Quijote, para levantar a tales altares a un tenedor de
libros”.
No eran solo palabras, como él mismo recuerda, Costa había promovido
la celebración de un Congreso de Geografía colonial y la fundación de una
Sociedad Geográfica: “para adquirir vastas extensiones de territorio en el
continente africano que ensancharan el imperio del Cid y de Don Quijote en lo
futuro”.
Alguien que se empeña en empresas como las referidas no podría ser
nunca confundido con uno de esos grotescos fantoches de nuestra vida pública, peleles de su titiritero extranjero; como los que
en el presente nos mangonean. Joaquín Costa aparece así a una luz nueva, lejos de la
interpretación parcial que se ha hecho de él, tanto por el sectarismo de la
izquierda como por la ignorancia irredenta de la derecha española. ¿Será por
ello que yace en el olvido?
El intelectual baturro tenía muy claro que la única forma de
sobrevivir al empuje de otras razas que avasallaban al mundo, como era la preponderante raza anglosajona, era
ofrecerle una alternativa hispánica; por eso escribió que: “la humanidad
terrestre necesita una raza española grande y poderosa, contrapuesta a la raza
sajona, para sostener el equilibrio moral en el juego infinito de la historia”.
Despensa, Escuela, candado al Cid retórico, para realizar el
programa del Cid, aprendiendo de las gestas del Cid Campeador, extrayendo de su
“Cantar” algunos de los vectores que, según Costa, habrían de ser adoptados por nuestra
política interior y exterior.
LA OLIGARQUÍA AL DESCUBIERTO
Sin embargo, un obstáculo obturaba
el camino para que pudiera
realizarse el programa regeneracionista del Cid. Ese obstáculo fue
localizado
por Costa en la oligarquía insolidaria que, generación tras generación,
venía
perpetuándose sobre España, ahogando a la nación bajo un degradante e
insufrible
avasallamiento. Costa la había descubierto.
La oligarquía era toda una
superestructura parasitaria, encubierta bajo el formalismo parlamentario
de la
restauración Alfonsina perpetrada por Cánovas del Castillo, oculta bajo
los dos
partidos turnistas: el de Cánovas y el de Sagasta. Joaquín Costa estaba
dispuesto a desenmascararla y por eso organizó y llevó a cabo, en el
marco del
Ateneo de Madrid, una ambiciosa encuesta que inquirió a los intelectos
más
preclaros del momento, independientemente de su postura política
particular.
Entre los encuestados se hallaban hombres tan dispares como Francesc Pi y
Margall, republicano federal de izquierdas o egregios integristas como
D. Juan Manuel
Orti y Lara.
La oligarquía es la inversión del patriciado natural, la
inversión del régimen aristocrático. Costa sintetiza lo que es esa
superestructura encubierta con formidable resolución:
“…forma un vasto sistema de gobierno, organizado a modo de
una masonería por regiones, por provincias, por cantones y municipios, con sus
turnos y sus jerarquías, sin que los llamados ayuntamientos, diputaciones
provinciales, alcaldías, gobiernos civiles, audiencias, juzgados, ministerios,
sean más que una sombra y como proyección exterior del verdadero Gobierno, que
es ese otro subterráneo, instrumento y resultante suya, y no digo que también
su editor responsable, porque de las fechorías criminales de unos y de otros no
responde nadie.
Es como la superposición de dos Estados, uno legal, otro
consuetudinario: máquina perfecta el primero, regimentada por leyes admirables,
pero que no funciona; dinamismo anárquico el segundo, en que libertad y
justicia son privilegios de los malos, donde el hombre recto, como no claudique
y se manche, sucumbe.”
Esta oligarquía parasitaria está encuadrada en los dos
partidos turnantes del tiempo de Costa, impidiendo con sus corruptelas que España sea dirigida por
los mejores. Se trata del “gobierno por los peores” que arbitrariamente abusa
de todo el resto y que conduce, así las cosas, a un irremediable divorcio entre
Estado y Pueblo.
Costa advierte el peligro de los secesionistas que encuentran
en esta situación una justificación y recuerda que “para que viva el pueblo, es
preciso que desaparezca la oligarquía imperante”, pues un pueblo sometido a la
oligarquía que se arroga el nombre de “nacional” termina por ser indiferente
que su opresión la ejerzan los propios o los extraños.
VIGENCIA DE LAS LÍNEAS MAESTRAS DE SU ANÁLISIS
La figura y obra de Joaquín Costa se
eleva ante nosotros. No es un monumento del pasado. Si no nos hemos
dado por vencidos, la obra de Joaquín Costa exige que volvamos a ella para
interpretar nuestro presente y configurar nuestro porvenir. Nos
han regateado su lectura, despachándolo frívolamente con los lemas que
hemos
tratado en este artículo.
Las claves que nos ofrece en su obra son
terriblemente clarificadoras para el pasado, lo mismo que lo son -y
tan útiles- para interpretar el estado actual de las cosas. Si no nos
conformamos con la versión estandarizada de su figura y obra, si nos
aplicamos a una relectura de su obra entonces, sí: el mensaje de Joaquín
Costa nos interpela.
Las oligarquías que denunció Costa han ido perpetuándose,
permaneciendo incólumes a los avatares del tiempo. Han sobrevivido a todas las
catástrofes que ha padecido nuestro pueblo: libraron a sus vástagos de sucumbir
en la defensa de la españolidad de Cuba en 1898 (lo recordaba Costa), libraron
a su prole de las masacres rifeñas, contemplaron desde Estoril la confrontación
de 1936-1939: estuvieron en la retaguardia, pero se apresuraron a camuflarse entre
carlistas y falangistas; más tarde, “pitaron” en el Opus Dei, para convertirse
en tecnócratas durante el franquismo; mutaron sin trauma alguno durante la
transición, tornándose demócratas de UCD, Alianza Popular, Partido Popular y
PSOE… Incluso se hicieron pasar por comunistas, sin haber luchado nunca en la
clandestinidad ni haber “corrido delante de los grises”.
Y a día de hoy ese
repugnante imperio de los peores, capaz de todos los chanchullos y corrupciones
morales y económicas, oprime a España, sometiéndola a políticas
supranacionales. Dividieron a España como una tarta, para zampársela por
autonomías, creando artificios que saquean sistemáticamente al pueblo y lo
arruinan.
Son ellos: la casta política, al alimón con el
capitalismo apátrida, en línea directa con los directores de las sucursales
en España. Y la gravedad de este cáncer es de tal magnitud que, a día de hoy, hablar
de “soberanía nacional” resulta un sarcasmo.
¿Quién
puede dudar que Joaquín
Costa no sea actual?
Joaquinón sigue diciéndonoslo:
Para que viva el
pueblo es necesario que esa lacra corrupta y corruptora desaparezca.
Fuente:
Por Manuel Fernández Espinosa
Por Manuel Fernández Espinosa
http://movimientoraigambre.blogspot.com.es
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