Si este domingo se celebraran elecciones generales el resultado de las mismas sería unos de los parlamentos más fragmentados de toda nuestra historia democrática reciente.
Más allá de las especulaciones sobre las posibles combinaciones de
poder, lo importante es que a día de hoy todos los sondeos de opinión
certifican la muerte del bipartidismo en nuestro país. Habrá quién
piense que eso está bien, que no pasa nada, y es probable que no les
falte razón a quienes creen que eso supondría una mayor apertura
democrática… Es probable, pero las experiencias a nuestro alrededor
indican que no es posible.
El ser humano tiende a buscar la
estabilidad en todas las facetas de su vida, también en la política, por
eso nuestros sistemas democráticos –aquí y en todo el mundo
desarrollado- se sostienen sobre una balanza que oscila a izquierda y
derecha y en cuyo juego de alianzas intervienen en algunas ocasiones
terceros partidos que equilibran el poder cuando éste no se alcanza por
la vía de la mayoría suficiente. Pero cuando la fragmentación
parlamentaria impide que la mayoría se forme de manera natural, se cae
en un periodo de desestabilización del poder producto de negociaciones imposibles que suelen agravar las crisis sistémicas que llevan a esa situación.
Lo
hemos vivido en Italia y la consecuencia del final del bipartidismo fue
el resurgimiento de un modelo de político populista, corrupto y
personalista que, sin embargo, sigue atrayendo la atención de una buena
parte de sus conciudadanos. Es más, Italia ha llegado al extremo que las
próximas elecciones se juegan entre dos payasos, uno de verdad y otro
que le hace la competencia. Si Italia ha caído en el esperpento,
Grecia lo ha hecho en la tortuosa combinación de movimientos antisistema
de uno y otro extremo, también como consecuencia de la crisis que
atraviesan los dos grandes partidos acosados por la corrupción y su
incapacidad para hacer frente a la crisis política e institucional del
país.
Pues
bien, todo lo que está ocurriendo en España en los últimos tiempos –ya
no se si limitarlo a semanas, meses o años- incide en la crisis
sistémica que estamos viviendo y que ha llevado a una profundísima
desafección de los ciudadanos hacia el poder.
Sólo el caso del espionaje
a la líder del PP catalán, Alicia Sánchez Camacho, y la ex novia de Jordi Pujol Jr,
pone de manifiesto hasta que grado de descomposición ha llegado nuestro
sistema político, en el que igual se espían los partidos entre sí, que
se fabrican pruebas contra el presidente del Gobierno y su Ejecutivo y
se publican en los medios de comunicación para ponerlos contra las
cuerdas y buscar su sustitución.
Y eso no esconde que haya también un extesorero del PP con cuentas en Suiza
que seguía trabajando en Génova 13 hasta hace un mes y que ahora
descansa esquiando en Canadá mientras prepara su siguiente golpe contra
el que fuera su partido.
Mezclemos este clima de corrupción generalizada
con el desafío soberanista en Cataluña y las graves consecuencias de la crisis económica,
y el cóctel es explosivo necesariamente. Fíjense, si lo único que nos
preocupara fuera la crisis económica en si misma, no estaríamos ante una
situación tan grave como la que vivimos.
Más allá de la
profundidad de la crisis y sus consecuencias, los ciudadanos son
conscientes de que los gobiernos no son culpables de la misma, o no del
todo, y si los enjuician de una u otra manera es por la gestión que
hagan de la situación y seguramente eso no nos llevaría a estar hablando
como lo hacemos de una crisis del sistema.
Lo que nos lleva a poner el
acento en eso es que no hay día en el que uno o varios casos de
corrupción vinculados a los partidos políticos o instituciones
–empezando por la propia Monarquía- asalten las portadas de los
periódicos, algunos de los cuales además forman parte activa de ese
clima generalizado de corrupción porque su comportamiento se ha alejado y
mucho del que debiera ser el comportamiento de un medio de comunicación
entregado a sus lectores.
¿Qué hacemos con España? Esta es
la pregunta que se hace mucha gente estos días, y la respuesta la tienen
los mismos partidos políticos que han permitido que lleguemos a esta
situación, salvo que ellos mismos estén dispuestos a tirar por la borda
todo lo construido hasta ahora. El camino es doble:
1. Por un lado, es necesario un Pacto de Estado que reforme el modelo territorial.
En mi opinión, una vez que la Constitución del 78 abrió el camino
de la descentralización solo es posible profundizar en esa vía,
primero porque España es un país de enorme diversidad y, segundo,
porque una vuelta atrás a un modelo de Gobierno unívoco provocaría unas
tensiones insoportables, luego la única alternativa posible es
cerrar un modelo de corte federal en el que se delimiten
definitivamente las competencias de cada estado-autonomía,
y se racionalicen las estructuras de gasto al tiempo que se les
concede a cada uno de ellos plena capacidad sobre los ingresos.
2. Por otro, una auténtica apuesta por la regeneración política
del país que incluya, además de la Ley de Transparencia en la que
ya está trabajando el Gobierno, una serie de reformas que incidan
en el castigo ejemplar a la corrupción, aumenten los mecanismos de
control de los partidos políticos y de las instituciones que
gobiernan con una nueva ley de financiación de los mismos, incidan
en la separación de poderes alejando de la decisión política el
nombramiento de vocales del CGPJ y dando más poder parlamentario a
las minorías, garanticen la proximidad de los diputados y senadores
con sus electores mediante la elección de cada uno de ellos por
mayoría de votos en su circunscripción, etcétera, etcétera.
Si además de eso se consiguiera un Pacto de Estado para hacer frente a la crisis económica,
ya sería el colmo de la dicha, pero entiendo también que hay que dejar
un margen al debate político, aunque si sería bueno un cierto acuerdo de
los principales partidos a la hora de adoptar medidas para luchar
contra el paro juvenil en nuestro país.
Miren, todo lo que está pasando
es gravísimo y cualquiera de ustedes tendrá seguro la misma sensación de
descreimiento en el sistema que tengo yo, pero de esto no vamos a salir
apostando por la ruptura del sistema ni por su destrucción, sino
haciéndolo por su regeneración y salvaguarda. O eso, o caemos en manos
de payasos o de fascismos, y no creo que esa sea la mejor alternativa
para el país.
Pero si el Gobierno no lo ve, y si la oposición continua
ciega, descuiden que será eso lo que nos acabe pasando en el corto
plazo.
Fuente: Federico Quevedo en EL CONFIDENCIAL